África abre sus ojos en Tapachula, Chiapas. Son las ocho de la mañana y el día comienza para cuatro mil personas de origen africano que no ven sus hogares desde hace más de dos meses. Migraron para sobrevivir y ahora viven en casas de campaña al alcance del calor, la lluvia y de enfermedades como el dengue.
Su rutina en la ciudad chiapaneca inicia de forma regular. Niños migrantes que encuentran el equilibrio para poder dar sus primeros pasos, mujeres embarazadas y hombres jóvenes cepillan sus dientes cerca de la carretera.
Una joven le quita el pañal a su hija y le da un baño con agua que recoge de la lluvia o el río.
El breve ritual de limpieza de esa familia se replica varias veces afuera de la estación migratoria siglo XXI.
Personas que provienen de 16 países africanos viven en un campamento afuera de estas oficinas del Instituto Nacional de Migración desde hace 42 días.
Los africanos acampan a unos metros de la estación porque no tienen dinero para rentar un cuarto, pero también como una forma de protesta porque aseguran que el Instituto no les otorga oficios de salida para continuar su camino por territorio mexicano y llegar a Estados Unidos o Canadá.
Nacha es una mujer que camina con la espalda arqueada para soportar el peso de una panza de seis meses de embarazo.
La joven tiene 33 años y nació en la República Democrática del Congo o el Congo belga como ella nombra a su país.
La mujer congoleña cuenta que decidió migrar porque creció en una nación con muchos problemas políticos y con una guerra civil.
Luis Alonso Zamora Villalobos, académico experto en África, explica que hay diversos problemas latentes, sobre todo en la zona oriental del Congo: el brote de ébola, conflictos étnicos, el acceso a recursos acuíferos y agrícolas y la presencia de grupos delictivos que trafican con personas, armas, diamantes y uranio.
Ante estos conflictos, Nacha decidió dejar su país con la ayuda de una organización de la que prefiere no dar detalles.
Primero llegó a Argentina, pero ahí enfrentó problemas relacionados con el racismo y decidió emprender su camino hacia el norte por partes de la selva sudamericana hasta que quedó atrapada en México, en Chiapas.
La mujer congoleña y el resto de integrantes del campamento tienen problemas para conseguir comida. Una mujer calienta una sopa de verduras que preparó hace cuatro días y que raciona desde entonces, pues sabe que será complicado conseguir alimento otra vez.
Otros migrantes africanos logran comer una vez al día gracias al apoyo de una asociación evangélica, pero antes de recibir cualquier alimento tienen que orar y escuchar versículos de la biblia.
A las 10 de la mañana llega al campamento lo que Guadalupe Aguilar, integrante de la organización religiosa, describe como “el alimento para el alma y el cuerpo”.
Un migrante alto con cabello rubio se coloca cerca de una camioneta roja que tiene la leyenda “Jesús es mi rey”. Enfrente de él se forman más de 100 niños con el estómago vacío. El joven funciona como intérprete entre un pastor y los pequeños de entre 5 y 10 años.
Después de escuchar las palabras bíblicas, los pequeños reciben sopa de codito y una pieza de pan, no obstante, Aguilar admite que la comida solo alcanza para 200 o máximo 300 personas, pero los africanos que se encuentran en Tapachula son cuatro mil.
Muchos africanos no alcanzan sopa y otros no están interesados en la comida de los evangélicos.
Justo en el momento que llegan los integrantes de la asociación religiosa, algunos migrantes deciden dedicar el tiempo a sus propias creencias: algunos son cristianos y asisten a misa debajo de una carpa y otros son musulmanes que huyen de la persecución religiosa en Mauritania.
Otro problema al que se enfrentan es que nadie les quiere dar empleo en Tapachula.
Los empleadores argumentan que solo contratan mexicanos, pero los africanos observan que los centroamericanos y cubanos sí obtienen trabajo en tiendas o restaurantes. Ellos consideran que el racismo de la sociedad mexicana es la que los tiene aislados y sin trabajo.
“A las mujeres embarazadas nos cierran la puerta de la farmacia para que no entremos y nos dicen que solo son para los mexicanos. Es una cuestión de racismo”, explica Nacha.
La mujer del Congo está preocupada por sus hijos pequeños porque viven en el campamento entre lluvia y lodo y se arriesgan a que un mosquito los contagie de dengue.
“(La Comisión Nacional de los) Derechos Humanos de México no es capaz de mirar que todos están viviendo entre la lluvia. Un mes más acá y las personas pueden morir de dengue porque hay muchos casos en Chiapas y parece no terminar”, dice la mujer migrante.
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Unidos por sus problemas
Los migrantes africanos atrapados en Tapachula, Chiapas están unidos. Estas personas en situación de movilidad crearon un grupo que se llama Asamblea de migrantes africanos y africanas en Tapachula.
“Cuando te encuentras fuera del continente es mejor ser unido para planificar qué podemos hacer porque todos nos encontramos acá por el mismo problema”, explica Pablo, representante de la asamblea que integra a los cuatro mil migrantes de 16 países.
Además, juntos intentan derrocar las barreras idiomáticas con las autoridades migratorias y la población de Tapachula. En la asamblea solo dos personas hablan español a la perfección, pero sirven como intérpretes para los migrantes que hablan portugués, francés e inglés.
Aunque intentan ayudarse entre ellos, los africanos no logran obtener documentos para salir de Chiapas.
El Instituto Nacional de Migración no permite que avancen hacia el norte del país desde el 7 de junio, fecha en que el gobierno de México y el de Estados Unidos llegaron a un acuerdo que deja en suspenso la aplicación de aranceles a productos mexicanos y compromete al gobierno de AMLO a registrar y controlar las entradas de migrantes, así como a desplegar a la Guardia Nacional por todo el territorio, en especial en la frontera sur.
