“Hubo consenso y se decidió que viniera el maíz morado, el maíz amarillo, el maíz rojo y el maíz blanco, y de esto se hicieron nuestros huesos, nuestra sangre, nuestra carne”, dice el Popol Vuh.
El campo mexicano se encuentra en una vorágine difícil de superar.
El control del mercado de los alimentos ha sometido a los campesinos a una dinámica de producción que parece dinamitar una forma de vida tradicional.
Producir maíz de manera extensiva es un proceso caro, sacrificado y las ganancias son mínimas.
En junio de este año, productores del estado tiraron más de ocho toneladas de maíz a las afueras de la Secretaría de Economía exigiendo el paro a la importaciones de maíz blanco proveniente de Sudáfrica.
Y es que, bajo el pretexto de las heladas de Sinaloa de 2010 y la sequía de Jalisco en 2011 y 2012, el gobierno mexicano permitió la entrada de más de un millón 516 toneladas de maíz blanco en plena temporada de cosecha.
Eso afectó a las economías de los productores pequeños pues ya no hubo mercado para colocar su producto.
De abril de 2011 a marzo de 2012 se habían invertido más de 424 millones de dólares para la compra de un millón 228 mil 817 toneladas de maíz blanco.
Sumado a lo anterior, la entrada de las siembras experimentales de transgénicos permitida por el Senado a empresas como Monsanto, ponen en mayor peligro la vida productiva del campo.
Las opciones se reducen, algunos prefieren rentar sus tierras al mejor postor, emigrar a la ciudad y dejar el campo como modo de vida.
Pero en ese contexto, existen algunos esfuerzos en el estado por mantener con dignidad la herencia de la tierra, abandonar los cultivos llenos de pesticidas y volver a lo tradicional.
Y es que en estos casos, los productos orgánicos son más que una moda o una forma sana de consumo: también es una forma de vida para campesinos jaliscienses que buscan dignificar su trabajo.
La lucha por el maíz
“Defendemos esto, porque no solo es la identidad de la gente, es nuestra independencia”, dice sin reparos Espiridión Fuentes, campesino del municipio de Ixtlahuacán de los Membrillos mientras sostiene en sus manos una mazorca de su cosecha.
No es una mazorca común, es maíz blanco, ancho y grande que viene de Sinaloa, de donde también es originario el entrevistado.
Hace 12 años que Fuentes decidió abandonar el esquema de producción extensiva de maíz para dedicarse al campo de otra forma.
“Es injusto el proceso de comercialización de la agricultura; no tienes ganancias ni modo de vivir una vida más digna”, critica el productor asociado a la Red de Alternativas Sustentables Agropecuarias (RASA).
Esta organización de origen campesino, que tiene más de 12 años generando espacios para el intercambio de conocimientos de agricultura, opera en 24 municipios del estado.
Espiridión Fuentes critica la forma en que se han desarrollado las políticas del campo en México.
A su modo de ver, en los últimos 20 años se ha perdido la dignidad del trabajo del campesino.
Dice que ahora “se sufre de hambre” porque la gente se creyó el cuento de los monocultivos como negocio.
“Nosotros nos preguntamos cómo volver a ser agricultores, cómo volver a la tierra. No la tenemos que ver como la maquinita de dinero que nos cuentan que es, sino como un modo de vida, como un ser vivo que es indispensable para la vida de la gente”.
México es el país de origen del maíz. Se tienen registros de más de 200 tipos de granos.
Pero con la llegada de las especies híbridas en los últimos 20 años, las semillas nativas se han ido perdiendo.
El año pasado, el Senado permitió la siembra experimental de maíz transgénico en poco más de 2 millones de hectáreas en Sinaloa y Veracruz. Con ello, productores como Espiridión anticipan la desaparición del maíz criollo.
El gran conflicto sobre los transgénicos es que en la modificación del ADN, el grano del maíz ya no se reproduce. Solo da granos una vez y luego se muere. Y a esto se le llama autocastración.
Es así como las milpas pierden su valor, mientras que las tierras se deterioran temporada tras temporada.
La entrada de los transgénicos a México, según explica Fuentes, es una forma de control del mercado de los alimentos. Y con ello, de las sociedades enteras.
