Comúnmente se asocia a la depresión clínica con el cerebro. Y se le considera un desequilibrio químico en este órgano vital, por ello se le tiende a reducir a una simple “enfermedad mental”.
Sin embargo, desde hace varios años, la ciencia ha redefinido la naturaleza de la depresión, concluyendo que no se trata de un mero trastorno mental, sino de un padecimiento directamente relacionado con el cuerpo. Específicamente con el sistema inmunológico.
En otras palabras, la depresión es también una enfermedad física.
“Ya ni siquiera hablo sobre ello (depresión) como un padecimiento psiquiátrico”, dijo a The Guardian George Slavich, psicólogo clínico de la Universidad de California, en Los Ángeles, e investigador sobre este trastorno, que “sí involucra a la psicología, pero también implica partes iguales de biología y salud física”.
Incluso el doctor Turhan Canli, docente de psicología y radiología de la Universidad Stony Brook se atreve a sugerir, en un artículo publicado en Biology of Mood & Anxiety Disorders, que se vuelva a conceptualizar la depresión como una “enfermedad infecciosa”.
Sus argumentos coinciden con previa evidencia de que la depresión está vinculada con episodios inflamatorios en los que el cuerpo libera un grupo de proteínas llamadas citocinas, que activan el sistema inmunitario “en respuesta a algún tipo de patógeno, que puede ser un parásito, una bacteria o un virus, y que podría jugar un papel causal en la depresión”, explica el especialista.
Estas citocinas proinflamatorias no solo inducen síntomas clásicos de una persona enferma, como náuseas, fiebre, falta de apetito y cansancio, “sino también verdaderos trastornos depresivos mayores en pacientes con enfermedades físicas sin antecedentes de trastornos mentales”, señala otro artículo publicado en 2008 en la revista científica Nature Reviews Neuroscience.
Las personas enfermas “se cansan fácilmente y su sueño suele ser fragmentado”. Y también se “sienten deprimidas e irritables, y pueden experimentar trastornos cognitivos leves que van desde la atención disminuida a dificultades para recordar los acontecimientos recientes”.
El llamado “comportamiento de enfermedad” que manifiestan algunos pacientes, como la pérdida de la energía o la dificultad para salir de cama y la pérdida de interés en el mundo que les rodea también lo manifiestan los pacientes con trastorno depresivo mayor, argumenta Canli.
De ahí que algunos ensayos clínico realizados a la fecha con medicamentos antiinflamatorios y antidepresivos han demostrado resultados positivos tanto a la respuesta de los pacientes al tratamiento como en la mejora de los síntomas.
Niños culpables, adultos depresivos
Investigadores de la Universidad de Washington demostraron que los niños que experimentan fuertes sentimientos de culpa a temprana edad tienen altas probabilidades de sufrir un trastorno mental en la edad adulta.
“Esta investigación sugiere que las experiencias en la infancia temprana influyen la forma en la que se desarrolla el cerebro” dijo a The Atlantic Joan Luby, uno de los autores del estudio, cuyos resultados fueron publicados en noviembre de 2014 en JAMA Psychiatry.
Un hallazgo que para Michelle New, psicóloga y profesora de la Escuela Médica de la Universidad George Washington, ayudará a identificar a tiempo a los niños con alto riesgo de desarrollar enfermedades mentales en la edad adulta. “Hacer caso omiso a la sintomatología es peligroso”.