“Llevamos cuatro meses abandonados y sin salir. Yadira (de los Santos Robledo) nos frena aquí, es una violación a los derechos humanos. Somos maltratados porque somos negros. Para todos los migrantes hay documentos y condiciones, menos para nosotros”, comenta Pablo, quien se refiere a la titular de la oficina de representación del Instituto Nacional de Migración en Chiapas.
El representante de la Asamblea añade que cuando el Instituto no otorga documentos a los migrantes africanos viola los artículos 11 y 14 de la Ley de migración.
El artículo 11 estipula que los migrantes tendrán derecho a la procuración e impartición de justicia independientemente de su situación migratoria y se respetará en todo momento el derecho al debido proceso, así como a presentar quejas en materia de derechos humanos, de conformidad con las disposiciones contenidas en la Constitución y demás leyes aplicables.
“En los procedimientos aplicables a niñas, niños y adolescentes migrantes, se tendrá en cuenta su edad y se privilegiará el interés superior de los mismos”, puntualiza el apartado.
Por otra parte, el artículo 14 indica que cuando el migrante no hable o no entienda el idioma español, se le nombrará de oficio un traductor o intérprete que tenga conocimiento de su lengua para facilitar la comunicación. Este punto también detalla que se aplica sin importar la situación migratoria de la persona.
Sin embargo, los migrantes africanos denuncian que en las oficinas de la estación Siglo XXI en Tapachula, Chiapas no reciben atención en sus idiomas y las autoridades migratorias no cubren sus derechos básicos como alimentación.
“Estamos viviendo acá una vida inhumana. Acá encontramos una realidad que no encontramos en ninguno de los países que pasamos. México, en especial en Chiapas, es el país que peor trata a los migrantes. Es una realidad imposible”, comenta Pablo.
El representante de la Asamblea denuncia que el Instituto Nacional de Migración les otorga medidas paliativas que no les permiten avanzar hacia el norte de México, por ejemplo, les entregó un documento para salir en 20 días por la frontera del país con Guatemala.
Los migrantes africanos también obtuvieron ocho amparos mediante el apoyo de su abogado Luis Villagran para que 812 personas pudieran avanzar hacia la frontera norte de México, pero la titular de la Oficina de representación del INM en Chiapas dijo que estos documentos solo sirven para evitar deportaciones, pero no permiten salidas.
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Protesta y hartazgo
Los migrantes africanos han realizado seis marchas en la ciudad chiapaneca de Tapachula a lo largo de 42 días de protesta, pero el lunes de la última semana de septiembre fue diferente.
Su séptima manifestación tiene como protagonistas a niños que saben el significado de las palabras racismo, mafia y libertad antes de cumplir 12 años.
Ricardo, un menor angoleño, camina en la primera fila del contingente con sus amigos del Congo y Camerún. Los pequeños levantan pancartas con las frases “libre circulación para todos”, “igualdad”, “stop corruption”, “we are here to pass not to stay” y “we need freedom”.
Los niños y adultos africanos protestan de una forma especial. Los chiapanecos que los han visto tomar las calles en diversas ocasiones aún se asombran y los graban cuando pasan afuera de sus casas.
“Somos migrantes y no necesitamos manifestarnos de forma agresiva. No queremos que las personas piensen que somos agresivos y por eso lo hacemos cantando”, explica Pablo, representante de la Asamblea.
Los migrantes elevan las manos en el aire mientras cantan y bailan música que deja atrás sus barreras idiomáticas. Cuando todos mueven sus caderas, nadie recuerda que libertad no se escribe igual en portugués, francés e inglés o que no es lo mismo huir de Mauritania que de Eritrea.
La música es un lenguaje que tienen en común para pedir al gobierno mexicano que les dé documentos para poder salir de Tapachula y continuar su camino.
Sus marchas también reflejan conocimiento de la historia de la defensa de los derechos de las personas negras. Los niños levantan carteles con dibujos del activista Martin Luther King, el expresidente Barack Obama e incluso el actor Will Smith.
Desesperación ante el encierro en Chiapas
Después de dos, tres o hasta cinco meses de espera, la mayoría de los africanos que viven en Tapachula están desesperados. Al lado del Parque Central Miguel Hidalgo ya no quieren hablar sobre sus historias personales con periodistas. Quieren respuestas, no promesas.
Están decepcionados de los medios locales y algunos nacionales que inventan que todos los migrantes africanos tienen ébola o VIH, pero lo que realmente los tiene cansados es que no son escuchados por los gobiernos de los tres niveles y nadie les otorga un documento que les permita continuar su camino a la frontera norte del país.
Ante esta situación de desesperación, Pablo asegura que poco a poco los cuatro mil migrantes consideran avanzar en caravana por territorio mexicano como lo hicieron los centroamericanos este año, sin embargo, no cuentan con el apoyo de ninguna organización que los proteja.
Irineo Mujica, director de la organización Pueblo Sin Fronteras, asegura que los migrantes africanos en Chiapas necesitan una organización para visibilización y otras gestiones, pero ahora las asociaciones que defienden los derechos de los migrantes están criminalizadas y comenta que las autoridades han perseguido a los líderes de las caravanas o a las personas que ayudan a los migrantes como si fueran criminales.
“No persiguen a los carteles que operan en la zona, pero sí persiguen a los defensores de migrantes y les fabrican delitos”.
Además, Mujica asegura que Pueblo Sin Fronteras no quiere interferir en una caravana de migrantes africanos porque considera que Donald Trump utiliza estos grupos para reforzar su campaña antimigrante ante las próximas elecciones presidenciales de 2020.