Tiempos de poca madre

Hay muchas razones por las que las mujeres han optado postergar –o de plano evadir– la maternidad. 

El concepto del deseo innato por tener un bebé es algo que se repite en los libros y se alimenta en los medios de comunicación y la cultura pop.

Por ello, la situación puede llegar a ser socialmente alienante para las mujeres que nunca han deseado ser madres.

Andrea Montes Renaud Andrea Montes Renaud Publicado el
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México es el primer país a nivel global con el problema de embarazos no deseados en adolescentes de entre 12 y 19 años, según la OCDE
Las condiciones para ser madre en México nos posiciona en el número 54 de una lista de 170 países
En 2008, el 24 por ciento de las mujeres de entre 40 a 44 años con un título universitario no había tenido un hijo, según el Pew Research Center
Una de cada cinco mujeres termina su etapa de fertilidad sin tener hijos, de acuerdo al Pew Research Center

Hay muchas razones por las que las mujeres han optado postergar –o de plano evadir– la maternidad. 

El concepto del deseo innato por tener un bebé es algo que se repite en los libros y se alimenta en los medios de comunicación y la cultura pop.

Por ello, la situación puede llegar a ser socialmente alienante para las mujeres que nunca han deseado ser madres.

Laura Kipnis, una de las escritoras que participó en uno de los ensayos más feministas en la antología “Shallow, Selfish, and Self-Absorbed” (2015), dice que una de las razones por las que un menor número de mujeres da a luz en los países occidentales es la educación.

Laura reflexiona sobre el valor de equiparar la maternidad con “tales hechos supuestamente ‘naturales’ como el instinto maternal”, y escribe “que tales conceptos existen como convenciones sociales de la feminidad en este momento preciso de la historia, pero no como condiciones que han existido siempre (…)”. 

El concepto de profundo afecto materno, sostiene Kipnis, “fue inventado en el siglo 19 después de que ambas tasas de natalidad y de mortalidad infantil comenzaran a disminuir. Antes de eso, las mujeres no podían darse el lujo de quedar atadas a sus bebés, porque éstos tenían una probabilidad del 15 al 30 por ciento de morir antes de su primer cumpleaños. Lo mismo ocurre con el concepto de la unión madre-hijo, que coincidió con el auge de la industrialización”. 

“(…) cuando el trabajo asalariado se convirtió en una opción de independencia económica para las mujeres, y fue urgente inculcarles la importancia de quedarse en casa”, agrega Kipnis. 

Más educación, ¿menos bebés?

De acuerdo al Pew Research Center, la decisión de no tener hijos es más común entre las mujeres que cuentan con una educación superior. En 2008, el 24 por ciento de las mujeres de entre 40 a 44 años con un título universitario no había tenido un hijo. 

Las tasas fueron similares para las mujeres con un título de maestría (25 por ciento) y las que tenían un doctorado o un título profesional, como un título de médico o derecho (23  por ciento), lo que representa un descenso del 31 por ciento desde 1994.

Etapa de la fertilidad

En agosto del 2013, TIME publicó una portada que mostraba a una pareja sonriente que yacía plena en una playa paradisíaca bajo el título: “The Childfree Life: When Having It All Means Not Having Children”, en donde la autora Lauren Sandler, presumía que las tasas de natalidad en Estados Unidos habían alcanzado los índices más bajos de toda su historia.

Esto debido a que el número de mujeres y hombres que escogían tener un vida libre de niños iba en aumento. 

La propaganda era clara: los jóvenes adultos deberían pensarse dos veces la carga y el costo de criar a un niño en la sociedad moderna, y mejor optar por los beneficios y la libertad de no concebir. 

Según la revista, un estudio realizado en el 2010 por el Pew Research Center, esta actitud frente a la maternidad se había propagado en todas las razas y grupos étnicos a lo largo del país, mostrando que una de cada cinco mujeres termina su etapa de fertilidad sin tener hijos. 

