¿Somos lo que comemos?
¿Cuántas veces nos han dicho o hemos visto que “somos lo que comemos”? Tantas que hasta ya es muy cansado repetirlo.
El alimento nos define. Sí, hasta el gusto por un platillo o ingrediente determinado puede formar parte de nuestra personalidad. Lo que obtenemos de cada comida, se traduce en algo positivo o negativo para nuestro cuerpo y estado de ánimo.
"La industria de alimentos orgánicos tiene importantes implicaciones para la salud, la cultura y la psicología", señala Kendall J. Eskine, profesor de Psicología de la Universidad de Nueva Orleans.
María Alesandra Pámanes¿Cuántas veces nos han dicho o hemos visto que “somos lo que comemos”? Tantas que hasta ya es muy cansado repetirlo.
El alimento nos define. Sí, hasta el gusto por un platillo o ingrediente determinado puede formar parte de nuestra personalidad. Lo que obtenemos de cada comida, se traduce en algo positivo o negativo para nuestro cuerpo y estado de ánimo.
“La industria de alimentos orgánicos tiene importantes implicaciones para la salud, la cultura y la psicología”, señala Kendall J. Eskine, profesor de Psicología de la Universidad de Nueva Orleans.
Se dice que los alimentos orgánicos son el nuevo ideal para una vida sana y balanceada. Y lo son. Pero como en todo, existe el otro lado de la moneda, uno que involucra la influencia de este tipo de alimentos en el estado de ánimo del ser humano y su interacción con los que lo rodean.
Un estudio publicado recientemente en el Social Psychological and Personality Science Journal afirma que la comida orgánica hace a las personas más prejuiciosas y con menos disponibilidad de ayudar a los otros.
“Los alimentos orgánicos, como otros productos ecológicos, parecen ayudar a la gente a afirmar sus identidades morales, lo que genera conductas contrarias a la intuición”, comenta Kendall.
Probablemente hagas la relación de comida orgánica-dieta-mal humor. Pero esto va más allá de esa cadena que solo destaca que cuando llevas una dieta, sin azúcar o sin ingerir la cantidad acostumbrada de alimentos, el cuerpo lo “reclama” y al tener hambre, llega el dolor de cabeza y con ello, el mal humor.
Y es que los alimentos hasta forman parte fundamental de ciertos eventos que nos identifican culturalmente, como el pavo en Navidad o brindar con champaña cuando se celebra algo.
Eskine encabezó la investigación y señaló que “la comida es el componente central de nuestra vida diaria. Más allá de la nutrición, la comida conecta a las personas con su patrimonio y medio ambiente”.
‘Delicioso’ experimento
Eskine expuso a los participantes a uno de estos tres tipos de comida: orgánica, “comfort food” y neutra.
Al grupo de la comida orgánica, les mostraron fotografías de productos de Purity Life, Honest Tea y Smart Balance.
Para el siguiente grupo, el de la llamada “comfort food” (comida casera que tiene referencia sentimental o nostálgica, nutritiva y fácil de digerir), se utilizaron imágenes de helado y galletas con chispas de chocolate.
Por último, al de la comida “neutra”, se le mostró fotos de avena y condimentos.
Después, los tres grupos contestaron un cuestionario en el que clasificaban las transgresiones morales. Los participantes del grupo de comida orgánica juzgaron tajantemente y con mayor dureza, en comparación con los otros dos grupos.
También, se les preguntó ¿cuánto tiempo dedicarían para ayudar a un extraño? Los pertenecientes al grupo de la “comfort food” declararon que 24 minutos, mientras que los de la comida orgánica tan solo 11 minutos. El neutro pasaría 19 minutos.
Los “orgánicos” sentían que con ingerir alimentos que representan un beneficio para la salud y el medio ambiente, ya habían hecho suficiente buena obra del día, por eso ya no querían ayudar o no lo harían por más tiempo.
La relación (y conexión) entre lo moral y lo oral no es novedad, está comprobado que los sabores de carácter dulce están ligados a juicios benévolos hacia los demás y los amargos generan sentimientos y sensaciones morales a disgusto. Basta recordar la frase: “mal sabor de boca” ante cierta situación.