El domingo pasado, Alfonso Cuarón ganó el anunciado Oscar al Mejor Director por “Gravity”, convirtiéndose en el primer cineasta mexicano, e incluso latinoamericano, en lograr tal hazaña.
Ese, más seis premios más, incluyendo Mejor Fotografía para Emmanuel, “El Chivo” Lubezki, reventaron los muros de Facebook y los tuits de amigos y contactos, incluyendo, por supuesto, los titulares de medios electrónicos y diarios impresos, se llenaron de un regocijo que nunca correspondió a la relación patriótico-laboral del señalado: Alfonso Cuarón, con pleno Oscar en mano, refrendó en todo momento que su película no es un triunfo para México como se ha mencionado en este espacio.
Si bien su afirmación hecha ante la prensa, antes y después de recibir el premio es técnicamente cierta, la rotundez de la circunstancia aún genera significados respecto a la psicología nacional que, de una u otra forma, el cineasta está confrontando y representando.
¿Por qué Cuarón desdeña, cuando menos “brindarle” su faena en Hollywood, a su propia patria?
Semejante actitud solo puede ser considerada en tres términos: ¿malinchista, revanchista, o simplemente “hijo de la ch…” en el puro y laberíntico sentido extraído a la típica frase por Octavio Paz?
¿Malinchista o el típico ‘chavo fresa’?
Una connotación contemporánea del primer término que alude a la progenie de Malintzin, se puede aplicar a cualquiera que, siendo parte de las clases económicamente privilegiadas del país, tenga intereses propios o de grupo, con poca o nula identificación con los modos nacionales populares.
Lo que no parece ser totalmente el caso de Cuarón, en cuanto hijo de una familia defeña de clase media que, en los años 60, representaba el sector ilustrado y en ascenso del país.
Más bien lo sería en cuando su formación liberal y positivista (es hijo de un investigador nuclear y una química), que de alguna forma le brindó la posibilidad de soñar con ser astronauta, aunque fue una cámara de cine regalada por su padre a los 12 años (justo como le sucedió a los realizadores Stanley Kubrick y Steven Spielberg en sus respectivas infancias), lo que orientó definitivamente sus ideales y propósitos hacia la producción cinematográfica.
Revanchismo o las secuelas de ser ‘un malinchista niño bien’
Pero si acaso la formación liberal y no nacionalista de su contexto familiar orientaron su pensamiento creativo, el revanchismo podría aplicar mejor si atendemos a la leyenda urbana que cuenta sobre la filmación de un cortometraje en inglés, que ocasionó su expulsión del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC).
Marcela Fernández Violante, directora entonces, ha sido señalada como la villana que lo echó del plantel, porque según algunos, no le autorizó la comercialización del cortometraje; aunque otra versión dice que al estar hablado en inglés, fue reprendido por contravenir el nacionalismo del Centro, adscrito a la UNAM.
Alfonso Cuarón, en su triunfante retorno a México, minimizó el asunto: “Yo no digo que no haya habido ideas ‘dinosáuricas’ en el CUEC, pero también estoy seguro que nosotros éramos una bola de mamones, entonces ahí si ya no hay culpables”.
Sin embargo Fernando Cámara, profesor del CUEC, ha dado la versión íntegra en ambos sentidos del término, … “en una de esas charlas de madrugada, Alfonso Cuarón, Luis Estrada, Carlos Marcovich y Emmanuel Lubezki, concluyeron que el cine mexicano es malo porque está hablado en español”.
Entonces, en efecto, filmaron el corto en inglés y no conformes, lo enviaron al Festival de Cine de La Habana, donde provocó un escándalo pues la gente se rasgó las vestiduras: “!A qué han llegado los mexicanos! ¡Están colonizados al máximo!”, razón por la cual, efectivamente, fueron expulsados de la escuela.
“Vengeance in mine”, que dura 33 minutos, dirigido por Luis Estrada, asistido por Lubezki y fotografiado por Cuarón, narra la historia de un hombre de los años 30 dedicado a hacer fechorías y, curiosamente, ha adquirido con el tiempo un significado más que simbólico, profético.
¿El mejor ejemplo de lo planteado por Octavio Paz?
Sin carrera concluida, con el compromiso de su esposa e hijo (en esos años Cuarón se casó con Mariana Elizondo y tuvieron a Jonás, hoy coguionista de “Gravity”), y con un empleo como burócrata cultural, el futuro del cineasta fue rescatado por uno de sus amigos.
José Luis García Agraz lo empleó como asistente de dirección en la producción de “Nocaut” (1984), pero sería hasta 1991 cuando realizó “Solo con tu pareja”, la cual le abrió las puertas del mundo a través de los festivales.
Para entonces, ya había trabajado en todo lo que podía trabajar un aspirante a cineasta en México, como empleado en diversas producciones extranjeras filmadas en el país, así como producciones televisivas; pero lo más definitivo fue que se peleó con la gente del IMCINE, lo que le obligó a “quemar las naves”.
Así, después de presentar “Solo con tu pareja” en Toronto, Cuarón y su hermano Carlos llegaron con unos cuantos dólares a Los Ángeles, en donde el primero se radicó con apoyo de Luis Mandoki y muchas dificultades económicas al inicio, aunque armando de una sólida voluntad de triunfar y el talento suficiente para lograrlo. El resto… es historia.
Conclusiones (si las hubiera)
Hoy, ganador del más alto y codiciado premio de la industria mundial del cine, ¿qué podía esperarse de un personaje que, como muchos otros mexicanos, y con solo la diferencia desproporcionada en cuanto a la proyección de su trabajo, se limita a agradecer el apoyo a su madre, a sus colaboradores y patrocinadores, amigos y hermanos?
“Gracias a mi mamá porque por ella estoy aquí, es (el Oscar) para ti”, dijo Alfonso en su discurso de aceptación del premio (eso sí, en español), ratificando indirectamente que, al menos en México, la familia y especialmente la madre, significa y representa casi siempre a la patria misma.
Y es que Cuarón, como los deportistas mexicanos que cuando conquistan el oro alrededor del mundo declaran no haber recibido nunca el apoyo necesario del país en sus diversos niveles de gobierno, ha terminado por convertirse en otro “hijo de la ch…”.
Es decir, aunque la niegue (o precisamente por negarla), Cuarón también es hijo de esa madre simbólica pero verdaderamente ausente, enferma en lo psicológico y por tanto desnaturalizada, que en lugar de nutrir y proteger, expulsa y margina a sus propios hijos, dejándolos a su suerte.
Si “la suerte” de Cuarón radicó en su amor al cine y su talento y compromiso para hacerlo, ahora ha sido justamente dignificada, pero ese triunfo no alcanza para todos, como tampoco alcanzan los triunfos en solitario de tantos vencedores de la típica cultura individualista mexicana.
Quizá la actitud de Cuarón no sea justa a nivel de público, porque no es lo mismo el gobierno y sus representantes que el pueblo mexicano, pero también es cierto que su trabajo va mucho más allá de la aportación en taquilla de sus connacionales, lo que nos deja a todos, en última instancia, la tarea de reflexionar sobre lo que somos y cómo somos como patria.