El inmueble de la colonia Tabacalera que data de la segunda década del siglo XX, aquel que su propósito primigenio es el de dar cabida a pelotaris y practicar uno de los deportes más rápidos del planeta, el Frontón México, es una insignia que al visitarlo se reconoce al instante, tanto por su interior como su exterior de art decó.
Cuando se convoca a que el recinto sea utilizado de manera distinta a la deportiva, quienes lo hemos visitado con el fin del Jai Alai, identificamos su espacialidad característica: las butacas postradas en el cemento, la amplia cancha para el rebote de la pelota vasca y su iluminación blanca en totalidad de la sala.
Pero adentrarse a Skalar, evento que reta a los sentidos de la vista y el oído, todo lo que conocíamos del edificio se pierde, se desvanece, se vuelve nada, al pasar una cortina negra que conduce ahora a un limbo atemporal.
El aire se vuelve espeso, y lo primero que resalta es un ambiente de relativa calma, sombras de los invitados vagan ahora con una iluminación de intenso rojo carmesí, que se encuentra quieta y proveniente desde la inmensa bóveda rectangular.
Y ahí, en la altura, descansan los cristales circulares, espejos en completa inmovilidad, que solo añaden mayor intriga antes del comienzo, previo a la cita del arranque del espectáculo traído desde Berlín, Alemania.
Entre la penumbra Héctor Mijangos, fundador de Noiselab y promotor de Skalar se acerca a Reporte Indigo y conversa acerca de esta instalación creada por Christopher Bauder y Kangding Ray, artistas alemán y francés respectivamente, que concibieron este espectáculo, como un happening único en la actualidad.
Skalar sucedió por primera vez en Berlín el año pasado y México es el primer país de América Latina que visita, Mijangos expresa que este tipo de experiencias son de tiempo limitado, precisamente por que se vuelven una inmersión sensorial, en lugar de una exposición, es un arte prácticamente viviente.
“Lo que quiero recomendarle a la gente es que vengan en la semana y traigan a sus hijos, que esto es para todas las edades, un niño ve la luz, se emociona y quiere jugar con ella, un viejito se queda alucinando, pero todos lo disfrutamos increíble”, agrega el promotor.
Después de comenzar su estadía en la capital mexicana a inicios de noviembre, Skalar pasará a la ciudad de Amsterdam a partir de enero del 2020, el montaje está disponible en el Frontón México hasta el 6 de diciembre con un costo de entrada desde 250 pesos, hasta 500 pesos para un acceso VIP.
Entrando al vacío
Al correr las respectivas llamadas como en el teatro, la oscuridad llega al espacio, el público se encuentra expectante, ya sea de pie, caminando, sentado e incluso acostado, viendo como poco a poco, unos rayos de luz blanca, salen de entre las paredes.
Los ojos se habitúan a los claroscuros, los sonidos inconexos de la música electrónica empiezan a emanar de todas partes del recinto, la noche es especial, ya que Ray y Bauder se encuentran presentes por un único fin de semana en México, para hacer una instalación distinta en vivo, a diferencia de la exhibición regular.
En esta negrura la imaginación vuela, acompasada por las armonías sintetizadas, más la poca luz que se proyecta ahora de colores, nos persuaden a escapar de México, del presente, del ritmo monótono que lleva nuestra vida.
Y entonces el instante llega, la refracción comienza y los sentidos se vuelcan en un abismo libre, el lienzo es la mente con un pincel que se vuelve ilimitado.
Una nave nodriza, la panza de una ballena, un viaje interestelar, la antesala a un encuentro alienígena, son solo pensamientos que pueden llegar como ráfaga intermitente e imparable a nuestra cabeza, ya que la acción de lo visual y lo sonoro, toman forma inimaginable en Skalar.
Es un futuro presente, un 2019 que bien pudiera haber salido de alguna novela de Philip K.Dick, alguna ambientación recreada en una distopía sin tiempo, es todo y nada a la vez, que se vuelve en pasado fugaz, inerte, vacío del Cronos.
La danza lumínica continúa, los espejos suben y bajan a través de mecanismos de poleas, programados conforme continúan los compases mezclados por Ray, la atmósfera toma nuevas formas, espacios y figuras, que incluso agregan cadencia que invitan en momentos a bailar.
Una posible zona abisal, ahí donde solo domina la oscuridad y resaltan las figuras iluminadas en el fondo del océano, es lo que para una asistente representa Skalar, cuando desde el piso contempla el ir y venir de la música con los cañones de luz que reflejan su haz en los cristales circulares.
“En algunos lapsos los espejos/naves/oreos me parecieron dos cosas: una, esos pequeños organismos que habitan en lo profundo del océano, allí donde los rayos solares ya no alcanzan. Formas de vida primitivas que flotan y se desplazan a un ritmo que se antoja lento y acompasado. Y hacia el final y más evidente, nosotros (los asistentes) éramos una forma de vida marina, mirando hacia la superficie ondulante, luminosa”, expresa Lisbeth Gaona después de terminar el performance audiovisual.
Apenas 40 minutos son suficientes para la experiencia única, los rayos naranjas semejan el sol postrados en un único disco espejo, lo que es vitoreado por los presentes, para nuevamente volver al rojo intenso y acabar en la calma de ese aire enrarecido pero inodoro, en donde más de uno gustaría quedarse para evadir el retorno al mundo real.