“Mañana empiezo a hacer ejercicio”, “esta semana me inscribo al gimnasio”. Seguramente estas son frases que en algún momento te has repetido. De hecho, es más común a inicios de año, cuando hacer más ejercicio físico es una de las metas recurrentes de Año Nuevo.
Sin embargo, muchas veces se queda en una buena intención. También hay veces en las que logramos llevarlo a cabo algunos días, pero llega un momento en el que la flojera puede vencernos y finalmente lo dejamos.
¿Por qué pasa eso? Pensar en llevar a cabo actividades saludables, como una dieta, un nuevo hábito o precisamente el ejercicio físico, provoca que nos llegue un sentimiento de desgana o falta de motivación inevitable.
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¿Por qué perdemos la motivación para hacer ejercicio?
Conocemos cuáles son los beneficios del ejercicio, tanto para la salud en general como para la mental. Pese a saber que recibiremos esos beneficios, al parecer nos cuesta mucho mantener la motivación para no dejar de hacerlo.
En primer lugar tenemos que destacar que no existen estudios empíricos que hayan analizado por qué nos cuesta tanto trabajo realizar ejercicio físico regularmente. Sin embargo, es un fenómeno que se puede abordar desde la psicología.
En este sentido, Casandra Isabel Montoro, profesora universitaria e investigadora de la Universidad de Jaén y Carmen María Galvez, doctorada en Psicología, investigadora y docente de la Universidad de Jaén, explican que hay varios factores que influyen en la decisión de realizar ejercicio constantemente.
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El primero que mencionan es la motivación personal. Esta nos impulsa a adquirir hábitos, destrezas o habilidades con el único fin de lograr la excelencia, es decir, mejorar.
Asimismo, existen dos tipos de motivación basados en el crecimiento personal y la autorregulación. Estos son:
- La motivación intrínseca: aquella que proviene del interior. Es decir, aquella que surge cuando la actividad produce satisfacción y placer en sí misma, sin obtener nada a cambio.
- La motivación extrínseca: aquella que se relaciona con la obtención de algún tipo de recompensa, objetivo determinado o presión social. Por ejemplo, realizar un examen con éxito y conseguir una puntuación alta o estudiar una carrera universitaria porque es lo que nuestros padres esperan de nosotros. La motivación en este caso es totalmente externa.
“Si atendemos a ambos tipos, es bien conocido que la mejor motivación para realizar algo proviene siempre del interior”, explican las especialistas.
“Desafortunadamente, en la sociedad actual se fomenta, desde que somos pequeños, la competición en todos los sectores y niveles. La competitividad es un gran enemigo del aprendizaje y el ejercicio físico”, agregan.
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En este sentido, “se fomenta y prioriza la realización del ejercicio físico para tener mejor cuerpo que otros, competir con otros”, en lugar de por el gusto de hacerlo. Por ello, al no darse las circunstancias extrínsecas, simplemente no hacemos ejercicio.
¿Cómo mantener la motivación?
Las especialistas reconocen que habituarnos a la actividad física no es tan sencillo. Sin embargo, tampoco es imposible. En este sentido, la recomendación principal que se asocia con un mayor esfuerzo y persistencia es plantearse metas realistas.
“Es fundamental que dichas metas estén bien definidas, es decir, debemos establecer un horario y un tiempo de realización concreto y apropiado a las circunstancias de cada uno”, detallan.
Asimismo, las metas deben considerarse de una dificultad intermedia. Si son demasiado sencillas o difíciles, no resultarán satisfactorias. También deben establecerse a corto plazo para mantenerlas durante más tiempo.