Y que el porcentaje de mujeres de entre 40 y 44 años que no tuvieron hijos había subido hasta un 80 por ciento en Estados Unidos.

El artículo proponía un debate sobre un punto delicado que muy pocas veces es puesto en cuestión ya que toca la esencia que sostienen el “buen” funcionamiento de las sociedades modernas: el de la maternidad y, por tanto, el de la familia. 

En nuestra sociedad la idea de ser mujer subyace en la capacidad de ser madre. Aún persiste la idea de que si una mujer no tiene hijos, entonces tiene una vida incompleta. Aceptar esta visión de las cosas significa ir en contra de todo lo que nos enseñaron que era una mujer y sobre cuán emocionadas deberían estar todas por tener bebés.

‘No quiero tener un bebé’

En un artículo en The Atlantic, la psicoterapeuta Jeanne Safer y autora del libro “Beyond Motherhood: Choosing a Life Without Children” (1996), escribe: “finalmente me dije a mí misma, yo realmente no quiero tener un bebé. Yo quiero querer tener un bebé “, y continúa, “yo anhelaba sentirme como todo el mundo, pero tenía que enfrentar el hecho de que no era así”.

Una mujer que se casa, pero rechaza la procreación, es vista como poco natural. “(…) pero una mujer que confiesa nunca haber sentido el deseo de tener un bebé es considerada un bicho raro. Las mujeres han sido educadas para creer que no estarían completas, ni que habrían alcanzado el éxito en la vida sin la experiencia de la maternidad”, señala en el mismo artículo la escritora Sigrid Nunez.

Y es que, a pesar de que en la consciencia colectiva todas las mujeres deberían estar ansiosas por tener hijos, la verdad es que la mayoría de las mujeres pasan la mayor parte de su vida tratando de no tenerlos. 

Según datos del Instituto Guttmacher, especializado en salud reproductiva, la mujer promedio habrá dedicado solo cinco años de su vida a quedar embarazada, contra 25 años para evitarlo. 

Para eso, se habrá abstenido de tener relaciones sexuales o usará un método anticonceptivo durante un tercio de su vida. Las mujeres de edades entre 15 y 44 años, que han tenido relaciones sexuales utilizan algún método anticonceptivo; y la segunda forma más popular de control de la natalidad después de la píldora es la esterilización. 

Además, de que hoy más que nunca, las mujeres están eligiendo formas de anticoncepción que son para uso a largo plazo como el DIU. 

Millennials y sin hijos

Lo que se observa también es que las mujeres de la generación Millennial, aquellas entre 25 y 35 años sin hijos, simplemente esperan el amor antes que la maternidad y el matrimonio. Eligen esperar a que llegue la relación correcta aunque esto signifique que se puede ser madre mucho más tarde, o no serlo nunca. 

Lo que ha modificado significativamente la edad en que la media de las mujeres están teniendo hijos. 

Estas estadísticas están indicando dos cosas; por un lado, que el sexo ya no se practica solo con fines de procreación, y por el otro, que las mujeres modernas están ejerciendo un mayor control sobre cuándo y en qué circunstancias quieren convertirse en madres. 

Y en todo caso, descartar la posibilidad de serlo si no existen ésas características deseadas para procrear.

Embarazos no deseados

Según el reporte emitido en el 2014 por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), México es el primer país a nivel global con el problema de embarazos no deseados en adolescentes de entre 12 y 19 años de edad. 

Cada año, más de 500 mil jóvenes tienen un embarazo no deseado. Al día se registran mil 252 partos, cuyas madres se encuentran en este rango de edad, esta cifra representa que en uno de cada cinco alumbramientos está implicada una joven y que el 80 por ciento de las jóvenes abandonan sus estudios por ese motivo. 

Según datos de la ONU, hay condiciones que hacen a las jóvenes más vulnerables a embarazarse, por ejemplo, aquellas que viven en hogares de menores ingresos, en donde se registra violencia intrafamiliar y violaciones, con niveles educativos muy bajos y que habitan en zonas rurales. 

