Alejandro Pérez Cervantes es académico investigador, periodista y escritor de ficción, originario de Saltillo Coahuila
Foto: Especial

La novela “Yo, Judas” retrata la violencia en México antes de la guerra contra el narco

Alejandro Pérez Cervantes ganó con este trabajo el Premio Internacional de Novela Negra “Una vuelta de tuerca”, en el cual retrata la realidad del noreste mexicano en la década de los 80

Un feminicidio cometido en la década de los 80 en la capital de Coahuila es el crimen que encierra la novela Yo, Judas, de Alejandro Pérez Cervantes, que mereció el Premio Internacional de Novela Negra “Una vuelta de tuerca 2024”, editada por Nitro Noir. En esta, el escritor expone la violencia y la idiosincrasia que se vivía en el municipio de Saltillo, cuando no superaba los 300 mil habitantes.

Sebas y el Pinacate son hijos de su tiempo. Del invierno del 87, para ser precisos, fecha en que se encontró el cuerpo de Paloma en medio de las instalaciones de una secundaria pública. El primero aprende las mañas que se necesitan para ser un policía corrupto del segundo. “A Sebas le gustaba Javier Solis y al Pinacate, Rigo Tovar”, descripción que otorga al lector más pistas para conocer las diferencias de los personajes que protagonizan la obra.  

Dicho crimen sacudió la ciudad entera. La transformó como un golpe macizo a una pared. Es un hecho tremendo en la historia real de Saltillo, y que el escritor, con sus habilidades periodísticas, indaga sobre los detalles que envuelven al asesinato.

Como pasa en la realidad con un crimen con esta potencia cruel, transforma a los involucrados, marca las relaciones entre ciudadanos, promueve la simulación de las instituciones, provoca la reacción de los políticos y desencadena la interpretación de los medios de comunicación de aquella época

“Lo cierto es que con el crimen de la Paloma la colonia también se murió”, se lee en la narración.

Sebas y el Pinacate son maestro y aprendiz, ambos con personalidades edípicas forjadas por la realidad de un siglo convulso, y que su fin, se vislumbra en las modas y en los usos y costumbres de los habitantes de un pueblo aparentemente conservador, con una perversión oculta, a la cual, se le va cayendo el velo durante la narración.

Algo muy roto hay en todos los personajes de Yo, Judas. Detrás de sus movimientos a lo largo de la obra se encuentra la envidia, la ambición, la venganza, la ansiedad de poder, la ignorancia, el posicionamiento social, la crueldad que juntos le cierran el paso a la sensibilidad de personajes con inquietudes artísticas, o a quienes habitan el mundo desde la inocencia.

“Era el invierno de 1987. El Sebas sentía chingón al mirar el reloj en su brazo por fuera del carro. Aquel dorado lanzando destellos parecía hipnotizarlo, mientras las llantas de su nave, que se deslizaba como un tiburón, formaban remolinos ocres sobre las calles de tierra, continúa la historia.

 El narrador es la voz de una tercera persona desenfadada, vil, igual de pinche que la realidad que cuenta. La mayoría del tiempo pone los ojos en Sebas, el joven aspirante a madrina y que está ligado fuertemente con la víctima del feminicidio, en los años en que el delito aún no estaba tipificado.

“El Pinacate lo llevó a dar rondines por los rumbos de la Iglesia de la Trinidad, hablaron con los teporochos que desde antes de las diez de la mañana esperaban afuera de los bares por la calle de Matamoros para que abrieran. Su pareja zangoloteó a varios, les dio de patadas mientras preguntaba por la morrita. No sacaron nada. Luego fueron con los mariguanos que se juntaban allá por la de Rayón. Una ronda de cabrones que luego de haber visto los Wanderers, una película tipo los Warriors en el Cine Plaza, se hacían llamar los «Wanders»”.

En Yo, Judas se muestra la flaqueza de un aparato de justicia tardo, y por supuesto, corrupto, en el cual, personajes con ánimos de poder y a través de la fuerza bruta encontraban una guarida para ser temidos por la sociedad.

Alejandro deja ver la intimidad de una ciudad y sus habitantes a través de hechos históricos y datos —alegóricos o no, de los cuales la voz narrativa está enterada—, que desnudan comportamientos de una cúpula de poder perversa que arrasa con quien se encuentran por debajo de la escalera social, y a quienes la justicia ni siquiera logra ubicar, ni mucho menos, tocar. 

