Una ciudad desecada. Una metrópoli que se hunde. Una urbe en puertas de una crisis social sin precedente. Más de 20 millones de habitantes en riesgo.
El Valle de la Ciudad de México ha venido mostrando signos de agonía durante décadas.
La razón: una sobreexplotación de los mantos acuíferos que presagia una catástrofe, y que sin embargo, no ha servido para atenuar la escasez de agua que viven gran parte de sus habitantes desde hace varios años.
Como si fuera el guión de una película que anuncia el fin de la civilización a causa de un fenómeno natural de magnitudes bíblicas, también la Ciudad de México y su zona conurbada está a un paso del colapso.
Los signos son evidentes y a pesar de ello, poco se ha hecho por tratar de revertir la sentencia que pesa sobre la superpoblada metrópoli, que al día de hoy parece sostenida solo por alfileres.
Se calcula que entre el 60 y 70 por ciento del agua potable que consumen los habitantes de la Ciudad de México y los municipios circundantes proviene del subsuelo, esto es de los mantos acuíferos que se encuentran en la cuenca del Valle de México.
Hoy, estos acuíferos están agonizando.
El crecimiento desproporcionado de la población y el aumento de la demanda del vital líquido ha traído consigo una sobreextracción del recurso de los mantos acuíferos.
Aunado a ello, el crecimiento urbano de la zona ha ocasionado la invasión y destrucción de bosques y áreas verdes, que son las superficies de recarga naturales para los acuíferos. Cada vez se extrae más y cada vez es menos el agua que se recarga en los mantos.
Los expertos en hidrología y subsuelo recomiendan que nunca se permita una extracción superior al 40 por ciento de la capacidad de recarga media anual estimada del manto acuífero.
Actualmente se calcula que debido a la alta demanda de agua potable se están extrayendo al año unas 4 veces la capacidad de recarga de los acuíferos. Esto es mil por ciento el porcentaje sugerido para mantener el equilibrio y salud de los mantos.
Las consecuencias que podría traer para millones de habitantes esta explotación indiscriminada de los recursos naturales van más allá de la escasez del líquido, crisis que ya se vive en amplias zonas de la capital y el Estado de México y que se viene agravando con los años.
Las secuelas serán también una contaminación de los mantos acuíferos debido a la filtración de metales por su bajo nivel. Adicionalmente, con la reducción de nivel del manto friático se acelera el fenómeno natural de hundimiento, trayendo consigo grietas y daños estructurales.
Para José Luis Luege Tamargo, ex titular de la CONAGUA, la Ciudad de México se encuentra cerca del colapso debido a la gestión irresponsable de los mantos acuíferos y la falta de planeación en alternativas.
“El acuífero está agonizando, lo estamos aniquilando, porque estamos extrayendo mucha más agua de su capacidad natural de recarga. Vamos a llegar a una crisis inmanejable, a una verdadera catástrofe”, asegura.
Por su parte, el Doctor Antonio Hernández Espriú, coordinador del Grupo de Hidrogeología de la Facultad de Ingeniería de la UNAM, afirma que se pueden hacer esfuerzos más grandes para gestionar de mejor manera el recurso natural y de esta forma mitigar los riesgos.
“Hay un desequilibrio entre lo que sacamos y lo que se recarga naturalmente, sin embargo el acuífero, al ser un recurso renovable, si se gestiona de una mejor manera puede revertir muchos de los efectos indeseables que hasta el momento tenemos”.
Se repiten los errores
En la primera mitad del siglo XX, con el crecimiento en la Ciudad de México, ya se empezaba a advertir que el agua proveniente del subsuelo no sería suficiente para abastecer a la población, además de que se empezaban a ver los primeros signos de exceso de extracción.
Hacia finales de la década de 1920 empezó a tomar fuerza el proyecto de llevar agua del río Lerma, en el Valle de Toluca, hacia la Ciudad de México, sin embargo, no sería sino hasta 1942 cuando se iniciaron los trabajos, mismos que culminaron en 1975.
A pesar de una gran sequía en 1960 y advertencias sobre la problemática del agua, la ciudad siguió creciendo, y pronto el sistema Lerma resultó insuficiente, por lo que fue necesario buscar nuevas fuentes de abastecimiento, esta vez el río Cutzamala.
En 1976 se inicia la segunda etapa de lo que hoy se conoce como el sistema Cutzamala, el más importante de almacenamiento, conducción, potabilización y distribución de agua potable para la Ciudad de México y el Estado de México.
Hacia finales de 1980 y principios de 1990 el sistema se consolidó, sin embargo, las señales de alerta presentes desde décadas atrás fueron ignoradas, llegó más agua a la Ciudad de México, pero no se planeó a futuro, no se mitigó la sobreexplotación del subsuelo, y siguió el crecimiento de la metrópoli.
Hoy se calcula que la población en la Ciudad de México y la Zona Metropolitana es alrededor del doble que en la década de 1970, cuando se comenzó a desarrollar el Proyecto Cutzamala, y en los últimos años el crecimiento ha sido desacelerado.
No obstante los esfuerzos por encontrar nuevas fuentes de abastecimiento para el Valle de México no fueron acompañados por una correcta planeación urbana, lo que ha ocasionado que nuevamente estemos frente a una crisis de desabasto.
En la Ciudad de México, principalmente en el oriente, en las delegaciones Iztapalapa y Tláhuac es en donde la población sufre de manera más fuerte la escasez del vital líquido, por lo que las pipas abastecedoras son ya un elemento más del entorno, aunque siguen siendo insuficientes.
