Henri Cartier-Bresson vivía con su Leica en la mano, del amanecer al anochecer, siempre a la caza perpetua, capturando con el impulso del que no deja que se le escape una sola imagen, con una manera tan intensa de ver transcurrir la Historia, que sus imágenes no pueden ser otra cosa que grandes testimonios del siglo 20.
Después de 1932, fotografiaba con una cámara 24×36, portable, ligera, con óptica Zeiss: fue así que la cámara se convirtió en una extensión de su ojo. El protagonista de su obra fue siempre el Hombre, “(…) el hombre y su corta vida, frágil y amenazada”, pues al margen de los grandes eventos del mundo, expresar la condición humana en el seno del caótico y contradictorio siglo 20, fue su pulsión.
Del surrealismo a la Guerra Fría, pasando por la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial, no hay un Cartier-Bresson, sino muchos. Está el fotógrafo, pero también el cineasta y el pintor. Con el cine mudo aprendió a mirar; con el Cubismo a comunicar sus pensamientos y emociones a través de una organización plástica rigurosa.
En el seno de una generación de artistas herederos de las vanguardias y marcados por el Bauhaus y el constructivismo, nos enfrentamos a jóvenes inquietos e inmersos en la experimentación artística de nuevas formas y de ideas en continua transformación, es aquí cuando comienzan sus innovaciones formales: encuadres en gran plano general, imágenes dinámicas en movimiento, la captura de siluetas sugerentes, y el toque surrealista de los años 30, movimiento que marcará gran parte de su obra; al igual que lo harán el Cubismo, la poesía simbolista, la filosofía de Hegel, el marxismo, el comunismo, todo ello al filo de la crisis económica de los años 30 y el empobrecimiento de la sociedad.
La segunda mitad de la década mencionada fue para él una época de compromiso político, estuvo afín con las ideas comunistas, anticolonialistas, antifascistas, y en primera instancia, contra las filas de la extrema derecha francesa.
Y en España, estuvo afiliado a las ideas de los republicanos. Después de la guerra, convertido ya en un gran reportero de su tiempo, su cultura política se forjó con el surrealista André Breton, para quien la revolución era la única forma de vida.
Durante esos años, 1934-1935, llegó a México, donde a su parecer, era el único lugar donde el ideal revolucionario se había logrado. Y es a partir de su paso por México que su interés por el cine comenzó a crecer más que la fotografía, pues el mensaje le parecía más potente con el uso de la narrativa, el dialogo y la imagen.
De los más grandes fotógrafos del siglo 20
Por su lente pasaron Marcel Duchamp, Man Ray, William Faulkner, Arthur Miller, Marilyn Monroe, Robert Kennedy, Jean-Paul Sartre, Jean Renoir, y Gandhi con quien, por cierto, se encontró tan solo una horas antes de su asesinato, y de quien fotografió funeral, cremación y dispersión de cenizas, fotos que después fueron publicadas en la revista Life de 1948.
Conoció la China de Mao-tse Tung, y la Rusia después de Stalin, y eso lo hará ser el primer fotoperiodista occidental en obtener una visa para visitar a la entonces URSS y tomar las primeras imágenes de una sociedad comunista.
También conoció Cuba, en donde fotografió el desembarco de Bahía de Cochinos en 1961, y el comienzo de la Guerra Fría. Pero más allá de sus fotorreportajes, está su obra más íntima, más en la línea con el surrealismo, en la que se propone reflejar el día a día, y con ello, los inicios de la sociedad del consumo, proyectada en ese entonces, en los escaparates del París, Tokio y Nueva York de los 60.
A finales de esa década, Henri Cartier-Bresson, aceptó hacer reportajes para “corporativos” como Mercedes Benz o IBM, ya que para aquel tiempo habrían cambiado algunas de sus ideas acerca del comunismo, pero jamás cambiaría su objetivo: el hombre en el seno del caótico siglo 20.
Y si antes su interés había sido el hombre de entreguerras, ahora era el hombre absorbido por la máquina. El prototipo de hombre que la película de Charles Chaplin en “Modern Times” nos muestra: hombres alienados, sin rostro, sin nombre, apellido o singularidad distintiva, vestidos todos iguales, de botas y jeans, entremezclados en las fábricas de las grandes ciudades capitalistas de Occidente, cuando el hombre se hace nada, o más bien, se hace uno con la máquina.
Esta obsesión por el progreso, característica del hombre moderno de la segunda mitad del siglo, que Cartier-Bresson supo muy bien reflejar, a veces con humor, a veces con crudeza.
Cartier-Bresson en Bellas Artes
La exposición “Henri Cartier-Bresson. La mirada del siglo 20”, actualmente en el Museo del Palacio de Bellas Artes, está realizada con el apoyo del Centre Pompidou de París y la Fundación Cartier-Bresson, y cuenta con más de 400 piezas que ofrecen uno de los recorridos más completos a través de su obra.
Entre fotografías, películas, collage, dibujos, pinturas y periódicos que conforman el discurso museográfico de la exposición, “el público mexicano”, comentó el presidente del Conaculta, Rafael Tovar y de Teresa, “conocerá la vasta dimensión de un creador que revolucionó las fronteras de la imagen ya que su legado se presenta de un modo cronológico”.
Y es que “muchas de las imágenes que el público encontrará en la muestra son testimonios de nuestra compleja condición humana a través de las décadas, de eventos como la China antes de la llegada de Mao a Pekín, las primeras fotografías en la Cuba castrista u otros pasajes en los Estados Unidos y Rusia”, agregó Tovar y de Teresa.
“Para todos los que quieran ser testigos de cómo se forma una mirada, esta exposición es una oportunidad única. Hoy en día cuando es tan accesible para todos sacar fotografías con nuestros teléfonos y otros medios, conocer el trabajo de Henri Cartier-Bresson nos dará una gran lección, la de aprender a ver”, concluyó el presidente del Conaculta.