Verse sorprendido por una repentina dosis de inspiración puede asociarse a un momento de adrenalina. No entendemos por qué lo que sentimos, solo queremos comernos al mundo.
Son aquellos momentos únicos en los que nuestra mente nos seduce con una gran idea o nos “regala” la solución a un problema que desde hace tiempo habíamos estado buscando. Momentos que, al describirse, se sintetizan con frases como “me cayó el 20”, “se me prendió el foco”, “no tengo idea de cómo le hice” o “se me ocurrió de la nada”.
Y es que así, de la nada, surge la revelación, mejor conocida como “insight”, en inglés. Un ingrediente clave del proceso creativo que nos sirve de herramienta para obtener y materializar una gran idea.
Pero, ¿cómo funciona la creatividad? ¿Cómo, en realidad, surge el momento “mágico” de inspiración? ¿Qué existe detrás de una experiencia de revelación?
Hoy la psicología cognitiva y la neurociencia permiten entender cómo funciona la creatividad en el cerebro y cómo este órgano nos permite tener esos momentos de “insight”.
Así lo demuestra el reconocido escritor científico estadounidense –y de apenas 31 años de edad– Jonah Lehrer, en su libro de reciente publicación “Imagine: How Creativity Works” o “Imagina: Cómo Funciona la Creatividad”.
Frustración, la antesala
Lehrer menciona dos características clave de las que se valen los científicos para definir el momento de una revelación.
“La primera etapa es el punto muerto”, es decir, “antes de que se dé algún avance, tiene que haber un bloqueo”, un periodo de frustración, escribe Lehrer.
Dice que incluso antes de conocer la pregunta –no solo la respuesta–, “debemos de estar inmersos en la desilusión, convencidos de que la solución está más allá de nuestro alcance”.
Tal y como se comprobó en los experimentos basados en acertijos de palabras de los psicólogos Mark Jung-Beeman, de la Universidad de Northwestern –quien desde mediados de los 90 estudia los momentos de “insight”–, y John Kounios, de la Universidad de Drexter, a los que Lehrer hace referencia en su libro.
Mediante la combinación de técnicas de electroencefalografía (EEG), que “mide las ondas de electricidad producidas por el cerebro” e imagen por resonancia magnética funcional (IRMf), Beeman y Kounios lograron estudiar qué sucede en el cerebro durante un momento de revelación.
A tan solo unos segundos después de que el hemisferio izquierdo del cerebro comenzara a realizar una búsqueda intensa de las respuestas a los acertijos de palabras, los participantes del experimento expresaron haber llegado a un “punto muerto”, sin poder pensar en la palabra correcta.
“Los sujetos se frustraron rápidamente por su incapacidad para encontrar la palabra necesaria”, escribe Lehrer, y expresaban su impotencia quejándose con los científicos, a quienes amenazaban con renunciar al experimento.
El también autor de “How We Decide” y “Proust Was a Neuroscientist”, explica que “estos sentimientos negativos son en realidad una parte esencial del proceso (creativo), porque señalan que es tiempo de intentar con una nueva estrategia de búsqueda”.
Lo que el cerebro necesita en esta etapa es dejar de depender en las asociaciones literales del hemisferio izquierdo y cambiar la actividad al hemisferio derecho, para “(…) explorar una serie de asociaciones más inesperadas. Es esta lucha la que nos obliga a intentar algo nuevo”.
Y entonces este periodo de frustración o desesperación da paso a la segunda etapa, es decir, al momento de la revelación caracterizado por el “sentimiento de certeza que acompaña a una nueva idea”.
¡Eureka!
Es en el llamado “momento eureka”, o “Aha! moment”, como también se le conoce coloquialmente en inglés, en el que, “de repente”, todo parece tener sentido. Un momento que viene precedido, explica Lehrer, “por una ráfaga de actividad cerebral igualmente repentina”.
¿Quiénes son las “culpables” de esta “ráfaga de inspiración”? El ritmo de ondas gamma que, a decir de Lehrer, es la máxima frecuencia eléctrica generada por nuestro cerebro. Aunque si de ser específicos se trata, el autor dice que se da un pico en el ritmo de estas ondas 30 milisegundos antes de que el momento de “insight” o la tan esperada respuesta aterricen a nuestra conciencia.
Y por si aún quedan dudas de la naturaleza de la creatividad y la fuente de los momentos de revelación, Beeman y Kounios descubrieron en sus experimentos una región (conocida como giro temporal superior) en el hemisferio derecho de la corteza cerebral que “(…) se volvió inusualmente activa en los segundos antes de la epifanía”, describe Lehrer.
Una región que, señala el recién estrenado columnista del blog Frontal Cortex, en The New Yorker, en estudios previos se le ha asociado con aspectos de la comprensión del lenguaje, como la interpretación de metáforas o el entendimiento de chistes, por ejemplo.
