Actualmente hay muchas maneras de vivir la maternidad, pero no debemos olvidar que aún hay mujeres que la experimentan como un deber y no como una decisión libre.
En la sociedad mexicana la idealización que se hace sobre las madres es paradójica, pues por un lado las mamás mexicanas son siempre sujetos de veneración por ser mujeres abnegadas, absolutamente buenas, amorosas, pacientes y con un poder infinito de perdón, pero al mismo tiempo hay una discriminación e incluso desaprobación por las madres solteras sin mencionar, claro, que las cifras de violencia y feminicidio están siempre en aumento.
Diversos estudios sociológicos y feministas marcan una línea muy clara entre los intereses de ser mujer y los de ser madre, hay una especie de imposibilidad entre la realización personal vs la realización laboral, pues se espera que sean la una o la otra; no ambas, pero si deciden elegir ambas, entonces se les castiga con jornadas dobles o hasta triples de trabajo.
Seguramente una manera de acercarnos a la maternidad desde una visión más real, femenina y menos idealizada es desde aquellas mujeres que ilustres y al mismo tiempo mexicanas, víctimas del ideario de la madre perfecta, escribieron sobre la maternidad.
Rosario Castellanos una de las intelectuales más importantes de su tiempo y madre de Gabriel, escribió artículos sobre lo femenino mexicano; lo profundamente asfixiante y doloroso que es ser mujer en México.
Como ejemplo en “La abnegación: una virtud loca” Castellanos adjudica el valor de ser madre para que una mujer pueda alcanzar la realización, es decir, si no se es capaz de fecundar hijos es como si aún no fuera nadie, la capacidad de ser “mujer” está basada en la de traer hijos al mundo.
Uno de los poemas que reflejan de una manera cruda y real la maternidad es “Se habla de Gabriel”:
Como todos los huéspedes mi hijo me estorbaba
ocupando un lugar que era mi lugar,
existiendo a deshora,
haciéndome partir en dos cada bocado.
Fea, enferma, aburrida
lo sentía crecer a mis expensas,
robarle su color a mi sangre, añadir
un peso y un volumen clandestinos
a mi modo de estar sobre la tierra.
Su cuerpo me pidió nacer, cederle el paso;
darle un sitio en el mundo,
la provisión de tiempo necesaria a su historia.
Consentí. Y por la herida en que partió, por esa
hemorragia de su desprendimiento
se fue también lo último que tuve
de soledad, de yo mirando tras de un vidrio.
Quedé abierta, ofrecida
a las visitaciones, al viento, a la presencia.
En “Y las madres qué opinan”, también de Castellanos, señala lo agobiante y absorbente que es ser madre, pero además pone el dedo sobre la llaga y cataloga a la maternidad como una fatalidad de la naturaleza.
Pero uno de los temas más interesantes de dicho artículo es que describe la maternidad no como un proceso biológico inevitable, sino la experiencia social que representa de manera económica, política y religiosa, por eso no es raro que en “Se habla de Gabriel” el hijo sea comparado con un estorbo y también un ser que se abre paso por sobre la mujer, para convertirla en una madre, sin ningún otro sueño, ilusión o meta que no sea cuidar de su hijo.
Alicia Ramirez, crítica de la obra de Castellanos, señala que en el poema podemos leer o escuchar la voz de una mujer y no de una madre, un ser individual e independiente que busca desplazarse, encontrar su identidad más allá de sus funciones biológicas.
Otra escritora de la que podemos y debemos hablar es Elena Garro, quien también en toda su obra plasma la complejidad de ser mujer. Normalmente para Garro, los personajes femeninos sufren por su condición, pero también son capaces de alcanzar otras posibilidades, dichos personajes transgreden su mundo y van más allá de lo impuesto.
En “Testimonios de Mariana”, hay una singularidad que cambia por completo la visión de madre, pues según María Silva Persino, la presencia de parejas madre-hija es la unión que las protege mutuamente y aunque no es una liberación sí representa la alianza entre mujeres y eventualmente la salvación.
Otro ejemplo es “La señora en su balcón” aunque en esta obra de teatro no se habla explícitamente de la maternidad, sí se puede ver a Clara, la protagonista, confluir por diversas etapas de su vida en las que debe llenar expectativas de mujer: en la infancia ser recatada y en la educación repetir sin cuestionar, la fantasía y la búsqueda de la identidad es una locura, pero sobre todo una pérdida de tiempo.
Es una en la juventud, el matrimonio, las responsabilidades de la casa y por supuesto los hijos:
El desencanto, la falsa realización de los hijos y el matrimonio por sobre la individualidad de cada mujer se ve reflejada en la advertencia de Clara de 50 años a Clara joven:
“Clara de 50 años: No, no vuelvas, Clara. Era verdad; no había sino un departamento, una hepatitis, un Chevrolet para los domingos, tres niños majaderos, disgustado porque el desayuno estaba frío y un tedio enorme invadiendo los muebles.”
Para ambas escritoras, convertirse en madre por sobre los intereses personales y la realización propia es un castigo, como se mencionó al inicio hay muchísimas mujeres que han sido forzadas a ser madres, lo que representa, en muchos casos, un ancla que mantiene a las mujeres en un estado constante de frustración y dolor.
Una característica biológica que debería ser un atributo digno de admiración y cuidado se convierte en una sentencia, un impedimento físico y social para la vida de las mujeres.
Para Rosario Castellanos, es necesario ver la maternidad como una decisión que debe tomarse en libertad, como un acto de responsabilidad que signifique un paso más en la individualidad de cada mujer y no un castigo o un crimen. Para Elena Garro, por otro lado, la maternidad puede representar una oportunidad para unir fuerzas y protegerse, pero también es una decisión de la que se puede prescindir. Al final, Clara, de “La señora en su balcón” no tiene hijos y este tema es más bien indecente pues va en contra de la “normalidad”, pero es precisamente eso lo que Garro plantea; la apertura a nuevas posibilidades que las impuestas, la posibilidad de decidir no ser madre.