Violación: si es viral, ¿no está mal?

La violencia sexual está en todas partes y gracias a las redes sociales ha pasado de las calles y las camas a las computadoras y los smartphones.

Ser testigos de ella con tanta frecuencia ha contribuido a la desensibilización, y ha convertido a las violaciones y otros tipos de violencia sexual en algo tan cotidiano que ya no se considera inapropiado calificarlo como gracioso.

Poder identificar elementos de la llamada “cultura de la violación” es esencial para contrarrestar el proceso, así como para la reivindicación de las víctimas del fenómeno.

Ana Paulina Valencia Ana Paulina Valencia Publicado el
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Cuando un hombre y una mujer realizan juntos un acto sexual, ella es clasificada como “fácil” o “cualquiera” y él es festejado por haber logrado “acceso” a ella
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La violencia sexual está en todas partes y gracias a las redes sociales ha pasado de las calles y las camas a las computadoras y los smartphones.

Ser testigos de ella con tanta frecuencia ha contribuido a la desensibilización, y ha convertido a las violaciones y otros tipos de violencia sexual en algo tan cotidiano que ya no se considera inapropiado calificarlo como gracioso.

Poder identificar elementos de la llamada “cultura de la violación” es esencial para contrarrestar el proceso, así como para la reivindicación de las víctimas del fenómeno.

Las áreas grises

La definición de consentimiento en el ámbito sexual es muy ambigua. Para algunos, el simple hecho de que una persona no diga “No”, quiere decir que está de acuerdo con consumar el acto, mientras que para otros solamente la palabra “sí” (y ninguna actitud, coqueteo o sugerencia) implica que se está de acuerdo.

Es poco frecuente que se hable de consentimiento a los jóvenes en sus clases de educación sexual, por lo que no crecen pensando en él como un elemento esencial de una relación carnal sana, a pesar de que es, quizá, el más importante.

Para que un acto sexual sea violación, no es necesario que exista violencia, ni que haya una amenaza explícita de por medio. Con frecuencia las víctimas evitan decir que “No” porque se sienten comprometidas, a pesar de que realmente no quieren hacerlo.

Por ello, las violaciones suceden frecuentemente en el matrimonio. Noruega, uno de los países con mayor índice de igualdad entre géneros, es también uno de los que tiene mayor cantidad de violencia sexual dentro de los hogares.

“Las estadísticas dicen que el lugar más seguro para la mujer es afuera, en la calle” dijo Tove Smaadahl, del Movimiento Shelter, que protege a mujeres violadas, a The New York Times, “la mayor parte de las violaciones suceden en casa”.

En este país, fue en la década de los 60 que el delito de violación se tipificó como posible dentro del matrimonio. En México, el débito carnal (el deber de los esposos de tener una relación sexual con el otro) hacía la violencia sexual entre cónyuges imposible hasta 1997. Y esta fue claramente identificada como violación hasta el 2005.

El rostro de un violador

La idea de que la violación siempre sucede a manos de un desconocido en un callejón oscuro es una de las más dañinas para las víctimas de este delito, porque supone que personas exitosas, con familias y buenos trabajos no son capaces de cometerlo.

Por ello es un factor cultural más que disuade a los atacados de salir a la luz. “Como sociedad nos rehusamos a aceptar colectivamente que la mayor parte de las violaciones son cometidas por hombres ordinarios”, explica Laurie Penny en The Independent.

Por otro lado, como una consecuencia de la negación mencionada por Penny a creer que personas que admiramos puedan atacar a alguien, el “factor celebridad” es otro elemento clave de la cultura de la violación.

El caso de Woody Allen y su hija adoptiva Dylan Farrow es un ejemplo contemporáneo, pues los fanáticos del director rechazan la idea de que los alegatos de violación de Farrow puedan ser ciertos. Es la misma lógica bajo la que Chris Brown continuó siendo exitoso a pesar de haber atacado a Rihanna.

“Woody Allen se ha podido sacudir las acusaciones, orgulloso de su aclamado trabajo, demostrando que puedes evitar ser llamado ‘violador’ si eres lo suficientemente talentoso y respetado”, señalan Ryan Broderick, Heben Nigatu y Jessica Testa en Buzzfeed.  

“No” significa sí

“I know you want it” (“Sé que lo quieres”) es uno de los versos más repetidos en la canción “Blurred lines” de Robin Thicke y Pharrell. La idea de que la persecución es algo sexy (y por lo tanto de que escapar implica que eventualmente se aceptará) aparece en numerosos otros objetos de la cultura pop.

La concepción de que cuando una persona dice “No” en realidad lo que quiere es que se luche más, es muy peligrosa.

Los escritores de Buzzfeed citan a Jessica Valenti, quien argumenta en The Nation que “mientras la cultura y la ley no definan consentimiento como un ‘sí’ proactivo, e incluso entusiasta, no habrá justicia para las víctimas de violación”. Según la escritora, en lugar de decir que “no significa no” deberíamos promover que solamente “Sí” significa “sí”.

Culpemos a la víctima

Cuando una víctima de violación decide reportar a su agresor, con frecuencia esta termina siendo quien paga las peores consecuencias, mientras que debe ver a su violador ser defendido por la prensa y sus conocidos.

Este ha sido el caso de varias jóvenes estadounidenses (en particular una de 14 años en Missouri, y una de 16 en West Virginia) que fueron señaladas por “habérselo buscado”, pues habían consumido alcohol antes de ser atacadas por uno o varios de sus compañeros de secundaria.