Habilidades lingüísticas que tienen que ver con momentos de revelación “(…) porque requieren que el cerebro realice una serie de conexiones distantes y originales”, alude Lehrer al argumento de Beeman.
Todo esto da cuenta de que todo ser humano se puede beneficiar de la creatividad y los momentos de revelación, que no son “privilegio” exclusivo de unos cuantos, como se tiende a asociar a artistas y “tipos creativos”.
La disciplina creativa
Vivir un proceso creativo no es cualquier cosa. Para poder “pasar la prueba” de la primera etapa de frustración, necesitamos de un rasgo de personalidad que nos permita seguir intentando, sin bajar la guardia.
Un rasgo nuevo que nace del estudio que psicólogos han hecho en los últimos años sobre la relación que existe entre persistencia y el logro de la creatividad y cuyo nombre técnico es el de “grit”, en inglés –como decir “aguante” en español–, “uno de los predictores de éxito más importantes”, según Lehrer.
Pero el trabajo arduo no es solo tarea de “los mortales”, “en realidad todos los grandes artistas y pensadores son grandes trabajadores”, dice Lehrer en una conferencia de la Royal Society for the encouragement of Arts, Manufactures and Commerce (RSA). De ahí que la creatividad, asegura, “trata de la inspiración”, sí, “pero también de la transpiración”.
“Incluso Beethoven”, apunta el autor, “el cliché del genio artístico, necesitaba refinar sus ideas, luchar con su música hasta que brillara la belleza a través de ésta”.
Lehrer dice que “no era raro que Beethoven tuviera que experimentar con 70 versiones distintas de una frase antes de decidirse por el tono final”.
Y esta persistencia de Beethoven, por ejemplo, que representa una firmeza en el carácter o el llamado rasgo de personalidad conocido como “grit”, es una parte esencial del proceso creativo.
“Es una negación obstinada a rendirse (…)”, que “(…) nos permite seguir trabajando incluso cuando no es divertido hacerlo”, dice Jonah en el evento de RSA.
Creatividad sin barreras
En la salud mental, la creatividad también tiene cabida. Padecer de un trastorno mental o un déficit cognitivo no tiene por qué ser un impedimento para explotar el talento humano de la imaginación.
Es más, incluso en algunos casos, un deterioro en la salud mental sirve de herramienta a quien lo padece para descubrir y poner en práctica su creatividad. Es, en otras palabras, lo que desencadena el brote de “murmullos imaginativos”, como lo menciona Lehrer en su libro.
Entre algunos ejemplos, el autor hace referencia a los casos de pacientes con demencia frontotemporal, una enfermedad sin cura y con daños irreversibles que destruye una región cerebral conocida como corteza prefrontal.
Los síntomas, dice, pueden ir desde la pérdida de la memoria, hasta la parálisis, pero “(…) uno de los efectos más comunes es una necesidad insaciable de crear”, señala.
Son pacientes que se abandonan en el arte, y que llegan a perder interés en todo lo demás. Como el caso de John Carter, a quien hace referencia Lehrer, un agente de inversiones que tomó la decisión drástica de cambiar de carrera y dedicarse a la pintura.
Tras meses de creatividad artística “intensa”, su obra comenzó a hacerse notar en la localidad, e incluso llegó a exponer en una galería de Nueva York.
Pero a pesar de esta enfermedad devastadora, Lehrer hace una observación realista: “(…) todos tenemos una gran reserva de creatividad sin explotar. El deseo de hacer algo hermoso, de expresar nuestras sensaciones luminosas, no es un impulso poco común limitado a aquellos que tienen formación artística”.
Así, si alguna vez dudábamos de nuestra creatividad, de nuestro talento para imaginar, si llegamos a alimentar en nuestra mente ideas falsas de que quizá “no somos lo suficientemente buenos” o, peor aún, que “no nacimos para ser creativos”, basta con salirse de la zona de confort y prestar un poco de atención a lo que en años recientes se ha estado investigando en ciencia, pues “podemos imaginar más de lo que sabemos”, escribe Lehrer.
Aunque, como dice el autor, “a pesar de todos los estudios inteligentes y experimentos rigurosos”, cabe aclarar que “nuestro talento más esencial sigue siendo el más misterioso”.
Y el más emocionante: “el momento de revelación podrá emanar de un circuito oscuro del hemisferio derecho, pero eso no disminuye la emoción de tener una nueva idea en la regadera (…), no le quita la maravilla pura del proceso (creativo). Siempre habrá algo un poco milagroso de la imaginación”.
“Imagine: How Creativity Works”, en breve
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¿Quién es Jonah Lehrer?
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En highlights
Conferencia que ofreció en el evento de RSA
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Plática que Lehrer dio en Authors@Google