El dolor más grande de una madre
Diego nació un 22 de septiembre de 2009 y murió casi 13 horas después, debido a una negligencia médica. Los doctores lo justificaron diciendo de todo y a la vez diciendo nada
Azaneth CruzDiego nació un 22 de septiembre de 2009 y murió casi 13 horas después, debido a una negligencia médica. Los doctores lo justificaron diciendo de todo y a la vez diciendo nada.
“Yo desconocía el Síndrome de los brazos vacíos. Fue seis meses después de que falleció mi primer bebé que comencé a investigar sobre él”, recuerda Cecilia.
Era la primera vez que Cecilia y su esposo iban a ser padres. Diego era profundamente deseado.
Había transcurrido un embarazo normal de 37 semanas, una cesárea programada y tenían todo listo para la llegada del primogénito. Familiares de la pareja se encontraban en la sala de espera del hospital mientras que los padres primerizos desbordaban emoción.
“Mi hijo nació a las 5:00 de la tarde un 22 de septiembre. Sólo recuerdo haberlo escuchado llorar. No me dejaron cargarlo, pero tampoco lo exigí, pensé que era el protocolo normal”, cuenta.
Como todas las madres primerizas, Cecilia intentó obedecer en lugar de hacerle caso a su instinto.
Poco después de haber escuchado llorar a Diego, las enfermeras regresaron a su habitación a decirle que el niño presentaba problemas de respiración, pero que era normal porque tenía que adaptarse al ambiente.
De un momento a otro, las cosas se complicaron y después de unas horas la salud del bebé comenzó a ser más delicada.
“Recuerdo que mi esposo había ido a la casa para llevar unas cosas al hospital… Me encontraba en la habitación cuando de un momento a otro el doctor entró y me pidió que le llamara. Tenía que regresar, el bebé estaba muy mal. Se fue la luz en el hospital, conté cinco minutos en mi habitación y de nuevo volví a escuchar ‘dile a tu esposo que regrese ya, su bebé se está muriendo’…”, explica.
Diego nació pesando casi tres kilos y su estatura era de 49 centímetros. Los indicadores señalaban que todo iba bien y que él era un niño sano como los demás.
Las complicaciones que comenzó a presentar ese día –de acuerdo con lo que observó la familia de Cecilia– no fueron atendidas.
“Mi esposo me decía que a mi hijo le costaba mucho trabajo respirar, que podía notar como su pancita se hundía de una manera que no era normal, pero las enfermeras sólo argumentaban que se estaba acostumbrando al ambiente”.
Al decirles que su hijo estaba muriendo, Cecilia pidió verlo. Cuando llegó se dio cuenta que estaba en una cajita de cristal que parecía una incubadora, pero que sólo tenía encendida una lucecita. Pidió cargarlo y las enfermeras se lo volvieron a negar.
Después de unas horas su bebé murió y le informan que el fallecimiento fue por “muerte de cuna”, esto a pesar de todos los signos que presentó y que no fueron atendidos.
Un bebé de chocolate
Ante el fallecimiento de su bebé, Cecilia decidió no permanecer en el hospital, la ayudaron a vestirse y a preparar sus cosas, mientras que a su esposo le entregaron el cuerpo de su hijo.
“Tiempo después de la muerte de Diego, mi esposo me cuenta que cuando los médicos le entregaron el cuerpo de nuestro hijo, él se dirigió a la puerta principal, sin embargo, personal administrativo lo condujo para que saliera por la parte trasera del hospital. Al encontrar esa salida, se dio cuenta que era la puerta por la que sacaban la basura del lugar por lo que quedó en shock y sintió que una tristeza aún más grande lo invadió”, comenta con una voz delgada.
El mensaje para Cecilia era: “si no sales con tu premio en brazos, tienes que salir por la puerta trasera del lugar, no nos haces buena publicidad”.
Para su familia nunca hubo explicaciones claras que definieran con exactitud el motivo de su pérdida y ante lo visible, el personal del hospital decía que era completamente normal.
“Parecía que tenía que entender que la vida era así y que mi hijo era un ‘bebé de chocolate’. Nunca exigí que me dejaran cargarlo. Fui muy cobarde”, recuerda entre remordimientos.
Cecilia y su esposo tuvieron que seguir ante los desafortunados comentarios, a los cuales decidieron no contestar.
