Con la película de ficción Sin señas particulares, la directora Fernanda Valadez refleja otro punto de vista.
En el séptimo arte la ruta de los migrantes latinoamericanos hacia Estados Unidos es un recorrido que se ha visto hasta el cansancio, tanto en cine documental como en la ficción. Encontrar propuestas nuevas y arriesgadas en el presente es como buscar una aguja en un pajar dentro de las producciones audiovisuales.
Fernanda Valadez estudió a profundidad el tema desde que estaba estudiando Cine, en 2011, y un primer acercamiento fue su cortometraje 400 maletas, en 2014, en el que Magdalena (Mercedes Hernández) se aventura para acercarse a la frontera entre México y Estados Unidos buscando a su hijo, quien debió cruzar en busca del sueño americano, pero nunca se reportó, por lo que sospecha que su primogénito sigue vivo.
Bajo esta premisa, la curiosidad de la guionista y directora no se detuvo, así como su personaje Magdalena, ella continuó explorando a los indocumentados y se decidió por hacer un largometraje, pero desde una óptica distinta a la que presentaban las demás películas acerca de la migración.
“Como directora sentí que faltaban muchas cosas por decir; entonces, después de que ese cortometraje se estrenó, discutí con Astrid Rondero (productora) si debíamos continuar o no haciendo un largometraje que tuviera básicamente la misma historia y decidimos que sí”, abunda Valadez, en videollamada.
Después de incluir nuevos personajes en la travesía de Magdalena y retratar en el guión cómo las autoridades mexicanas están sobrepasadas con las desapariciones forzadas en la frontera, la cineasta rodó Sin señas particulares, película que ya se encuentra tanto en la cartelera comercial como en la alternativa del país, después de pasar por distintos festivales internacionales.
“Lo que tratamos de hacer con esta película es proponerle al espectador vivir un poco en los zapatos del familiar, de la madre de un desaparecido, y esa es la potencia del cine, permitirnos experimentar el cine en los zapatos ajenos. Es un viaje de empatía”, agrega la directora.
Conscientes de los riegos que implicaba el grabar completamente la cinta en la zona fronteriza, el equipo de producción decidió trasladarse y encontraron en Guanajuato las facilidades para esto, aunque también se enfrentaron con otra realidad: la del huachicol y la violencia a manos del crimen organizado.
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Guanajuato simula la frontera en Sin señas particulares
En la ficción, Magdalena llega hasta Tijuana, donde empieza a indagar qué ocurre con quienes desean cruzar la frontera y simplemente desaparecen; su historia se cruza con la de Miguel, un chico que ha sido deportado a la misma ciudad de Baja California y quien desea llegar a Ocampo, ejido que ha sido atrapado por el crimen organizado.
En un inicio, Valadez y el equipo de la película tenían contemplado retratar a Tamaulipas y su límite con Estados Unidos, pero los riesgos eran demasiado altos y atentaban contra la seguridad del rodaje, por ello prefirieron escoger Tijuana para ubicar a sus personajes y grabar algunos exteriores de esta localidad; así que el resto de la película se hizo en Guanajuato.
“Creo que el 90 por ciento de la película fue rodada en la ciudad de Guanajuato, en una zona de 10 kilómetros a la redonda, y un poco el esfuerzo de la ficción y de la manera en cómo seleccionamos las locaciones que Claudia Becerril fotografió, fue hacer sentir que era un viaje”, expresa Valadez.
La productora Astrid Rondero recuerda que tuvieron el apoyo por parte de las autoridades del estado del Bajío, a pesar de que nunca vivieron una situación de peligro, posteriormente al rodaje, se percataron que donde realizaron el filme era una zona de huachicoleo, donde también se desató una ola de homicidios.
“Donde más estuve angustiada fue en una escena con un camión, donde iba a haber armas falsas, para mí era muy importante que toda la gente alrededor de la zona no se espantara, tuvimos que explicarles que habría una hoguera para que no hubiera ningún malentendido”, cuenta la directora.
En la película se hablan de localidades inexistentes en Baja California, como La fragua u Ocampo, incluso, la vegetación no corresponde con el paraje árido del estado norestense, por lo que las realizadoras se justifican al decir que ellas buscaban disfrazar las urbanidades mexicanas que hacen límite con Estados Unidos, lo que se logra sólo desde la ficción.
“Es la estrategia que tomamos en la película, también, para poder hablar de una manera más general, no hablar de geografías específicas, los nombres que utilizamos por ejemplo, Ocampo, existen Ocampos en múltiples estados y justo lo que tratábamos de hacer con la frontera era dar esa sensación de frontera, más que decir que era Tijuana o Tecate o Rosarito”, se sincera Valadez.
Faltan políticas
Fernanda Valadez es de Guanajuato, por lo que le ha tocado observar el paso de quienes aspiran al sueño americano. Para ella, esta ruta es un camino claramente arduo, que cada vez tiene mayores peligros, por ejemplo, los camiones enteros de líneas de autobuses que desaparecen sin dejar rastro de sus pasajeros.
“Cuando hablamos de política migratoria tenemos que pensar también en lo que pasa con los migrantes, es una cuestión de derechos humanos y de responsabilidad del Estado en territorio mexicano, antes de siquiera hablar de lo que pasa con Estados Unidos”, agrega la directora.