Pese a que hay estudios de viabilidad para nuevas fuentes externas de abastecimiento como Tula, en Hidalgo, o la presa de Necaxa, en Puebla, hasta el momento no hay en marcha un proyecto serio debido a su altísimo costo y dificultades técnicas, además de que no se resolvería el problema de inmediato porque serían planes a largo plazo.
También hay propuestas que podrían ayudar a reducir los riesgos de la sobreexplotación del subsuelo y atenuar el desabasto como la modernización de la red, la construcción de infraestructura adicional o el tratamiento de aguas residuales, pero tampoco ha habido avances significativos.
Otra medida interesante que se plantea ya en muchos países es el de recarga gestionada de acuíferos, esto es ingresar agua artificialmente, por ejemplo a través de aguas tratadas, que se pueden infiltrar a través de pozos o lagunas de infiltración.
¿Por qué nos hundimos?
La subsidencia, mejor conocido como hundimiento, es un fenómeno natural que vive la cuenca del Valle de México y que se viene dando desde hace siglos por las características geológicas del asentamiento, sin embargo, expertos advierten que la extracción de agua de subsuelo acelera el proceso.
“Estaría presente en una magnitud mucho menor aunque no extrajéramos ni una sola gota de agua, porque estamos asentados en sedimentos arcillosos, deformables, que de manera natural generan subsidencia, por supuesto que si sumamos cualquier efecto antropogénico se va a acelerar este proceso”, señala el doctor Antonio Hernández Espriú.
El catedrático de la Facultad de Ingeniería de la UNAM considera que al no ser un fenómeno natural escandaloso, sino lento y constante, la ciudadanía ya se ha acostumbrado a convivir con él por décadas, aunque en los próximos años podrían sentirse mayormente sus efectos.
“Es algo que silenciosamente vamos viviendo día a día, vamos teniendo efectos urbanos indeseables y la ciudadanía ya se ha acostumbrado a grietas, facturas, fallas, y podría aparecer una nueva fractura en Xochimilco, en Iztapalapa”.
Recientemente, el grupo de Hidrogeología de la UNAM, coordinado por Hernández Espriú presentó el primer mapa de vulnerabilidad de la Ciudad de México, donde por primera vez acoplaron el fenómeno de subsidencia y la susceptibilidad de un acuífero a contaminarse.
Como resultado, el grupo observó que la zona oriente de la Ciudad de México, es la más susceptible a generar problemas de contaminación en el acuífero y las zonas donde hay mayor hundimiento y por ende riesgo de daños estructurales y agrietamiento.
El riesgo no es por que se esté extrayendo una cantidad excesiva de agua en Tláhuac o Iztapalapa, señala el catedrático, sino porque son las zonas en donde hay un mayor espesor de sedimentos arcillosos, mismos que favorecen el hundimiento.
Hernández Espriú advierte que a pesar de algunas investigaciones como la que recientemente presentaron hace falta un mayor esfuerzo, mejores estudios para comprender el fenómeno y por tanto tratar de gestionarlo.
Alerta de seguridad
José Luis Luege Tamargo, exdirector de Conagua, advierte que ante el problema de escasez de agua y la sobreexplotación de los mantos acuíferos en la Ciudad de México se deben tomar medidas urgentes, pues es una cuestión de seguridad nacional.
“Es la capital del país, aquí están los poderes, el centro económico y política. Un colapso en la ciudad por una caída drástica en el abastecimiento del agua es la quiebra del país. Si no hacemos nada, en 10 años esto se va a un colapso y desaparecemos”.
El también extitular de Semarnat y Profepa cree que a pesar del carácter urgente es un problema que se podría resolver, si se toman medidas de largo alcance que significa una inversión muy fuerte.
“El objetivo central es disminuir la sobreextracción del agua. Es de tal grado el deterioro del acuífero. Es tal la situación de crisis a la que hemos llevado el acuífero que nos va a alcanzar el destino”.
Entre las propuestas de Luege Tamargo está la implementación de un programa emergente para eliminar las fugas, que hoy representan un alto porcentaje de la pérdida del agua potable; para ello propone sectorizar la red, hacer redes más pequeñas para limitar las fugas a un área más pequeña.
También señala que es imperativo que la ciudad comience a tratar y reusar sus aguas negras, un rubro en el que hay un retraso significativo en comparación a otras capitales del mundo.
Y por supuesto, la necesidad de contar con otras fuentes de abastecimiento de agua.
Hasta el momento, la opción más viable es el sistema de suministro de Necaxa, aprovechando la infraestructura de la hidroeléctrica construida a principios del siglo XX y que durante años surtió de energía eléctrica al centro del país.
“Se pagaron estudios. Resultó ser el proyecto de mayor viabilidad y capacidad para el futuro del abastecimiento de agua para la Ciudad de México. El estudio de factibilidad económica y técnica está concluido, se realizó a finales del sexenio pasado”, dijo Luege Tamargo.
Los estudios, realizados durante la gestión de Luege Tamargo en Conagua han demostrado la viabilidad técnica, sin embargo en la presente administración no han volteado a ver el proyecto, quizá debido a la alta inversión requerida, que necesitaría financiarse a través de una asociación pública privada.
“Cuando queramos reaccionar, los políticos, los industriales, los empresarios, la sociedad, va a ser demasiado tarde. ¿Por qué? Porque cualquier proyecto que implique traer un volumen adicional para la Ciudad de México, primero, es muy costoso, es muy complejo desde el punto de vista ambiental, técnico y tercero lleva tiempo, mucho tiempo”, concluye el exfuncionario.