Las grandes empresas venden los granos patentados y eso incluye una tecnología (químicos, pesticidas, fertilizantes) con los que la planta crece.
También se necesita de agua abundante, “es una mentira la que nos hicieron creer que los transgénicos resisten a las sequías”, explica Espiridión Fuentes
Pero una vez cosechado, el maíz se vende a precios de mercado, hoy controlado por las importaciones, la tierra queda dañada, la economía de los agricultores no se repone mientras que la pobreza en el campo apremia.
La migración a la ciudad se vuelve una obligación y con ello el consumo de productos en grandes supermercados. Eso, en la lectura del campesino.
Ante este panorama, organizaciones como RASA han buscado generar espacios de agricultura orgánica, además de llevar registros de los granos que se producen en diversas regiones del país.
Cada año, en la red se hacen intercambios de granos. En 2012, en la parcela de los Fuentes fueron sembradas 35 variedades. Entre ellas, maíz blanco de Sinaloa, amarillo de Tamazula y rojo de Chiquilistlán, estos dos últimos de sabor dulce.
Maíz blanco del centro de Oaxaca, otros negros y rojos de la sierra Mixteca alta.
Maíz español, de color tinto intenso, y naranja de la sierra Huichola.
Debido a la escasez de la lluvia de temporal, no todas las milpas produjeron. No obstante, se espera que a finales de diciembre, los granos de las 35 especies estén completamente secos. Luego vendrá un proceso de selección.
Los mejores granos se conservarán con ajos dentro de una bodega sin luz hasta la próxima temporada.
Los demás serán para el autoconsumo.
Mientras tanto, se prepara el abono, se pone a trabajar al ejército de lombrices que convierten la basura orgánica en composta y se refresca la tierra.
Comercio justo
Durante todo el año se cultivan a través de RASA otras 150 especies de plantas, hortalizas, hierbas de olor que sirven para el autoconsumo, pero que después se comercializan en la ciudad.
De hecho, este es otro de los problemas que enfrentan los campesinos: la ciudad no ofrece espacios para la venta de sus productos porque están a precio de mercado.
“No hay formación ni conciencia sobre el tipo de producto que se produce de forma orgánica”, indica Fuentes.
Además, al no generar una producción masiva de cada alimento, la transportación y venta de sus productos se vuelve más costosa para el agricultor.
El lado positivo de esto es que se generan mercados internos en las comunidades que suelen ser más sólidos. En algunos casos se opta por el intercambio.
Organizaciones como el Círculo de la Producción han creado una red de comercialización en mercados y tianguis de alimentos orgánicos.
En Guadalajara, cada sábado se instala el Ecotianguis, donde se puede tener acceso a productos de todas las regiones.
También se organizan Ecofiestas agroecológicas.
Ahí las personas pueden participar en talleres sobre producción de huertos y cuidados de la tierra.
Las ecofiestas se realizan en los ranchos de los productores, donde también se ponen a la venta sus productos.
Lejos del Arca de Noé
En noviembre del 2011 la comisión de Agricultura y Ganadería del Senado –presidida entonces por Alberto Cárdenas Jiménez, actual regidor de Guadalajara- dio luz verde a la entrada de transgénicos al país.
Cinco meses después, en marzo del 2012, el gobierno federal inauguró el Centro Nacional de Recursos Genéticos (CNRG). Un proyecto ambicioso que tuvo un costo de 396.5 millones de pesos.
Ambas decisiones de gobierno son contradictorias.
Pues mientras en el monumental edificio del CNRG se resguardan más de 19 mil semillas de especies vegetales, entre ellas el maíz, la autoridad da manga ancha a las empresas trasnacionales para hacer uso del suelo y experimentar.
La empresa Monsanto solicitó al Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria (Senasica) 700 mil hectáreas en 10 municipios de Sinaloa para el cultivo comercial de maíz transgénico.
En tanto que la empresa Pioneer Hi-Bred International –empresa filial de Du Pont- pidió en 351 mil 284 hectáreas en siete municipios de Tamaulipas.
Tanto la construcción del CNRG –también conocido como el Arca de Noé- como para la entrada de semillas transgénicas en el país, se argumentó que era un esfuerzo por combatir al cambio climático.