“Un político tiene una esposa. La esposa tiene depresión. El político tiene una amante: su propia suegra. Entre los dos tienen un par de hijos. La familia tiene un perro. El perro tiene su casa en un amplio jardín. La casa está ubicada en un sector residencial. Una noche, el político da una gran fiesta. A ella asiste lo más selecto de la sociedad saltillense. En la hora más alta del festejo, la esposa, ataviada lujosamente y sin decir nada a nadie, sale de la residencia y se dirige hacia el jardín, se introduce en la pequeña casa de madera del perro y se da un tiro en la boca”, se puede leer.

La mirada del escritor en “Yo, Judas”

Pérez Cervantes, además de la literatura, ha incursionado en el periodismo, en la fotografía y en la investigación académica. Es un escritor que no desaprovecha el conocimiento obtenido en los diferentes ámbitos. Sobre todo, su obsesión con la imagen está presente a lo largo de la novela, mostrando un interés particular en la relación de los personajes con las imágenes que lo rodean. 

El escritor hace preguntas brillantes, a manera de los buenos escritores, que sólo en la literatura encuentran espacio para intentar responderlas. Por ejemplo, ¿con cuáles imágenes se puede resumir la vida de alguien? y en este caso, ¿de un policía?  

“¿Qué imágenes quedan al final en la vida de un judicial? Nadie lo sabe. Perros negros atropellados por el periférico. Choques increíbles, autos hechos pedazos. Ahogados en las presas que fueron a nadar con su familia. Un viejo con el cráneo partido por un bate en un pleito de alberca. Una cajera chorreando sangre del estómago después de un asalto a una tienda de licores. Dos viejos muertos que llevaban días olvidados en su casa. […]

Y el fierro caliente de los rifles después de la ráfaga y el olor a orines de los que murieron con miedo. Y el dinero arrugado oliendo a sudor de manos, y el olor a cuaresma y al mar de algunas mujeres. Y sus bocas y sus cuerpos como túneles. Y el fuego del amanecer y los hielos del invierno. Y la neblina como un fantasma echado sobre la ciudad, amortiguando el silencio. Y reír y tragar y beber, y siempre querer irse lejos, sin saber a dónde. Ese presentimiento de que más allá, más atrás de aquellos cerros culeros y cenizos había algo. Otra cosa mejor y diferente”.

Yo, Judas”, una novela en acción

Son 24 capítulos la mayoría con la misma estructura: saltos en el tiempo hacia atrás —analepsis— para descubrir que el origen de la maldad de los personajes proviene de un contexto deteriorado, incitando a la reflexión sobre quién es el culpable de que la realidad de un país sea como es.

Anula la visión de que la maldad se genera de manera espontánea ¿Acaso los delincuentes también son víctimas de una realidad construída por los poderes legales y fácticos? No hay maldad por la maldad, a la que teme Nietzsche. Hay maldad, para lograr sobresalir.

En Yo, Judas se muestra la flaqueza de un aparato de justicia tardo, y por supuesto, corrupto

Pérez Cervantes, además de la literatura, ha incursionado en el periodismo, en la fotografía y en la investigación académica 

A diferencia del periodismo, la novela le abre las costuras al hecho contundente, lo analiza, lo desdobla, hurga en sus dimensiones, voltea a ver a la Historia, explora la existencia humana bajo la tensión de la crueldad, y además, sugiere la belleza a través del lenguaje y algunas reflexiones entrañables:

“Pero no todas las formas de estar solo eran tribulación. También hubo soledades, si no luminosas, sí contemplativas. Andar a pie aquellas mañanas de invierno los días que no había clases. Irse por barrios desconocidos. Recoger pedazos de libros tirados, con sus dibujos y fotos, mojados por la lluvia. Ver las revistas de lucha libre en el puesto de periódicos e imaginar lo que tendrían dentro. Pasar a que le regalaran pan duro en las bodegas de la panadería La Reyna. Ir a cazar mariposas con una rama llena de espinas en los enormes llanos, entre las huertas y la Logia. Perseguir caballitos del diablo. Correr lejos junto a su perro Goliat. Meterse a las huertas y a las calles lejanas en aquellos mediodías lechosos cuando la niebla bajaba y toda la ciudad se borraba. Las caras de la gente. Su mugre y su tristeza. La vulgaridad de su calle y de su casa. Su soledad”.

Yo, Judas es una lectura dinámica, los 24 capítulos son cortos, dándole al lector la oportunidad de seguir y no dejarlos a medias. Es un libro pensado para el lector del género de acción, y más allá de una lectura de mero entretenimiento, la novela ofrece un espacio de reflexión y es utilizada para compartir conocimiento, inquietudes y sensibilidades del autor.

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