Si hace 12 años alguien hubiera dicho que los panistas Vicente Fox y Manuel Espino apoyarían al priista Enrique Peña Nieto, nadie lo hubiera creído.
Sin embargo, los cambios de camiseta de Fox y Espino hoy son una realidad que ha sorprendido a casi todos. Menos, claro está, a Manuel Espino y Vicente Fox.
Y es que tanto Espino como Fox son políticos que, como a muchos otros, el cambio de camiseta partidista les parece algo tan natural, que no les produce ningún sentimiento de culpa.
Aunque para la mayoría es algo que pudiera tener cierto tufo a deslealtad y traición.
Sin embargo, Fox y Espino no son los únicos políticos notables que han cambiado de camiseta en este proceso electoral.
En los últimos días también han cambiado de color y camiseta otros políticos.
Están los casos, por ejemplo, de la ex presidenta del PRD Rosario Robles, que ahora es fan del priista Peña Nieto; el del senador ex perredista René Arce (alias Oscar Nahum Cirigo Vázquez) y su hermano Víctor Hugo; el del todavía priista Manuel Bartlett, quien ahora apoya la causa de Andrés Manuel López Obrador.
Eso sin contar que al tabasqueño también lo apoyan desde hace mucho tiempo los ex priistas Manuel Camacho Solís, Dante Delgado, Marcelo Ebrard, Ricardo Monreal, Alfonso Durazo, Agustín Basave y Porfirio Muñoz Ledo.
Sí. El cambio de camisetas políticas, aunque no es nuevo, cada día se hace más frecuente.
¿Qué tan reciente es este fenómeno en la política mexicana?
¿Por qué los políticos cambian con tanta facilidad de camiseta?
¿Cómo saben cuándo hay que cambiar para no equivocarse? Analicemos.
‘EL PARTIDO ME HA ENCOMENDADO…’
“Señor licenciado Jo-sé López Portillo, el partido me ha encomendado preguntarle si aceptaría usted la responsabilidad de todo esto”, y con un gesto (el presidente Echeverría) envolvió el ámbito del Poder Ejecutivo concentrado en el despacho de Los Pinos.
“Sí, señor presidente. Acepto.
“Bien. Entonces prepárese usted, pero no se lo diga a nadie, ni a su esposa y a sus hijos. Ya lo llamaremos, cuando el partido concluya la organización y los actores se pronuncien públicamente”.
El ex presidente José López Portillo consigna esta anécdota en sus memorias para describir el ritual del ungimiento del delfín que se acostumbraba en los tiempos priistas.
Sin embargo, más allá de que los hechos hayan ocurrido con una especie de misterioso encanto de la liturgia cínica de la política mexicana, lo interesante radica en la advertencia que Luis Echeverría le hizo al elegido.
“Prepárese usted y no se lo diga a nadie. Ni a su esposa, ni a sus hijos”.
Todos, y al mismo tiempo una sola persona. Ése era el misterio de la fe priista que imperó durante 70 años.
¿Por qué un presidente imperial y autoritario se veía obligado a mantener en secreto su decisión, así fuera por unos días?
Por increíble que parezca ahora, la realidad es que la “presidencia imperial” de entonces también tenía sus límites.
El presidente tenía adversarios y enemigos que no solo “podrían traicionar al partido”, sino que hasta intentarían un golpe de Estado.
Para el 22 septiembre de 1975, José López Portillo ya era el único candidato a la Presidencia de la República. Además del PRI, los partidos satélites también lo postularon. Y el PAN, por problemas internos, no había lanzado un contendiente.
¿Había democracia? Desde luego que no, contestarían Josefina Vázquez Mota, Andrés Manuel López Obrador y hasta Enrique Peña Nieto.
Pero los viejos priistas se las ingeniaban para argumentar con sofisticados sofismas que sí la había.
“La cuestión está en que el candidato del PRI se sabe que ganará las elecciones”, escribió López Portillo, “porque el partido es mayoritariamente apoyado y así, históricamente, se ha demostrado.
