Una insidiosa y memorable obra de arte

Joe nunca fue una niña inocente, ella "descubrió su vagina a los dos años" y, desde entonces, no ha dejado de accionar las llaves del placer que liberan la polifonía de su propio cuerpo.

Ella nunca desperdició la infancia en otras actividades que  no fueran su propio placer sexual... ni siquiera con sus amigas, a quienes parecía seleccionar según su coincidencia en la misma y única búsqueda del embriagador estertor corpóreo.

Diana González Diana González Publicado el
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Joe nunca fue una niña inocente, ella “descubrió su vagina a los dos años” y, desde entonces, no ha dejado de accionar las llaves del placer que liberan la polifonía de su propio cuerpo.

Ella nunca desperdició la infancia en otras actividades que  no fueran su propio placer sexual… ni siquiera con sus amigas, a quienes parecía seleccionar según su coincidencia en la misma y única búsqueda del embriagador estertor corpóreo.

Así, su arribo a la adolescencia es un poco más intenso y complejo que el de cualquiera: urgida por la imperiosa necesidad de deshacerse de su virginidad, selecciona a quien habrá de graduarla en las variables del coito y, de la misma forma, sin mayores decoros ni prolegómenos, “depone” en dos minutos toda la estructura física y cultural que habría de representar su condición de mujer.

Poco más o poco menos, esta es la introducción que en el Volumen 1 de la controversial cinta “Nymphomaniac”, el personaje de Joe (Charlotte Gainsbourg) hace a su benefactor (Stellan Skarsgård) sobre su propia vida, y las razones por las cuales él acaba de encontrarla, tirada e inconsciente, en un callejón oscuro aledaño a su casa. 

El público, previamente, ha sido enfrentado un poco antes a dos o tres minutos de negro total, como siniestra advertencia del “divino” director Lars von Trier:  “Aquí no entra cualquiera”…, y como rúbrica, el anarquismo musical de la banda germana Rammstein, que grita y gruñe en el delirio de sus ritmos, la imposibilidad de la trascendencia por el placer.

No hay duda que esta tercera parte de la más reciente trilogía del padre del movimiento “Dogma”, con la que cierra su conjunto de conjuntos  sobre la desolación humana (“Anticristo”, del año 2009, y “Melancolía”, estrenada en el 2011), es una insidiosa y memorable obra de arte.

Basta observar la seducción que ejerce sobre un público que ríe nervioso, se inquieta y se congela al mismo tiempo, ante el imperio de la ley humana más inmisericorde de todas: la búsqueda y consecución del placer, especialmente si es emprendida ferozmente por una chica de apariencia inocente y “frágil”.

Pese a ello, von Trier se muestra desatendido de cualquier reivindicación feminista, aunque en cambio, ha sabido utilizar el sensacionalismo del morbo para imponer, por detrás de su mañosa campaña del sexo patológico, una cátedra de composición, discurso, ritmo, actuación de actores e incluso hasta del control de su ironía, típicamente oscura y ácida.

La trama, en cambio, se va desmadejando en una insospechada y brillante relación entre el deseo orgiástico y una serie de factores naturales, intelectuales y artísticos del patrimonio humano, conforme Joe (interpretada en esta primera parte por la modelo Stacy Martin, remembranza casi adolescente de Sylvia Kristel) avanza por los capítulos de su vida.

La cinta, estructurada en capítulos y pese a los insultantes cortes impuestos por la censura en México, llega casi a la mitad de su metraje original de cinco horas y media, y avanza de acuerdo a las anécdotas lujuriosas de Joe en contrapunto con sus insólitas relaciones con la pesca, los números de Fibonacci, la proporción áurea y la polifonía renacentista de Bach, en la que parece ser la más compleja y maquiavélica propuesta hecha hasta ahora, por el cineasta de la imposibilidad.

Para comprobarlo, no habrá mas que esperar a la segunda parte.

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