La nuestra ha sido catalogada como la generación “NiNi”, la generación perdida, la narcisista, floja, frívola y, al mismo tiempo, la generación más preparada de la historia.
Es cierto, los años en la universidad marcaron un momento de crecimiento personal inestimable. Viajamos, aprendemos, descubrimos, y nos graduamos a nuestros pocos veintitantos.
Sin embargo, cuando la mayoría de los estudiantes se gradúan de la Universidad ni siquiera han vivido un tercio de sus vidas.
La vida real apenas empieza y continúa más allá de las puertas de la Universidad. Y cuando se acerca el final de la carrera universitaria nos preguntamos ¿qué sigue?
¿Soy feliz? ¿En dónde voy a trabajar? ¿Cuál es mi propósito? ¿Cuándo voy a sentar cabeza?
Estas son cuestiones extremadamente difíciles de predecir –si no es que imposibles–, y casi nunca resultan como las planeamos antes de estudiar la carrera.
De hecho, lo más seguro es que los primeros años como joven adulto activo no tengan nada que ver con nuestros estudios.
Esta bipolaridad responde a que hemos traspasado de un mundo de problemas a un mundo de complejidades, en donde ya no solo coexisten dos dimensiones, sino muchas. Ya nada es blanco o negro, y entre un extremo y el otro, existen muchos matices de grises. Si antes una persona tenía un recorrido relativamente seguro para orientar su vida –la carrera, luego el master, aprender idiomas, pedir un trabajo, casarse–, ahora tenemos que inventarnos el nuestro.
Emprender, fracasar. Volver a emprender
Más allá de retocar el currículum y el perfil en LinkedIn, ahora se debe convivir con los cambios constantes resultado de la escasa oferta laboral y los contratos de corta duración.
Según información publicada por el Departamento de Trabajo de Estados Unidos, hoy en día, un joven cambiará de trabajo cerca de 15 veces antes de los 38 años.
A menos que decida emprender su propia empresa, y en este caso, la historia es otra.
Un estudio hecho por la cadena MTV, a 500 personas de entre 19 y 28 años, indicó que el 90 por ciento de los encuestados “considera que merece trabajar en lo que siempre soñó” mientras que el 50 por ciento “prefiere no tener trabajo, antes que tener uno que no les guste”.
Muy pocos encuentran atractivo hacer carrera dentro de una única empresa, a menos que sea la suya, y están dejando sus primeros empleos al cabo de dos años de haberlos empezado.
Esto se debe a que cuando los jóvenes de esta generación se enfrentan a la vida laboral, se encuentran con estructuras organizacionales muy rígidas, poca retroalimentación por parte de sus superiores y una deficiente cultura de innovación.
Y es que el nuevo panorama laboral parece indicar que es
menos práctico depositar la energía hacia la adquisición de un trabajo específico, porque funciona mejor enfocar esa misma energía para la adquisición de habilidades durante los primeros años; pues éstas pueden ser más importantes que el título universitario y las buenas calificaciones.
¿Por qué a Google le da igual tu título universitario?
Hubo una época en que las entrevistas de Google se hicieron famosas por preguntas como: “¿cuántos coches rojos hay en San Francisco circulando ahora mismo?”, “¿cuántas pelotas de golf caben en un avión?” o “¿cuánto tiempo te tardarías en llegar a Los Ángeles caminando?”.
En junio del 2013, Laszlo Bock, Vicepresidente de operaciones del personal de Google –la persona que decide si entras, o no, a la empresa más importante del mundo–, declaró en una entrevista con The New York Times que Google había cambiado sus criterios de contratación. Estaban decididos a descartar la política que sobrevaloraba la institución académica del título universitario con el argumento de que las calificaciones no predicen absolutamente nada del candidato.
“Hemos llegado a la conclusión de que esto no nos dice nada de la capacidad de una persona”, dijo al periódico.
“De hecho, hemos aumentado la proporción de personas sin ningún tipo de educación universitaria en Google”, agregó.
Dicho porcentaje alcanza el 14 por ciento del personal en algunos equipos de la empresa.
Según Bock, para él y para muchos otros directivos corporativos, la Universidad fue, de hecho, un lugar de respuestas obvias con poco campo para la curiosidad. Especialmente los que se graduaron de las grandes instituciones.
Y es que en algo coinciden todos: que las habilidades requeridas en la Universidad son muy diferentes a las que exige la vida real. Por eso, muchos creen que los ambientes académicos son artificiales.
“Cuando estaba en la Universidad, y después en el posgrado, los profesores buscaban respuestas específicas y los alumnos eran reprobados si no daban esa respuesta, o discrepaban. Es por eso que nuestra investigación en torno a los criterios de contratación muestran que muchos graduados de las mejores escuelas rara vez experimentan fracaso, y por lo tanto no saben aprender del error.” dijo Bock.
Para una compañía con un valor estimado en 520 mil millones de dólares, resulta muy revelador que se replantee la credibilidad de las instituciones académicas.
