¿Quién no ha disfrutado de un buen susto en una noche de cine? A pesar de que el miedo es una emoción básica que busca protegernos del peligro, muchas personas encuentran placer en experimentar emociones negativas a través de las películas de terror.
A primera vista es posible que suene contradictorio que podamos llegar a disfrutar de una emoción que instintiva y evolutivamente está diseñada para ponernos a salvo, ya sea enfrentando la amenaza o huir de ella.
El miedo, según explica Anna Forés Miravalles, profesora Facultad de Educación de la Universitat de Barcelona, es una emoción innata que compartimos como especie humana con otros animales, mayoritariamente los mamíferos.
Asimismo, la especialista explica que es posible hablar sobre tres reacciones básicas que las personas experimentan frente al miedo: huir, enfrentarnos o escondernos. Sin embargo, hay veces que algunas personas nos exponemos voluntariamente a ese miedo, ¿por qué?
¿Por qué nos gusta, a veces, tener miedo?
Ya vimos que el miedo es una reacción ligada a nuestra supervivencia. Si sirve para mantenernos a salvo, ¿por qué habríamos de querer sentir miedo?
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Enrique García Fernández-Abascal, catedrático de Psicología de la Emoción y la Motivación,Universidad Nacional de Educación a Distancia, en España, explica que esencialmente existen dos tipos de emociones: las positivas y las negativas.
Asimismo, el especialista detalla que ambas emociones se regulan entre sí. “Es decir, después de la alegría de encontrarme con un amigo que hacía mucho tiempo que no veíamos, al separarnos nos queda la tristeza de no saber cuánto tardaremos en encontrarnos de nuevo”, ejemplifica.
Con respecto al miedo, este puede ser fácilmente reemplazado por una sensación de alivio una vez que aquello que nos amenaza desaparece o deja de representar un peligro.
“Esta paradoja que convierte las emociones de tono hedónico positivo en negativo y al contrario se denomina técnicamente proceso oponente”, precisa García Fernández.
El catedrático también explica que un ejemplo del proceso oponente es la diversión de subirse a una montaña rusa. Es precisamente el miedo lo que resulta divertido, sobre todo si la experiencia es considerablemente corta.
Sin embargo, conforme nos acostumbramos a la sensación luego de subirnos varias veces, nuestro cerebro aprende que en realidad no corremos ningún peligro. Consecuentemente el susto desaparecerá y la diversión lo hará también.
¿Al cerebro también le gusta asustarse?
En este mismo sentido, Forés Miravalles explica que cuando vemos una película de terror el cerebro percibe una amenaza. En consecuencia, la amígdala envía una señal al hipotálamo que, a su vez, activa el sistema nervioso simpático para que el cuerpo se prepare para la acción (huir, luchar, etc.).
En otras palabras, cuando vemos una película de terror, nuestro cuerpo experimenta una serie de cambios fisiológicos. El corazón se acelera, la respiración se agita y las glándulas suprarrenales liberan adrenalina.
Sin embargo, en el contexto seguro de una sala de cine, la adrenalina no representa una amenaza real. Al contrario, este aumento de la excitación puede resultar placentero. Es como una montaña rusa emocional que nos permite experimentar sensaciones intensas sin poner en peligro nuestra vida.
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“En este momento nuestro cerebro está viviendo plenamente la emoción. Pero en el fondo sabe que es sólo por un tiempo limitado”, puntualiza Forés Miravalles.
También sabemos que nuestro cerebro está diseñado para buscar nuevas experiencias y sensaciones. Las emociones fuertes, como el miedo, dejan una huella más profunda en nuestra memoria y nos proporcionan una sensación de vida más intensa.
De esta manera, al experimentar el miedo de forma segura, nuestro cerebro libera dopamina, un neurotransmisor asociado con el placer y la recompensa.
Ahora que sabes por qué para algunas personas resulta tan placentero exponerse a situaciones que las atemoricen, quizás también tengas un motivo para enfrentar tus propios miedos. Quién sabe, puede ser que incluso empieces a disfrutarlos en lugar de sufrirlos.