En ambas situaciones, las niñas fueron juzgadas en redes sociales y “la hostilidad hacia ellas se intensificó cuando las historias alcanzaron la prensa nacional”, señala un artículo en Buzzfeed.

Este tipo de situaciones tienen como consecuencia que las personas que sufren de violencia sexual teman salir a la luz, e incrementa la vergüenza que sienten. Según datos del Instituto Nacional de Justicia citados por Buzzfeed, solo una de cada ocho mujeres violadas en universidades lo reportan. Y un reporte del Departamento de Defensa encontró que 62 por ciento de las mujeres que lo hace sufren consecuencias negativas por hablar de ello.

Humillación sexista

Este tipo de comportamiento, llamado “slut shaming” en inglés, se refiere a la burla hacia una mujer por formar parte de una relación sexual (con o sin consentimiento), que no corresponde a la actitud que se tendría con un hombre en la misma posición.

Seguramente has escuchado del caso de alguna joven que, confiando en alguien, comparte imágenes íntimas de sí misma y cuando el receptor decide compartirlas con sus amigos, estas se vuelven virales y la reputación de la mujer queda manchada, mientras que el hombre sigue su vida como si nada hubiera pasado.

Cuando un hombre y una mujer realizan juntos un acto sexual, ella es clasificada como “fácil” o “cualquiera” y él es festejado por haber logrado “acceso” a ella. Este doble estándar pone en peligro a las mujeres violadas, pues el miedo a ser llamadas por un nombre ofensivo es, con frecuencia, mayor al deseo de revelar el hecho.

Acoso sexual en las calles

La frecuencia con que el acoso y hostigamiento sexual suceden en los espacios públicos solamente refuerza el sentimiento de que la violencia sexual es algo normal, algo que debe esperarse.

Además, las mujeres que son acosadas suelen recibir reproches por la forma en que iban vestidas o la manera en que se expresan, lo que solidifica la concepción de culpar a la víctima.

Esto es especialmente visible en las campañas “antiviolación”, que se dirigen, casi siempre, a las víctimas potenciales, sugiriendo que se vistan de forma moderna, estén siempre alerta e, incluso, que utilicen “ropa antiviolación”, como sostenes y ropa interior inaccesibles.

“Esta lógica no asigna responsabilidad a los perpetradores”, señalan Broderick, Nigatu y Testa en Buzzfeed.

Por su parte, un artículo en Shakesville explica que “la cultura de la violación es decirle a las mujeres y niñas que tengan cuidado sobre lo que usan, cómo lo usan, cómo se comportan, dónde caminan, cuándo caminan ahí, con quién caminan, en quién confían, lo que hacen, con quién lo hacen, lo que beben, cuánto beben, si hacen contacto visual, si están solas (…) para no ser atacada, y si no siguió una de las reglas entonces ella tiene culpa”.

Bromas sobre violaciones

Hay un gran debate alrededor del tema de qué tan graciosos son (o si pueden ser graciosos) los chistes sobre violencia sexual. Frases como “Violación en grupo: cinco de cada seis la disfrutan”, recorren la Red a nivel global y son tan enaltecidos como criticados.

El problema, más allá de si es sano convertir la violencia sexual en algo gracioso, es que hacerlo perpetua la percepción de esta como algo cotidiano.  Y esta idea fortalece la posición de la mujer como víctima y del hombre como victimario.

El mito de la violación masculina

Las leyes son el primer eslabón en la cadena de la concepción de que la violación a un hombre es imposible. En Estados Unidos, desde 1927 y hasta el 2012 la definición de este delito fue, según Buzzfeed,  “el conocimiento carnal de una mujer, a la fuerza o contra su voluntad”.

En México actualmente se define como “la imposición de la cópula sin consentimiento, por medios violentos”, lo que incluye la posibilidad de víctimas masculinas (pero deja un área gris en cuanto a la negación silenciosa, o cuando la violencia es implícita).

A pesar de que en el país la ley admite que los hombres también pueden ser violados, una cultura eminentemente machista sigue siendo un obstáculo para que estos revelen los casos en los que sucede.

El problema de Alaska

Alaska es el estado con el problema de violencia sexual más extendido en Estados Unidos. Según un estudio del 2010 citado por CNN, 37 por ciento de las mujeres ha sido violadas o acosadas sexualmente. Y 59 por ciento ha sido víctimas de violencia (sexual o no) proveniente de su pareja.

Según la base de datos del Federal Bureau of Investigation (FBI), hay 80 violaciones por cada 100 mil personas. Esta cifra representa el triple del promedio nacional (27). John D. Sutter, de CNN, recorrió Alaska durante dos semanas intentando identificar la causa del fenómeno. Entre las “mejores teorías” que encontró, está el hecho de que, en algunas comunidades, la violación es tolerada y las víctimas son calificadas como mentirosas, o “se les dice que olviden lo que sucedió”, además “los violadores son raramente castigados”. De acuerdo con datos que le proporcionó la University of Alaska, solo 22 por ciento de las acusaciones de violencia sexual termina en una convicción. 

Por otro lado, el estado tiene un gran territorio, habitado por muy pocas personas, lo que lo hace difícil de mantener vigilado. Los largos inviernos contribuyen a que los state troopers no puedan transportarse de un lugar a otro con tanta facilidad.

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