¿Qué hay debajo de la máscara?

“La vestimenta hace una declaración. Los disfraces cuentan una historia”. Mason Cooley, escritor de aforismos estadounidense.

El disfraz de Halloween siempre es material para dar de que hablar. ¿De qué te vas a disfrazar?” es la pregunta que surge entre niños, jóvenes y adultos durante esta temporada, incluso desde que se termina el mes de septiembre.

Pelucas, máscaras, sombreros, antifaces, botargas, maquillaje… toda clase de accesorios e indumentaria extravagante nos permiten “ser” otra persona o personaje (¿nuestro alter ego?) en particular.

Eugenia Rodríguez Eugenia Rodríguez Publicado el
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"Halloween da a las personas la oportunidad de bailar con el diablo por una noche, probar la malicia y acariciar los temores profundamente arraigados"
Gurit Birnbaum Centro Interdisciplinario Herzliya, en Israel
http://www.youtube.com/watch?v=Iwoq1qxabow

“La vestimenta hace una declaración. Los disfraces cuentan una historia”. Mason Cooley, escritor de aforismos estadounidense.

El disfraz de Halloween siempre es material para dar de que hablar. ¿De qué te vas a disfrazar?” es la pregunta que surge entre niños, jóvenes y adultos durante esta temporada, incluso desde que se termina el mes de septiembre.

Pelucas, máscaras, sombreros, antifaces, botargas, maquillaje… toda clase de accesorios e indumentaria extravagante nos permiten “ser” otra persona o personaje (¿nuestro alter ego?) en particular.

Cada año, sea cual sea la máscara o disfraz que lleve la persona, esta conmemora a la época del siglo 16, cuando se utilizó por primera vez el término “Halloween” (que varía de la expresión escocesa “All Hallows’ Even” –también “All Hallows’ Eve”– o “Fiesta de todos los santos”).

Y, al igual que en el Mardi Gras (o Martes de carnaval), por una noche, las personas se dejan llevar por sus deseos y adoptan las características de la identidad de su disfraz.

“Los disfraces son recursos de comunicación”, señaló en un artículo publicado en TIME Kit Yarrow, profesora e investigadora en la psicología del consumidor de la Universidad Gate, en San Francisco.  

“Dicen algo sobre ti a los demás y tienen el propósito de suscitar una respuesta. Nadie porta un disfraz para sentarse solo en casa. Los disfraces son vehículos de conexión social”. 

Yarrow explicó que disfrazarse es una manera de explorar aquello que uno no es, lo que aplica particularmente en el caso de los adultos jóvenes, quienes se encuentran en una etapa de desarrollo psicológico en la que se ven atraídos por la idea de experimentar roles distintos. 

Para quienes están en edad universitaria, Halloween es “una noche de exploración durante una etapa de sus vidas en la que están construyendo una identidad”. 

A través de nuestro disfraz, además, revelamos nuestro lado oscuro o nuestro alter ego, de acuerdo a las circunstancias por las que estemos atravesando. 

Yarrow argumentó que detrás de la preferencia de las personas adultas por elegir disfraces de vampiros, demonios y otros “personajes poderosos depredadores”, está el estado de vulnerabilidad en el que se encuentran ante el escenario político-económico actual. 

En una era “donde las personas se sienten menos seguras y en control de sus vidas, hay cierta fascinación por ser un personaje que no cargue con el peso de la empatía y mayor probabilidad de ser el agresor y no la víctima”. 

La psicoterapeuta Joyce Marter escribió en su blog “The psychology of success”, publicado en el sitio a cargo de profesionales de la salud mental, Psych Central, que “expresarse a través del disfraz puede ser una de las experiencias más catárticas (…)”.  

Esta exteriorización “nos da la libertad de descubrir aspectos ocultos sobre nosotros mismos que pueden contener recursos valiosos que estamos reprimiendo”, aseguró. 

