El miedo en torno al vínculo de las vacunas infantiles con el desarrollo del autismo surgió a raíz de un estudio publicado a fines de los 90 en The Lancet, elaborado por el investigador británico Andrew Wakefield.
La revista retiró la publicación luego de que se descubriera que no se podían replicar los resultados del estudio en otros laboratorios y que las técnicas empleadas presentaban fallas.
Pero por si aún quedan dudas respecto a la relación de las vacunas con el autismo, la investigación más amplia realizada a la fecha, que abarcó datos de más de 1.25 millones de niños de Estados Unidos, Reino Unido y Dinamarca, no encontró evidencia de que las vacunas están asociadas con el desarrollo de autismo en los niños.
En las investigación, publicada en Vaccine, científicos de la Universidad de Sidney, analizaron un cúmulo de estudios sobre la relación entre el autismo y las vacunas contra el sarampión, paperas y rubéola (vacuna triple o MMR), tétanos, difteria y tos ferina.
Pero ni las vacunas que fueron probadas, ni sus componentes como el timerosal o el mercurio fueron asociados con el desarrollo de autismo o trastornos del espectro autista.
Guy Eslick, autor del estudio, dijo a The Guardian que “los resultados no dijeron nada (respecto a un vínculo entre las vacunas y el autismo)”, por lo que “espero que (el estudio) llegue a muchos padres que están dudosos sobre si deberían vacunar a sus hijos. Espero que les ayude a cambiar de opinión”.
Sin embargo, señaló que comprendía si aquellos padres cuyos hijos desarrollaron autismo se mantienen escépticos ante los hallazgos. “Es un tema emocional (…) quieren razones de por qué sus hijo es de la manera que es, y lo lamentable es que van a aferrarse a la desinformación y estudios falsos”.