Nuestro ADN musical está compuesto de muchas agrupaciones, de muchos géneros, de muchas épocas distintas.
El mío es una espiral muy confusa, que si bien incluye fuertes componentes de Nirvana, The Chemical Brothers o Metallica, al igual que a muchos individuos de mi generación en todo el mundo, también tiene sus particularidades o sus tropicalizaciones –como les gusta decirles a algunos– y una de las más fuertes de ellas es, sin duda, Bronco.
Crecido y bailado en Monterrey, mis fiestas, kermeses o bailes de la secundaria siempre tenían dos momentos.
En el primero se tocaba la música pop del momento: se abría la pista, salía el humo para que rebotara el rayo láser y tronaban las bocinas con los hits internacionales y todo el mundo bailoteaba con Erasure y Ace of Base en unas filas extrañas en donde ni siquiera se platicaba con tu pareja.
Después, ya quitados de la pena, en el clímax de la noche sucedía un giro en la música de 360 grados; era como si de pronto nos quitáramos la mascareta de cosmopolitas pedorros y se nos saliera el rancho por los poros y, ahora si, empezaba la fiesta.
Se escuchaban las cumbias y rancheras, tronaban los acordeones y se podían escuchar canciones manufacturadas en la región: Selena, Invasores, la Mafia y por supuesto… Bronco.
Por más fresa, naco o desinteresado que fueras, ese era el verdadero momento de baile. Tomar de la cintura a tu pareja y comenzar a bailar de verdad, platicar con ella o hacer pasos laboriosos dependiendo de sus habilidades (y hasta llegar a subirle un poquito a la temperatura si se daba la oportunidad).
Un clásico que recuerdo desde siempre es “Sergio el Bailador”, que si bien salió en 1985, en los bailes y fiestas de los 90s y 2000s nunca dejó de sonar. Según Lupe Esparza la escribió camino a la obra, en aquellos tiempos en donde todavía trabajaba de albañil.
Así, todo el repertorio de Bronco (“Que no quede huella”, “Con Zapatos de Tacón”, “Amigo Bronco”, “Adoro” y muchas más) nos persiguieron desde la primaria, en el camión, en el supermercado… y se nos metió por los poros a todo el que viviera en Monterrey y de ahí a todo México, a toda Latinoamérica.
El recuerdo de Choche
Hoy rendimos homenaje a la música de Bronco y a su baterista “Choche”, quien el pasado domingo falleció después de perder la batalla contra la cirrosis que lo tenía fuera de los escenarios desde hace más de un año.
Choche, con un estilo muy simple y elegante a la batería, logró que el sonido de Bronco rompiera las barreras del género y penetrara en todas las clases sociales. Ritmo imperdible y toms electrónicos que imitaban más al rock ochentero que a la cumbia tradicional.
Yo me pongo a pensar, en este mi amor –un tanto nerd– por la música, todos los grupos y músicos a los que sigo e investigo su trabajo, y es raro encontrarte con un grupo fuera de Metallica o los Beatles en el que te sepas el nombre del baterista. Sin embargo, “Choche”, quien debe su apodo a su madre que así lo llamaba de chamaco, era igual de conocido que Lupe, el frontman de la banda.
Creo que fue su carisma lo que hizo conexión con el público. Su personalidad siempre sonriente y regordeta que le daría confianza hasta a un aduanal gringo. Choche llegó a ser protagonista de varios temas de la banda. El “Sheriff de Chocolate” y “Chocheman” fueron canciones que le otorgaron incluso el amor del público infantil, por ello Choche decidió tomar riendas protagónicas para su show infantil en la Televisión local de Monterrey en el que servía de host y cantaba para los niños.
De mis recuerdos con los integrantes de Bronco tengo algunos muy vívidos: cuando hicimos la colaboración para su disco tributo en la que interpretamos la canción de “Tres Heridas”, en donde además del disco participamos en el concierto para celebrar su música. Todos en aquel concierto tocábamos “rock” y de alguna u otra manera todos habíamos sido tocados e influenciados por la música de Bronco. Recuerdo a todos los reunidos, unos disque electrónicos, otros disque punks, pero todos nos cuadramos ante la presencia de la banda más legendaria de Monterrey.