“Es el primero, ya vendrán más”, “mejor ahora y no más grande”, “sí, estuvo nueve meses en tu panza, pero tuviste la oportunidad de conocerlo y ya”. Todo parecía formar parte de un cliché, no era un niño de chocolate –como lo explica Cecilia–, se encontraban envueltos en una situación que a su parecer no debió tener ese final.
Tiempo después de la muerte de su hijo hablaron con abogados para buscar asesoría legal, pero poder sostener en un juicio una demanda por negligencia médica es casi imposible porque se requiere que otro doctor lo determine.
“Decidimos que todo esto nos sobrepasaba y que lo más importante para nosotros, aún ganando, no iba a regresar. Nos topamos directo con la impunidad y la violación a nuestros derechos. Pagamos más de 60 mil pesos por la muerte de nuestro hijo y nos terminaron llevando a la salida como si fuéramos basura”, recuerda con enojo Cecilia.
Su vida cambió por completo y pronto se encontró en la búsqueda de información que le brindara un consuelo o una explicación sobre la pérdida del pequeño Diego.
Tras meses de buscar y vivir por separado el duelo con su esposo, se topó con sitios de Internet en España que hablaban sobre el tema y que, de alguna forma, le ayudaron a conseguir fortaleza.
“En 2009, en México el tema era desconocido o casi desconocido, pocos artículos dedicaban un apartado al Síndrome de brazos vacíos en recién nacidos”, reconoce Cecilia.
El blog donde se encontraban historias de mamás que sufrieron una pérdida similar, fue para Cecilia una forma de entender y poder soltar. Eran historias de reconstrucción personal a raíz de la pérdida, fortaleza en la pareja, seguir con una vida que tiene que continuar de una mejor manera, encontrando de nuevo la felicidad en todo lo que nos rodea.
“Lloré mucho con todo lo que vi, pero leer las historias de otras madres me dio fortaleza para salir adelante. Además, no era la única que estaba sufriendo por la muerte de Diego… Mi esposo, quien tuvo en sus brazos el cuerpo de nuestro hijo, había preferido guardarse todo para que yo no me sintiera aún peor”, comparte.
Abatida por todo lo que sucedía Cecilia dejó su trabajo, un lugar en el que ella se sentía muy feliz. No quería ser el recuerdo de alguien que ya no era y, sobretodo, ser alguien de quien sintieran compasión.
Sin nombre definido
El Síndrome de los brazos vacíos es un término que aún no se ha definido dentro de la psicología y otros estudios que se dedican a investigar el comportamiento y la sanación ante una pérdida de este tipo o por la partida de los hijos cuando se van de casa.
De acuerdo con algunos especialistas, “brazos vacíos” deriva de un síndrome llamado “nido vacío”.
“Existe una base teórica que nos habla del Síndrome de los brazos vacíos llamado ‘nido vacío’, ambos radican en la partida de los hijos. Mientras uno explica la pérdida de la vida del niño entre uno y los cuatro años de edad, el otro trata sobre la decisión de los hijos al irse de casa”, explica Liliana Cano, psicóloga y académica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
El síndrome de los brazos vacíos abarca principalmente un periodo específico de tiempo, esto sin profundizar en el tema de pérdida de los bebés recién nacidos.
Por causas naturales o por negligencia médica –esta última casi siempre negada–, el síndrome de los brazos vacíos aún no forma parte de un asunto importante sobre el que se debe trabajar.
‘Diego es parte de nuestra familia’
Cecilia quería que Diego viviera en el corazón de su pequeña familia, por lo que a sus hijos les ha contado que tienen un hermano.
“Tal vez es un tanto idealista, pero Diego es parte de nuestra historia familiar. Diego es parte valiosísima de mi vida, de lo que soy como mujer y de lo que soy como madre”, platica.
Para Cecilia, resolver el conflicto emocionalmente era una parte vital, pues considera que si no se resuelve de esa manera no se puede avanzar.
“El proceso de información en un parto siempre debe ser constante, pero no sólo con la madre, sino con el bebé también. Todo debe ser claro y sin espacio a las dudas. Con Diego considero que se actuó demasiado tarde debido al desconocimiento de nosotros como padres para exigir y a la negligencia de los doctores al actuar cuando su cuerpecito ya no iba a aguantar”, dice.
Actualmente se tienen más estudios sobre el tema, pero aún no se profundiza en el de la pérdida de un recién nacido.
“Todos sufrimos de diferente manera, pero también está en cada uno decidir si sale o se queda en el infierno en el que se puede llegar a entrar”, dice Cecilia, quien no hay día en que no recuerde a Diego, el pequeño bebé que perdió hace ocho años.