Quimio y radio… pero con amor y humor

Por: Julia Estela Ponce

Terminaba el año 2010, acababa de iniciar un proyecto de trabajo que me encantaba, casi era Navidad, y un mes después llegaría a los 50 años con mucho qué celebrar.

Entonces llegó el diagnóstico: el bultito que noté en mi seno izquierdo una semana antes era canceroso y había que operar.  

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"Todas deberían tener un hombre así a su lado en caso de emergencia (que apoye y transmitea tranquilidad).Los médicos tendrían que incluirlos en las recetas"
Julia Estela PonceSobreviviente de cáncer de mama

Por: Julia Estela Ponce

Terminaba el año 2010, acababa de iniciar un proyecto de trabajo que me encantaba, casi era Navidad, y un mes después llegaría a los 50 años con mucho qué celebrar.

Entonces llegó el diagnóstico: el bultito que noté en mi seno izquierdo una semana antes era canceroso y había que operar.  

El cirujano me animó: no todo cáncer es CÁNCER, dijo,  y lo esperado en mi caso era que después de la cirugía –que solo retiraría el tumor- siguieran algunas sesiones de radiación y ya. Probablemente moriría por una causa distinta y muchos años después.

Sin embargo, los resultados de la operación mostraron que este cáncer sí tenía algunas letras mayúsculas: se había escapado a un ganglio y había que operar de nuevo para sacar el resto… y hacer quimioterapia.

La verdad, ninguna de las cirugías me causó verdadero dolor;  lo que me urgía era empezar la quimio  porque sentía que cada día que esperaba  -mientras las heridas cicatrizaban- estaba dejando que el cáncer avanzara.

El médico me dijo que recordara que ya no tenía cáncer y que todo lo que haríamos sería para evitar que volviera. Yo sabía que el problema es ése: que regresa, pero me gustó pensar que, aunque a lo bestia, la quimio era medicina preventiva y por lo tanto, los pesares que vendrían no serían por estar enferma, sino solo maltratada.

Con la quimio no me fue mal. Creí que sería como en las películas, pero no. Nunca tuve náuseas ni vómitos. Malestares sí, muchos, y algunos no se irían.

Luego siguió la radio, que no dolía, pero asustaba. Pensé que me estaba deprimiendo porque, aunque me sentía animada,  me resultaba más y más difícil concentrarme tanto para trabajar como para ver televisión o leer aunque solo fuera una revista. 

“¿No te advirtieron que la radio cansa?”, me dijo una amiga.  Pues sí, pero yo no me sentía cansada, solo desganada. “Eso es cansancio, deja de sentirte culpable. Estás cansada y ya”. 

Y sí, estaba cansada. Pero se acabó la radio y yo creí que empezaría la vuelta a la normalidad, aunque fuera despacito.

Lo que en verdad comenzó fue el año de los achaques. Me preparé para los grandes males, pero no para las pequeñeces que siguieron y que me fastidiaban: meses y meses en que era imposible levantarme de la cama de un tirón, y debía hacerlo encorvada como si tuviera 100 años, mientras las articulaciones se “calentaban”. 

Tampoco podía agacharme en público, porque para levantarme primero tenía que ponerme a gatas. Bajar las escaleras requería hacer pausa en cada escalón. 

Y no podía bailar porque mis pies medio dormidos me hacían tropezar. Y el colesterol (que nunca antes estuvo alto) no bajaba. Ni los triglicéridos. Ni la presión arterial. Tampoco bajaron los 15 kilos extra que me dejó el tratamiento contra el cáncer.

Pero lo peor era la sensación de culpa, porque una está en verdad agradecida por lo que ha superado, pero al mismo tiempo llora  y llora porque no se reconoció al verse en un aparador o porque todas las blusas le quedan como las camisas a Hulk.

Sin embargo, no hay un solo día que quiera olvidar de los últimos tres años, porque cada uno fue vivido con conciencia de la maravilla que representaba. Creo que el tratamiento que elegí fue la mejor decisión, pero no diría que es la mejor para cualquier mujer. 

Considero que las creencias y escepticismos de cada persona influyen poderosamente en su actitud hacia cualquier terapia y, por lo mismo, debe sentirse cómoda con lo que decida, consciente de que en ninguna hallará  seguridad  total.

Lo que todas deberían tener, sea cual sea su elección, es el respaldo de su gente. Y en esto yo he sido increíblemente afortunada.

El cariño de mi familia, de mis amigos, el apoyo de la empresa (a la que acababa de entrar), la atención de los médicos, la capacidad y buena vibra de las increíble enfermeras… todo me rodeó de tal manera que diluyó el cinismo habitual con el que solía percibir la vida.

Y comprobar a diario el amor de mi pareja, su forma de transmitirme tranquilidad, de mantener la maravillosa cotidianeidad y de hacer que realmente me sintiera linda en un periodo en el que “arreglarme” era dibujarme las cejas inexistentes, simplemente me maravilló. Todas deberían tener un hombre así a su lado en casos de emergencia. Los médicos tendrían que incluirlos en las recetas.

No sé si el cáncer vuelva, como no sé si me atropellará un camión, pero a pesar de que no lo quiero nada, reconozco que por el cáncer he aprendido a disfrutar más el presente. Y pase lo que pase, con eso ya gané.

 

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