Después de cinco años de rodaje intermitente, Everardo González estrenó este testimonial de 10 países y sus desiertos, Yermo.
En la planicie interminable del desierto gélido de Mongolia, al interior de una yurta —casa portátil— junto a una familia nativa del lugar, Everardo González parece un “hombre orquesta” al portar una cámara y equipo de sonido, y malabarear con ellos.
El documentalista mexicano acompaña a Alfredo de Stéfano, fotógrafo coahuilense, quien le propuso dar seguimiento a su labor de imagen en 2012. Son los únicos hispanoparlantes en kilómetros, por lo que su habilidad de comunicación con los lugareños depende de la escueta traducción que les hace un guía que los llevó hasta este paraje inhóspito y de recio frío, en uno de “los confines del mundo”.
Fue hasta después de cinco meses de este rodaje, en 2013, que se empezaron a revelar los secretos a través de una traducción fidedigna y tras los accidentes vocales, más trabajo de edición, se descubrió un dulce error hecho documental.
Así comienza Yermo, la nueva película de González, que le tomó un lustro completar y que este 2020, en momentos de confinamiento, presenta al mundo para reflexionar sobre las miradas desconocidas e invisibles.
Everardo González platicó cómo este proyecto evolucionó de capturar sólo los desiertos de Atacama (Chile), Thar (India) y Sahara Occidental (Marruecos), entre otros, a describir el modo de vida de quienes habitan estos parajes lejanos de la llamada civilización moderna.
“Como el proyecto no había nacido originalmente con la intención de hacer una película o un documental, pues yo no había hecho mucha investigación, dependía de los lugares a los que Alfredo me llevaba, de la gente que estaba; entonces, sólo tenía retazos, pero sentía que algo se podía construir y le hice la propuesta de trabajar mejor una película que hablara sobre el ser humano y los desiertos”, describe el cineasta, en videollamada.
En la gira virtual de documentales Ambulante, Yermo se vio por primera vez en México. González ya tiene invitaciones de otros festivales como el Santiago Festival Internacional de Cine, en Chile, que precisamente este año se realizará en su versión en línea del 16 al 23 de agosto, por lo que el director no descarta que su película siga en otras muestras por Internet debido al confinamiento que se vive en gran parte del mundo.
Un descanso a la violencia
El documental de González dista de sus dos antecesores, El paso (2016) y La libertad del diablo (2017), testimoniales de alto calibre de violencia en México. El cineasta revela que Yermo se hizo justo entre la realización de estos dos.
“Era un momento de tregua, después de estar filmando una película tan compleja como La libertad del diablo, para después irte un mes a uno de los desiertos más bellos del mundo y estar ahí abstraído en la nada”, platica.
El paso sigue la vida de mexicanos que tuvieron que migrar de Ciudad Juárez, Chihuahua, a Texas, Estados Unidos, esto debido a la inseguridad; mientras que La libertad del diablo describe los testimoniales de quienes han sobrevivido al horror del crimen organizado.
Al igual que sus anteriores trabajos fílmicos, Yermo es un reflejo social de usos y costumbres, pero ahora arraigados en estas planicies desérticas, ya sean frías, calurosas, de arena o tierra árida, todo surgido del andar junto al fotógrafo Alfredo de Stéfano.
“Se hizo porque me parecía que era un despropósito no construir algo con todo ese material después de haber viajado tantos kilómetros, y de tener un registro —que a mí me parecía muy bello— del mundo o de las personas”, agrega González.
El toque del bandoneón en Yermo
Al son de la noche, en un encuentro de copas, el bandoneonista Raúl Vizzi y Everardo González platican sobre sus proyectos profesionales; este último se aventura a proponerle a Vizzi que componga la música de Yermo.
Previo al trabajo del bandoneonista, el cineasta ya se encontraba utilizando piezas del español Joan Valent para su nuevo documental; sin embargo, prefirió dar un cambio radical, con el instrumento de viento originario de Alemania, ya que habían hecho mancuerna en el pasado para una secuencia de Cuates de Australia (2011).
“Al principio comenzó una música que emulaba a la de otros músicos, era ahí una mezcla entre Philip Glass y Piazzolla, etcétera. Lo escuchaba y le decía ‘no, no quiero que se parezca a la música de otro, quiero música hecha por ti, no importa que no sea tan popular como Philip Glass’ y entonces creo que Raúl encontró en ese espacio de libertad mucho que aportar”, dice el cineasta.
Un sutil tango de bandoneón es lo que acompaña a las imágenes tomadas en el desierto negro de Islandia, en México, en Estados Unidos y en Namibia. Así, en momentos de contemplación, el fuelle del instrumento de viento marca su presencia.
Cúmulo de errores
La producción accidentada, sin un equipo técnico humano de por medio in situ, además de la falta de un traductor preciso, fueron algunos de los tropiezos que le sumaron a la grabación de Yermo, pero que eventualmente se convirtieron en aciertos para González.
Para él, un documental se hace con un cúmulo de errores, tomando en cuenta que tenía todo el viento en contra, pero que de ese margen de fallo se logró una película, por lo que ve en esta cinta “una magia singular”.
“Es un hermoso error, por eso siempre lo digo, tengo que cuidar mucho de los editores o las editoras, porque son los que sí conocen la intimidad de la obra, ahí sí ven los errores, los fueras de foco, la impericia del director”, expresa el cineasta.
González tuvo que manipular solo en locación una cámara, grabar el audio, cargar un tripie y un arnés, entre más equipo, situación a la que se encuentra deshabituado, por lo que en postproducción se tuvo que resolver parte del documental; reconoce que fue “un desastre” al realizar Yermo.
“Por ejemplo, hay una escena en la que está una pareja de himbas hablando en namibia, y yo solo estaba filmando a una pareja hablando, y de repente el accidente que ocurre es que se están cuestionando si yo voy a hacer pornografía ahí, como alguien antes había hecho. Es un accidente fantástico, entonces, claro que fue una belleza accidentada”, recuerda el director, en entrevista.
Así como este fortuito incidente, también hay escenas en las que claramente los entrevistados se burlan del cineasta sin que él lo supiera, pero otros más lo confrontan al decir a cuadro cómo es que ellos defienden su derecho a vivir en lo yermo, y desean seguir perpetuando su existencia, como muchas otras civilizaciones lo hicieron en el pasado.