Cuando el disfraz ofende 

Los disfraces de Halloween también generan controversia, sobre todo para los que no se disfrazan, o si se trata de un personaje cuya identidad representa problemas mentales y sociales, los cuales están caricaturizados por la cultura pop. Inclusive la polémica puede alimentar problemáticas sociales como el racismo y el estigma de la enfermedad mental.  Y generar revuelo en redes sociales. 

Ejemplos de disfraces ofensivos en los últimos años hay muchos (ver “Anna Rexia”, terroristas suicidas, estereotipos raciales y étnicos). Pero quizá el caso más reciente son los denominados “disfraz de enfermo mental” y “psicópata de manicomio” que las cadenas de supermercados británicas Asda y Tesco, respectivamente, pusieron en venta el mes pasado. 

El primer traje incluía una máscara, un machete y una camisa de fuerza con manchas de sangre. El segundo consistía en un bozal y un mono de trabajo color naranja brillante, que tenía la leyenda “internado” en la espalda. Un machete era opcional para “completar el look”.

Ambos disfraces desataron indignación de consumidores, celebridades y organizaciones de caridad en las redes sociales, lo que provocó que Asda y a Tesco retiraran inmediatamente los mismos de sus tiendas y de sus sitios Web. 

Katie Dalton, de la asociación caritativa de salud mental Gofal, escribió en Twitter: “querido @Asda, ¿cómo es posible que llegaran a la conclusión de que este es un disfraz apropiado? Qué vergüenza”. 

Otro usuario tuiteó: “@asda Soy un paciente con enfermedad mental. No, no doy miedo. No deberías de estar vendiendo un atuendo de ‘enfermo mental’”. 

En respuesta a las reacciones, ambas cadenas de supermercados pidieron disculpas. De hecho, Asda admitió que la venta del “disfraz de enfermo mental” fue un “error completamente inaceptable”.

Diabluras anónimas 

Un experimento encabezado a fines de los 70 por el psicólogo Ed Diener –considerado un clásico– ha sido referencia para evidenciar una realidad: el disfraz de Halloween invita a los niños a violar las normas sociales.

Andar disfrazados, entremezclados con una multitud de personas, disminuye nuestro sentido de individualidad y nos otorga el poder de anonimato. A su vez, esto favorece el desvanecimiento de nuestro sentido de responsabilidad, lo que nos invita a llevar a cabo actos que quizá jamás realizaríamos sin la presencia de otros. 

En el estudio, publicado en Journal of Personality and Social Psychology, se observó la conducta de mil 352 niños que, durante la Noche de Brujas, entraron a 27 casas en Seattle. En cada hogar hubo ciertas condiciones experimentales para probar su honestidad.

Solo 8 por ciento de los que visitaron las casas solos y que fueron identificados –dieron nombre y dirección– se llevaron más dulces y/o dinero de lo que se les había permitido, comparado con 80 por ciento de los que entraron en grupo y cuya identidad fue anónima. 

Con poderes como Batman 

“Los superhéroes musculosos cambian la imagen corporal de los hombres”, reportó en 2012 Ariana Young, psicóloga de la Universidad de Buffalo, en un estudio publicado en Journal of Experimental Social Psychology. 

Para que el efecto sea positivo, debe haber una conexión emocional con estos personajes, reveló la investigación realizada con 98 hombres adolescentes.

Al sentirse identificados con Batman, por ejemplo, los hombres adoptan la misma confianza que refleja este personaje respecto a su imagen corporal.

Los investigadores señalaron que “una posible explicación a la inmensa popularidad de los superhéroes en nuestra sociedad es que, para algunos hombres, estos pueden cumplir una función psicológica importante: hacer que se sientan mejor acerca de sus cuerpos”. 

Quizá este apego emocional sea la inspiración para que, año con año, a todas las fiestas de Halloween llegue –por lo menos– un Spiderman, Superman o Batman.

 

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