Desconcierta, confunde e inquieta. Esa sensación que despierta desconfianza, no da buena espina; ese “algo” que, sencillamente, se percibe raro, no “cuadra”.
Esto es precisamente lo que logra producir todo objeto inanimado o agente artificial, independientemente de su tipo –robot, maniquí, personaje de videojuego o de película de animación, por mencionar algunos ejemplos–, diseñado de manera tal que sus facciones y movimientos se asemejen a los propios de un humano.
Eugenia Rodríguez