“Y esto no es antidemocracia, ni mucho menos, sino una de las eventualidades de todo sistema en el que se decida por mayoría de votos.
“Puede ocurrir el evento inclusive del voto unánime, difícil prueba de la democracia que puede ser su gloria o su agotamiento, porque existe un derecho a la coincidencia como hay otro para la disidencia”.
Y sí. Aunque no había lugar para la disidencia, en los hechos sí se daba.
La “eventualidad” ocurrió precisamente en las elecciones de 1976, cuando el candidato del PRI José López Portillo pudo haber ganado con un solo voto porque no había candidato opositor.
Los conflictos políticos se recrudecieron tanto, que México estuvo a un tris de vivir un golpe de Estado al final del gobierno del presidente Luis Echeverría.
‘LA SOLUCIÓN SOMOS TODOS’
El sistema del partido de Estado estaba en serios problemas, y López Portillo no tuvo más remedio que impulsar una reforma política.
El 28 diciembre de 1977, un año después de que López Portillo tomara posesión como presidente de México, se publicó la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LOPPE), reglamentaria de algunos artículos reformados de la Constitución.
Esa reforma, instrumentada por el entonces secretario de Gobernación Jesús Reyes Heroles, es considerada la madre de todas las reformas electorales hechas desde entonces.
“Los izquierdistas estaban felices”, cuenta López Portillo. Suponían que, por fin, el sistema político mexicano permitiría que todas las ideologías fueran auténticas opciones a través de los partidos.
Con la ley LOPPE, algunos creyeron que el socialismo podría tomar la forma de un partido legítimo capaz de llegar al poder.
Ser de izquierda dentro de la Constitución se empezó a poner de moda entre los juniors de las oligarquías políticas y empresariales de entonces.
Entre ellos estaban Jorge Castañeda Gutman, hijo del secretario de Relaciones Exteriores de López Portillo, y Rubén Aguilar Valenzuela, hijo del director del Banco Nacional de México.
Probablemente fue entonces cuando empezó a cobrar fuerza la idea, o el mito, de que un día las elecciones serían definidas por “tercios”, con los electores facturados por las reformas a cada uno de los tres grandes partidos políticos.
El PAN de derecha. El PRD de izquierda. Y el PRI de centro.
Sin embargo, y a pesar de los entendimientos iniciales de López Portillo con los más importantes empresarios del país, y a pesar de que durante su mandato vino un Papa a México por primera vez, los problemas políticos siguieron tan intensos como siempre.
Al final de su gobierno, López Portillo nacionalizó la banca y decretó un tipo de cambio controlado.
EL PRIMER GRAN CAMBIO DE COLOR
La situación política se fue complicando. No todos los priistas estaban de acuerdo, ni con el presidente, ni con su partido.
Por eso, después de haber tratado de formar una “corriente democrática al interior del PRI”, la cual no prosperó, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y Porfirio Muñoz Ledo, dos notables priistas, decidieron abandonar el tricolor y cambiar su camiseta por una de color amarillo.
Los priistas jugaban a parecer antipriistas, pero realmente no dejaban de serlo.
En tanto, los panistas siguieron siendo el contrapunto que perfeccionaba y le daba vida plena a lo que Mario Vargas Llosa calificó como la “dictadura perfecta”.
Para 1988, el hijo del priista Lázaro Cárdenas se enfrentaba con el hijo de Raúl Salinas Lozano, otro priista.
Y aunque Carlos Salinas de Gortari ganó en aquellas polémicas elecciones, no por eso Cuauhtémoc perdió sus privilegios políticos, los cuales le llevarían después a ocupar la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal. Fue así como se inauguró una supuesta alternancia entre priistas y ex priistas.
A final de cuentas, la familia revolucionaria, con todo y sus cismas, se volvió a entender. Al menos así fue cuando Fernando Gutiérrez Barrios fue secretario de Gobernación.
Y aunque Andrés Manuel López Obrador encabezaba marchas desde Tabasco hasta el Zócalo capitalino, siempre se pudo entender con Don Fernando. Los dos eran liberales como Juárez.