Después de todo, Google era conocida por contratar únicamente a gente que había estudiado en las mejores universidades del mundo, y era especialmente famosa por su peculiar sistema de contratación.
Ahora, al ser la empresa más rentable e innovadora del mundo, Google puede darse el lujo de desobedecer los métodos tradicionales y descartar promedios finales o títulos universitarios, pues además es la empresa que atrae más talentos en todo el mundo.
Para la mayoría de los jóvenes, sin embargo, ir a la Universidad sigue siendo la mejor manera de dominar las herramientas de muchas otras carreras profesionales. Pero en una época en donde la innovación y la tecnología son las ramas más demandadas, las habilidades personales de los egresados serán las que determinen su futuro laboral: capacidad de liderazgo, humildad intelectual, trabajo en equipo, capacidad de adaptación y pasión por el aprendizaje.
O al menos, el que quiera un trabajo en Google tendrá que destacar en esas cinco habilidades para obtener el puesto, según Laszlo Bock.
El arte de la ironía
La artista mexicana, Karla González Lutteroth, hizo una crítica al culto a la Academia, al convertir su certificado de estudios en Derecho en un avión de papel. “Sin título”, como se llama la obra, fue emitido por el Tecnológico de Monterrey en el 2010.
La obra, que la artista publicó en su página de Facebook y que ha sido compartida más de 800 veces, fue seleccionada con Mención Honorífica para la 36ª edición del Encuentro Nacional de Arte Joven y se exhibe actualmente en la Casa de la Cultura Víctor Sandoval, en Aguascalientes.
Para la regiomontana, la carrera de Derecho fue una decisión impuesta por una tradición familiar en donde abundan los abogados.
Los estudios en el Tecnológico tuvieron un costo de más de medio millón de pesos, pero con este gesto, mandó a volar su título y su carrera. Aunque si bien la mayoría de los egresados tienen el suyo colgado en sus oficinas, la regia ya lo tiene expuesto en una muestra de arte.
El éxito después de los 30
La vida de los jóvenes adultos de esta generación es una perpetua adolescencia tardía. Aunque algunos lograron emanciparse antes de los 30, muchos otros han tenido que regresar a casa de sus padres o vivir con compañeros para poder pagar la renta un departamento. A la mayoría se les escapa el matrimonio y no tendrán hijos en el corto plazo.
Sin embargo, hay buenas noticias para los que creían que había pasado su oportunidad para lograr hacer algo brillante.
De acuerdo con un estudio realizado por la Oficina Nacional de Investigación Económica de Estados Unidos (NBER) los puntos más altos en la carrera de grandes científicos, ingenieros y ganadores del premio Nobel acontecieron después de los 35 años: una edad de oro para los genios.
Pero ¿por qué los 35?
El factor más obvio es la educación: las personas que eligieron una carrera en las ciencias pasan de los 5 a los 18 años en la escuela, y de los 18 a los 30 en la academia. Se gradúan, y pasan unos años aprendiendo en el trabajo, hasta que alcanzan el punto de madurez ya cerca de los 40 y tienen un momento de genialidad.
Otra buena noticia es que en el campo de las Humanidades, el genio no disminuye con la edad en lo absoluto. Si bien la concepción popular nos dice que la genialidad está indiscutiblemente ligada a la precocidad y estamos inclinados a pensar que las obras excepcionales requieren de la frescura y la energía de la juventud, David Galenson, economista de la Universidad de Chicago, realizó un estudio cuantitativo sobre la genialidad artística para comprobar la teoría.
Sus hallazgos aparecen en su libro “Old Masters and Young Geniuses: The Two Life Cycles of Artistic Creativity” (2007) en donde explica que el genio –sea en el arte, la arquitectura o incluso los negocios–, viene de dos formas muy diferentes, y se da en dos tipos de personas.
Por un lado están los “Innovadores conceptuales”, que logran hacer increíbles cambios desde muy jóvenes. Este sería el caso de Mozart, Picasso, u Orson Welles, quien escribió su obra maestra “Citizen Kane” a los 25 años, o Herman Melville, que se dedicó a escribir un libro cada año cuando estaba por cumplir 30, y a la edad de 32 logró “Moby Dick”.
Y luego está el segundo tipo de genio: los “Innovadores experimentales”: genios como el escultor Auguste Rodin, el pintor Paul Cezanne y el cineasta Alfred Hitchcock, que tienen en común que su genialidad procede de una vida dedicada a la prueba y al error, y por lo tanto realizan sus obras más brillantes al final de su carrera basados en años de experiencia.
Para Galenson esta dualidad aplica en prácticamente todos los campos de la actividad intelectual, desde pintores y poetas, hasta economistas y científicos.
Por lo que independientemente de todos los trofeos que se logren a lo largo de la carrera, dos cosas son seguras: podríamos mandar a volar –literalmente– nuestros títulos, ya que no son garantía de una contratación; y es que la genialidad siempre puede ocurrir a personas con una edad avanzada, pero con capacidad de ver un problema con ojos frescos.