A sangre y fuego cayó la gran ciudad de Tenochtitlán el 13 de agosto de 1521. Los españoles ganaron porque sitiaron la ciudad; impidieron la llegada de alimentos y agua dulce; trajeron enfermedades, como la viruela, que se propagaron de forma brutal entre los indígenas, y porque se desató una especie de guerra civil en la que muchos pueblos nativos se pusieron en contra de los tenochcas.
Fueron 75 días de resistencia del pueblo mexica, en los que soportaron ataques, hambre, enfermedades y sed; sin embargo, finalmente, al límite de sus fuerzas, el tlatoani Cuauhtémoc decidió entregarse y terminar con el sacrificio de su pueblo. Así, la caída de la urbe mexica marcó la incorporación de Mesoamérica a la Corona española.
Después de la guerra, llegaron situaciones derivadas de la imposición española a la sociedad indígena, como la evangelización, el cobro excesivo de impuestos, la esclavitud y las diferencias sociales, marcadas por el origen y el color de piel.
Desgraciadamente, esta realidad que se vive en el país involucra también a personas y grupos cuyos rasgos son relacionados con otras razas u orígenes étnicos. Entre menos blanca sea la piel de la gente, aumentan más las posibilidades de que sus derechos sean violentados o negados.
Si bien el actual Gobierno federal ha venido resignificando la historia y enalteciendo las culturas indígenas de México, sus acciones se quedan cortas ante el panorama que azota al país. Pues más allá de sólo cambiar el ángulo para pasar de la caída de Tenochtitlán a la conmemoración de los 500 años de resistencia indígena, se requieren acciones que verdaderamente marquen la diferencia fuera de un simple discurso.
A lo largo de la historia y, de acuerdo con expertos, el gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador es el que más interés ha mostrado por las comunidades indígenas y el patrimonio histórico mexicano; sin embargo, no todas sus acciones son aplaudibles.
Por ejemplo, el año pasado se dio la orden de recortar el 75 por ciento de los gastos de operación del Instituto Nacional de Antropología e Historia, lo que afectó a 194 zonas arqueológicas, 162 museos y 515 monumentos históricos del país.
Por lo que la construcción de la primera reproducción monumental a escala del Templo Mayor del México Tenochtitlan, “HueyTeocalli”, donde se proyectará por las noches Memoria Luminosa, en el Zócalo de la Ciudad de México, parece una burla.
Primero, porque el equipo encargado del Proyecto del Templo Mayor, el cual está a unos metros de la maqueta que “busca emular la magnificencia arquitectónica de lo que significa el Gran Teocalli”, vive una de sus peores crisis financieras, por la llamada austeridad republicana; y segundo, porque hace algunos meses colapsó la techumbre que protegía parte de este recinto y a la fecha no ha sido retirada.
Así, a 500 años de historia, el panorama no parece haber cambiado mucho, porque como dice una de las muchas pintas en las vallas de la maqueta monumental como forma de protesta: “a lo indígena se le admira en los museos y se les margina en la vida real”.
Años de ignorancia y deudas a pueblos indígenas
¿Quiénes son los vencidos y los vencedores? Carlos Arturo Hernández Dávila, etnólogo, maestro y doctor en Antropología Social por la Escuela Nacional de Antropología e Historia, habla sobre este capítulo de la historia que ha dejado grandes deudas a los pueblos originarios.
Para el también etnólogo, se tratan de esfuerzos que iniciaron, al menos, desde el 2018 por parte de la Secretaría de Cultura de la CDMX, con la llegada de la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, y el entonces secretario de Cultura, José Alfonso Suárez del Real. No obstante, desde su perspectiva, son parte de una inventiva.
Un ejemplo es el reciente cambio de nombre de la Calzada Puente de Alvarado por México-Tenochtitlán.
“En Facebook muchos cambiaron el nombre de la estación Olivos y le pusieron Estación de la Noche Triste, para decir ‘está bien tu celebración, maquetas e inventos, pero al día de hoy los pueblos originarios de Tláhuac tienen otras noches tristes, como cuando los Metros se caen”, expresa.
De acuerdo con Dávila, la invención de los vencidos fue un asunto que surgió en los siglos XIX y XX, cuando ya se revisaba con ojos más críticos la historiografía que relata la “Caída de Tenochtitlán,” una macro rebelión de pueblos de una buena parte de Mesoamérica contra los tenochcas. De aquí surge la gran duda, ¿quiénes son los vencidos y los vencedores?
“Los mexicas fueron vencidos, pero los vencedores no fueron los 300 españoles que venían, los 10 mil tlaxcaltecas, los pueblos del centro y norte, de lo que ahora es Oaxaca, que también se aliaron con los conquistadores, los otomíes del Valle de Toluca, que después de la caída de Tenochtitlán ayudaron a pacificar el Valle de Matlatzinco. Entonces, parece que el gobierno de México quiere reinventar a los vencidos y esto es una farsa histórica”, relata.
En realidad, hubo una multitud de pueblos que se aliaron a los españoles, o andaluces, y que se desarrollaron junto con los conquistadores. Tan es así, que el antropólogo recuerda que el santo católico más venerado en toda América Latina y en México es Santiago, quien primero había sido Santiago Matamoros, es decir, que había ayudado a la reconquista de España contra los árabes, a principios del siglo XVI; posteriormente se convirtió en un aliado de los españoles e indígenas para derrotar a las tropas mexicas. Es este mismo personaje que, la mayoría de los pueblos, venera.
“Si les dijéramos a la gente de San Pedro Cholula, en el Valle de Toluca, que se cumplen 500 años, ellos responderían ‘nos vale madre, lo que sí nos interesa es que nos plantaron una autopista que nadie pidió de Xochicuautla a Toluca, eso es lo que nos interesa, y pasaron por encima de tierras ejidales, que no pidieron permiso. dijeron que era un proyecto para revalorar el precio del catastro de las tierras con un negocio inmobiliario de la familia priista mexiquense’”, explica.