Según datos de Unicef, en nuestro país el 55.2 por ciento de los adolescentes vive en la pobreza, y solo uno de cada cinco tiene ingresos familiares y personales tan bajos que no le alcanza ni para la alimentación mínima requerida. 

Las condiciones para ser madre en México nos posiciona en el número 54 de una lista de 170 países. Según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones de los Hogares 2011, el 45.7 por ciento de las mujeres casadas o con una pareja sufre algún tipo de violencia, sea emocional, económica o sexual de algún miembro de su casa. 

Además de la violencia en el hogar, muchas mujeres se ven discriminadas en el trabajo, no solo por ser mujeres, sino por estar embarazadas. Una de cada tres mujeres no tiene ingresos propios y el 30 por ciento de las mujeres que tienen un trabajo, también realiza un trabajo domestico, no remunerado. 

Según la misma encuesta, las situaciones de discriminación laboral enfrentadas por las mujeres en su lugar de trabajo, incluyen situaciones tales como percibir menos sueldo a pesar de tener el mismo nivel y puesto que un hombre, menos oportunidad para ascender y menos prestaciones; le bajaron el salario, la despidieron o no la contrataron debido a su embarazo. 

En ese sentido, cuando un padre elude su responsabilidad paterna, no nos resulta del todo sorprendente, lo mismo si no quiere tener hijos.

 Pero cuando es la madre la que decide esa misma postura para poder, digamos, mantener su trabajo, se sacude el núcleo de lo que nos han enseñado a creer acerca de las mujeres y el llamado instinto maternal. 

La antropóloga Sarah Blaffer Hrdy sostiene que ser mujer es visto como “sinónimo de tener y alimentar a tantos niños como sea posible. Así que cuando las madres abandonan a sus hijos, es visto como antinatural”.

¿Una postura egoísta?

Ha ocurrido una transformación en la cultura occidental y en la forma en la que los seres humanos educados conciben la vida, que les ha llevado a pensar más cuidadosamente acerca de tener hijos, ya que para muchas madres los inconvenientes de tenerlos son mayores que los beneficios. 

“A medida que envejecemos tendemos a mirar hacia atrás en nuestro pasado y preguntarnos, no si serví con honor a mi familia, a Dios, o a mí país, sino si alguna vez fui a Cuba, corrí un maratón o me aventé de un paracaídas? Si estaba gorda, si hice suficiente dinero, o si simplemente fui feliz? Ahora tendemos a evaluar el éxito de nuestras vidas de acuerdo, no a si fuimos justos y correctos, sino a si nuestras vidas fueron interesantes y divertidos”, escribe Lionel Shriver, periodista y escritora.

Plantearse la cuestión de vivir una vida sin hijos podría parecer egoísta, pero ¿es más egoísta que traer a un hijo que se enfrenta a menos que las condiciones mínimas para vivir? ¿Más egoísta que tener un bebé simplemente porque se quiere o se debe, sin preguntarse qué mundo le espera, sabiendo que ahora más que nuca enfrentamos una crisis climática, en donde los recursos naturales son cada vez más escasos, y la calidad de vida es menor? 

O, ¿más egoísta que traer más seres humanos a un mundo que está peligrosamente superpoblado? ¿Alguna persona en la historia reciente ha declarado alguna vez que estaba procreando por un deseo altruista de combatir la extinción de la raza humana, cuando la raza humana nunca había necesitado menos para ser perpetuada?

Si consideramos que cada vez es más alta la cifra de mujeres que controlan sus embarazos, junto con la preocupante cifra de embarazos que no fueron deseados, aquella idea nostálgica de la maternidad queda solo en el imaginario colectivo y en una menor cifra de mujeres que sí desearon ser madres por propia voluntad. 

Los niños que nacen dentro de un contexto donde no fueron planeados, afecta a los padres y, sobre todo, a la manera en que serán tratados.

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