Sin embargo, el reencuentro no duró mucho. Después de que Carlos Salinas de Gortari removió a su secretario de Gobernación, sobrevino una serie de trágicos eventos: el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, el levantamiento armado en Chiapas, el atentado contra Luis Donaldo Colosio y el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu.
Fue justamente en el sexenio salinista, en 1991, cuando el presidente, sin quitarse su camiseta, intentó ponerse otras dos. Una azul y otra que decía “Solidaridad”, pero se le despintó.
Una camiseta azul que le sirvió para ordenarle a Luis Donaldo Colosio, entonces presidente del PRI, que se reconociera en Baja California el triunfo del joven panista Ernesto Ruffo, y después para que se pusiera a Carlos Medina como gobernador de Guanajuato.
La otra camiseta de Carlos Salinas fue la de “Solidaridad”. La de una estructura política paralela al PRI que nunca llegó a cuajar. Cuando Salinas de Gortari dejó el PRI, esa camiseta se deslavó.
CAMISETAS ROJAS POR CAMISETAS FOXISTAS
En el año 2000 se intensificaron las defecciones priistas. Pero quienes cambiaron de camiseta no se fueron al PRD, sino al PAN, con Vicente Fox.
Florencio Salazar y Alfonso Durazo aparentemente también cambiaron de bando durante la campaña de Fox, pero no tuvieron que afiliarse al PAN.
Porfirio Muñoz Ledo declinó a su candidatura presidencial a favor de Fox.
Jorge Castañeda y Adolfo Aguilar Zinser, que habían colaborado en el Centro de Estudios del Tercer Mundo de Luis Echeverría y después apoyaron al PRD de Cuauhtémoc Cárdenas, se incorporaron al equipo de Fox. Y los dos ocuparon cargos importantes.
Además, el priista Francisco Gil Díaz fue designado secretario de Hacienda y el ex secretario particular de Luis Echeverría, Juan José Bremer, fue nombrado embajador de México en Estados Unidos.
La lista de priistas incorporados y asimilados al gobierno de Fox fue tan larga, que el panista Carlos Medina, cuando se cumplieron 10 años del triunfo foxista, dijo:
“En realidad (los panistas) no cambiamos nada. Solo nos dedicamos a administrar el viejo sistema”.
Las camisetas rojas de Calderón
“Todos llevamos un pequeño priista dentro”, cuenta Manuel Espino que le dijo Felipe Calderón.
Y sí hay que creerle. Porque al igual que Vicente Fox, Felipe Calderón incorporó a muchos tricolores en su gabinete.
Agustín Carstens en Hacienda, Luis Téllez en Energía, Jesús Reyes Heroles en Pemex, Enrique de la Madrid en Financiera Rural.
Eso sin contar el cambio de camiseta de quienes apoyaron a Felipe Calderón desde que andaba en campaña: Carlos Ruiz Sacristán, Genaro Borrego y Jesús Reyes Heroles.
Y no hay que olvidar la ayuda que los gobernadores priistas Eduardo Bours, Enrique Peña Nieto, Eugenio Hernández y Natividad González Paras le dieron a Felipe Calderón para sumarle votos en 2006.
Lo que sucedió después fue un auténtico desastre. Los panistas ya no sabían qué hacer. Si ellos se incorporaban al PRI, o dejaban que los ex priistas asumieran el control del albiazul.
Los priistas Javier Lozano Alarcón, Diódoro Carrasco, Benjamín González Roaro y Miguel Ángel Yunes, entre otros, se transformaron en “panistas” privilegiados.
Mario López Velarde, Rafael Moreno Valle, Guillermo Padrés y Gabino Cué ahora son gobernadores de Sinaloa, Puebla, Sonora y Oaxaca, respectivamente.
El tiempo ideal para cambiar
¿Cuál es el momento ideal para cambiar de camiseta?
Cuando las encuestas dicen que viene una “revolución” o una “involución”.
Porque como dice una vieja tradición, “primero está comer que ser cristiano”.
Y, hablando en términos de política:
“Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”.