Las Cuadritas, el legado humano

En el Centro de Guadalajara un lugar mantiene hoy la misión que se le encomendó desde finales del Siglo XVIII: alojar a los enfermos que arriban a la ciudad para tratarse en el Hospital Civil y que, dada su condición de pobreza, no tienen dónde pasar la noche: el Albergue Las Cuadritas
Luis Herrera Luis Herrera Publicado el
Comparte esta nota

[kaltura-widget uiconfid=”38045831″ entryid=”1_83sg6zqq” responsive=”true” hoveringControls=”true” width=”100%” height=”75%” /]

Muy pocas cosas logran hoy aferrarse a su esencia, persistir en aquello para lo que fueron hechas y defender a capa y espada su sentido más originario, el más suyo. Muchas menos las que existen desde hace dos centurias y, no obstante, el Albergue Las Cuadritas Fray Antonio Alcalde de Guadalajara sí pudo.

En este tiempo de sustancias desgravadas donde lo que abunda es lo volátil y lo creado para ser caduco y obsoleto, existe un sitio en el Centro fundacional de la ciudad que se presenta como una anomalía, y hace hoy exactamente lo que hacía en las postrimerías del Siglo XVIII, alojar a los enfermos y pobres.

El Albergue Las Cuadritas es parte del legado histórico para la ciudad de fray Antonio Alcalde, el mismo fundador de lo que serían instituciones fundamentales para el estado como el Hospital Civil o la casa de estudios pública de la entidad, la Universidad de Guadalajara.

A fines de ese siglo Alcalde impulsó la construcción de Las Cuadritas en la ciudad, una especie de proto-desarrollo popular para personas en pobreza, pero también para que ahí fueran albergados temporalmente los familiares que acompañaban a los enfermos que se trataban en el Hospital de San Miguel, el antecedente directo del Hospital Civil actual.

Esa misión es la que hoy persiste en el lugar.

“La vocación de fray Antonio Alcalde siempre fue cuidar a los grupos vulnerables, pero vulnerables por salud, él creo precisamente estas cuadritas o estos espacios  para que pudieran tener, sobre todo los foráneos, un espacio donde pernoctar y no estar afuera del hospital. Así empezó y así continúa”, dice Rubén Alberto Arroyo Ramos, el actual encargado del albergue.

Una vocación vigente aunque no sin avatares. En realidad, el lugar fue rescatado en el año 2000 del abandono en el que se encontraba a iniciativa de la asociación civil Galilea 2000, y en colaboración con autoridades de los tres niveles de gobierno. De esta manera, la última de las 158 viviendas originales de Las Cuadritas que quedaba, fue restaurada para ser el albergue que alguna vez fue, y que ahora sigue siendo.

Ahí se encuentra, por ejemplo, la señora Rosita, de Tanhuato, Michoacán.

“Estoy aquí porque mi esposo tiene insuficiencia renal, y pues ya tenemos siete años viviendo aquí en este albergue y nos tratan muy bien, aquí me siento más a gusto que ni en mi casa, y las personas que están son muy amables, (…) y pues mientras le llega su riñón a mi esposo pues aquí vamos a estar mientras; en el albergue”
Rosita

Las Cuadritas alojan tanto a las personas enfermas que reciben algún tratamiento en el Hospital Civil como a los familiares que los acompañan y ayudan. Alrededor de un 40 por ciento de sus usuarios son personas que vienen de otros estados del país, mientras que el otro 60 por ciento son habitantes de regiones de Jalisco, fuera de la metrópoli.

Su estancia en el albergue puede ser tan larga como el cuidado que requiere su padecimiento. Generalmente pasan los días de lunes a viernes en el lugar, y los fines de semana retornan a sus lugares de origen.

Rosita muestra el cuarto donde duermen él y su esposo.

“Aquí vivíamos con más personas, nomás que ya se van, ya tienen todo recogido porque se marchan. Aquí ya tenemos en este cuarto siete años,  y unos van, otros vienen, y nosotros nos quedamos aquí. Aquí tenemos amigas, como una familia, somos aquí en el albergue como una familia porque yo he conocido más personas buenas aquí que  en mi tierra, bendito sea Dios”.

Son cuartos reducidos. El inmueble, hoy con protección del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), permite vislumbrar cómo eran el resto de Las Cuadritas originales. Su traza está integrada básicamente por un pasillo de acceso que conduce a un patio central, rodeado por las habitaciones de hospedaje.

Ese espacio común al centro asemeja una pequeña plaza pública; niños, adultos y personas mayores lo comparten en paz, unos hablando quedo, otros, en un insondable silencio. En el corazón no hay un quiosco, pero sí un interludio de sombras que caen desde dos grandes árboles, y en el que hallaron lugar las figuras de un nacimiento.

Con bancas en derredor, se perciben ahí ausencias, la de lo vano y lo frívolo, la de ese afán por lo novedoso y el último gadget, la de la mezquindad y el estruendo de la mala política; ahí las personas conviven, a solas, con su finitud, muchas veces con la muerte como la posibilidad más propia, y con todo eso  a lo que nosotros preferimos rehuir la mirada.

En el albergue se acompaña psicológicamente a enfermos de males muy variados, desde convalecencias por operaciones o trasplantes, hasta cáncer, padecimientos del riñón y corazón, y otros. Tiene tres áreas, una para enfermos terminales y cancerología, otra para enfermedades generales y una infantil.

Las Cuadritas alojan tanto a las personas enfermas que reciben algún tratamiento en el Hospital Civil como a los familiares que los acompañan y ayudan

En el área de niños está Grecia, de 14 años, quien, con su mamá, viene de Manzanillo.

“Desde los ocho años tengo viniendo aquí a Guadalajara. Me hacen un cambio de sonda, desde que nací estoy enferma. Tengo un problema en el intestino que duro de 10 a 15 días sin hacer del baño y así nací”.

Y también Jesús, con sólo 9 años de edad, y originario de Colima.

Su mamá narra: “Le hicieron una operación multinivel, tiene parálisis cerebral y no puede caminar. Le dio meningitis cuando nació y por eso me quedó así, con parálisis cerebral”.

El albergue llega a atender hasta 2 mil personas en un año, de los que 25 por ciento son menores de edad, cerca de un 40 por ciento adultos y el resto personas de la tercera edad, como don Salvador, quien viene de Cojumatlán, Michoacán, y tiene 84 años de edad.

Está recibiendo un tratamiento en la próstata, y al cuestionarle qué padece, solo dice: “pues yo no siento nada. Sabe Dios”. Vino con su esposa. Se dedicaba al campo, sembraba maíz, jitomate, de todo, ahora, a la pregunta de a qué se dedica, responde “pues a nada, ya estoy viejo yo”, y aún: “aquí tengo un mes. Una cita allá, otra cita acá. Los amigos son muy buenos amigos, se portan bien todos”.

Alcalde habló de una “humanidad doliente”, era la de entonces, la de hoy y la de siempre.

El albergue llega a atender hasta 2 mil personas en un año, de los que 25 por ciento son menores de edad
Síguenos en Google News para estar al día
Salir de la versión móvil