En 2019, Alejandro González Iñárritu tuvo una plática con Pawel Pawlikowski en Sarajevo, Bosnia y Herzegovina, ahí hablaron a fondo de la película del mencionado cineasta polaco, Guerra Fría (2018), que, al igual que otros directores en ese momento, hizo su propia versión personal en cine, de una historia que le atañe, el contar en la ficción la fábula de una pareja, que va y viene con el paso del tiempo, que no pueden vivir juntos, pero tampoco pueden existir el uno sin el otro. Este preámbulo viene de la inspiración, de ver reflejados en el cine, a sus padres.
Esta entrevista, extensa y profunda, salió a la luz pública con el lanzamiento del largometraje de Pawlikowski en formato casero en la Colección Criterion, y como bien se puede observar, el realizador mexicano escudriña a fondo, cuestiona y pregunta de manera precisa a su colega polaco.
Recordemos que, para ese momento, no solo Pawlikowski había retratado en el séptimo arte, su propia versión de una parte personal de su familia, al mismo tiempo salió Roma de Alfonso Cuarón, y ambas compitieron en los Premios Oscar por Mejor Película Internacional, el mexicano en esta ocasión se llevó el oro a casa, y el polaco se quedó con las manos vacías.
Netflix hizo una de sus primeras conquistas en Hollywood, con una película basada en la vida de Cuarón y tener presencia en los más altos galardones de la industria fílmica, ¿acaso González Iñárritu sentía que se quedaba atrás de sus pares y también deseaba arreciar con su propia historia personal y de paso, ir por más preseas que su cuate cineasta?
Casi un lustro pasó, y González Iñárritu hizo lo propio: una película donde Silverio Gama (Daniel Giménez Cacho), un documentalista y periodista, que alguna vez tuvo carrera en la televisión y radio mexicana, ahora se encuentra agobiado por su propio éxito viviendo en Estados Unidos desde hace más de una década, y regresa a su país de origen, cuestionándose su existencia, o al menos eso parece que es lo que sucede en Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades.
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Y no me parece que sea una coincidencia que Netflix haya adquirido la película, sé que además todavía es un poco temprano para predecir, si es que el largometraje estará en las grandes premiaciones de Hollywood, pero lo que sí puedo afirmar, después de haber visto este filme, es que González Iñárritu empujó demasiado lejos y esta ficción será incomprendida por las masas.
Bardo no solo es arriesgada, es una excelente obra experimental, PERO, como película, deja mucho que desear, es inconexa, es abstracta y su duración de 160 minutos no termina por entregar una cinta que sea convincente.
En resumidas cuentas, Bardo es tan absurda y compleja, que seguramente solo González Iñárritu entiende lo que él quería decir, y su reflejo es su trailer, que además ya con el uso de “I am the warlus” de The Beatles, ya peca de pretenciosa.
Atención, si se piensa ver la película, recomiendo ampliamente NO VER el siguiente avance, pese a que no tiene spoilers, contiene escenas que es mejor presenciar por primera vez en pantalla grande.
De su película, González Iñárritu ha dicho lo siguiente en las notas de producción de la misma:
“Estas son algunas experiencias, anécdotas, pensamientos, reflexiones y emociones por las que he pasado y que quería compartir con ustedes de la única manera que puedo.
Debo advertirles de antemano: no he encontrado verdades absolutas. Sólo un viaje entre la realidad y la imaginación. Un sueño.
Los sueños no poseen tiempo. El cine tampoco. Los sueños, como el cine, son reales, pero no veraces. En ambos, el tiempo es líquido. Bardo es la crónica del viaje que hice entre esas dos ilusiones cuyas fronteras me resultan indescifrables”.
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Bajo esa justificación, lo que sea que veamos en el largometraje del director mexicano, pues es mera especulación de cada uno de nosotros, pero lo que sí es palpable, es el despilfarro económico en locaciones y en lograr esas atmósferas.
No todos los días se puede ir a grabar al Castillo de Chapultepec, menos en el primer cuadro de la Ciudad de México, qué decir de una secuencia que ocurre en el California Dancing Club con un lleno total, y que fue rodada ¡En medio de una pandemia en curso! Claramente se tiró la casa por la ventana en gastos.
El corte de tres horas que González Iñárritu entregó en el Festival Internacional de Cine de Venecia no agradó, el director redujo su película 14 minutos, y se dice agregó una nueva secuencia, pero esto no es todo, fuentes cercanas a Reporte Indigo describieron que el corte original era de cuatro horas, y que el cineasta tiene derecho a hacer su corte final, hasta que la película llegue a Netflix el 16 de diciembre próximo.
Iñárritu juega en una narrativa nunca antes vista en el cine convencional y comercial, la única aproximación a este discurso, es lo que ya ha hecho Terrence Malick en películas como El árbol de la vida (2011), To the wonder: deberás amar (2013), Caballero de copas (2015), Song to song (2017) o Una vida oculta (2019).
Pero Bardo no es una comparación, porque lo que hace Malick tiene otro ritmo, otra estructura narrativa, otro sentido. Cada uno tiene su manera de ser abstracto, solo que Iñárritu se queda corto en esta experimentación.
Lo que me extraña ahora, es que Netflix ha hecho pacto al fin con las grandes cadenas de exhibición, tanto en México como en Estados Unidos, una estrategia que no creo que reditúe en taquilla, por los motivos antes expuestos.
Pero lo que seguro pretende tanto el director, como la plataforma de streaming, es colarse a los Oscar y más premiaciones, pero acaso ¿esto solo es un intento más de Netflix por desesperadamente ganar Mejor Película? ¿Iñárritu presumirá en dado caso de ganar (que lo veo difícil) que tiene más estatuillas de la Academia que Cuarón? ¿Qué carajos es Bardo realmente?
Las dos primeras preguntas no tienen respuesta, la tercera, solamente la pueden responder ustedes queridos lectores, y me la cuentan cuando hayan ido a ver el largometraje a cines.