Muere Mario Molina, el último Nobel mexicano

Mario Molina, quien hace 25 años ganó el Premio Nobel de Química por sus investigaciones sobre la química atmosférica y la desintegración de la capa de ozono, falleció ayer a los 77 años de edad. Colegas lo recuerdan como un hombre ‘humilde’, preocupado por la crisis que vive la ciencia en México
José Pablo Espíndola y Fernanda Muñoz José Pablo Espíndola y Fernanda Muñoz Publicado el
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México perdió a uno de sus más grandes representantes de la ciencia y la innovación, el doctor Mario Molina, un investigador que en 1995 recibió el Premio Nobel por su trabajo sobre química atmosférica, particularmente en lo que respecta a la formación y descomposición del ozono.

Con 77 años de edad, el también miembro de El Colegio Nacional falleció la tarde de este miércoles 7 de octubre luego de sufrir un infarto, según informó el Centro Mario Molina, de la UNAM, a través de un comunicado.

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“El Dr. Mario Molina parte siendo un mexicano ejemplar que dedicó su vida a investigar y a trabajar en favor de proteger nuestro medio ambiente. Será siempre recordado con orgullo y agradecimiento”, detalló el Centro que lleva su nombre.

Para el doctor Alejandro Frank, director del Centro de Ciencias de la Complejidad de la UNAM, y miembro de El Colegio Nacional, el doctor Molina era no sólo un gran científico, sino un símbolo para México, y quien, por casualidad, falleció un día después de que el país recibiera un golpe gigantesco con la eliminación de fideicomisos a la ciencia, a la cultura y al cine nacional.

Antier tuvimos una reunión de Zoom con él, estaba totalmente bien, y quiero decirle que estaba triste y mortificado por lo que ha pasado con respecto a los fideicomisos, a la ciencia en México. Estaba preocupado, al igual que muchos de nosotros
Alejandro Frank Investigador de la UNAM

Desde esa perspectiva, el investigador destaca que el mejor homenaje al Premio Nobel sería que este gobierno, el Congreso, la Cámara de Senadores, se dieran la vuelta y miraran el trabajo, el legado, de este gran hombre al país, y no procedan con el desprecio que le han hecho al desarrollo de la ciencia.

Por otro lado, el doctor Alejandro recuerda que una de las características que más representaban al doctor Molina era su sencillez y su gentileza, pues, según añade, a pesar de haber recibido la máxima distinción posible en ciencia, nunca lo vio presumir ni darse ínfulas, jamás.

“Esto es muy sorpresivo, muy doloroso, y me hace sentir mal de no haber aprovechado más su presencia, conocerlo más a fondo, convivir un poco más con él. Este año ha sido imposible por la pandemia, pero sí le quiero decir eso, que él luchó toda su vida desde su descubrimiento, desde antes, por la salud de nuestro planeta a través de la ciencia, y siempre fue un gran impulsor de la ciencia y el conocimiento”, resalta Frank.

Por su parte, la doctora Sandra Ramírez, investigadora de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, y quien colaboró con el doctor Molina en 2006 durante el proyecto La campaña milagro, coincide con Alejandro y señala que la sencillez y la humildad fueron las dos grandes características del científico.

En entrevista, Ramírez recuerda que el doctor Molina siempre se daba tiempo para atender tanto a estudiantes como a investigadores y empresarios interesados en la ciencia y el proyecto que trabajaba en ese entonces, cuando se dedicó a estudiar la calidad del aire en la zona metropolitana de la Ciudad de México.

“Definitivamente era una persona muy sencilla, muy humilde en cuanto al trato con sus semejantes. Recuerdo que en una reunión en El Colegio Nacional en la Ciudad de México, a la hora en que se sirve la comida para que todos tuviéramos una convivencia, él igual agarró su plato desechable, se formó en la fila y se puso a comer con todos nosotros en el patio, entonces era una persona de muy fácil trato, un profesional y un académico de mucho reconocimiento”, describe Sandra Ramírez.

Para ella, aunque se espera que haya un homenaje presencial para recordarlo, por lo pronto asegura que la mejor manera de seguir teniéndolo presente es continuar su ejemplo, comprometerse con la investigación y la ciencia mexicana.

El sueño de un niño Mario Molina, el orgullo de un país

José Mario Molina Pasquel y Henríquez nació en la Ciudad de México en 1943 y desde pequeño soñaba con ser químico, meta que logró al convertirse en ingeniero químico egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México en 1965.

“Ya estaba fascinado por la ciencia antes de ingresar a la escuela secundaria; todavía recuerdo mi emoción cuando miré por primera vez a los paramecios y las amebas a través de un microscopio de juguete bastante primitivo”, escribió el químico en una autobiografía.

Además del Premio Nobel de Química, Mario Molina recibió más de 40 Doctorados Honoris Causa y un sinfín de reconocimientos internacionales

Molina recordaba cómo convirtió un baño, que su familia rara vez usaba, en un laboratorio y pasó horas jugando con juegos de química. Después, con la ayuda de su tía, Esther Molina, que era química, continuó con experimentos más desafiantes en la línea de los llevados a cabo por estudiantes de Química de primer año en la universidad.

“Manteniendo nuestra tradición familiar de enviar a los hijos al extranjero durante un par de años, y consciente de mi interés por la química, me enviaron a un internado en Suiza cuando tenía 11 años, asumiendo que el alemán era un idioma importante para nosotros”, compartió el Nobel 1995.

Esa pasión lo llevó a convertirse en uno de los principales investigadores a nivel mundial de la química atmosférica. Junto con F. Sherwood Rowland escribió, en 1974, un artículo prediciendo el adelgazamiento de la capa de ozono como consecuencia de la emisión de ciertos gases industriales, lo que años después lo haría ganador del Premio Nobel de Química 1995.

“Cuando elegí el proyecto por primera vez para investigar el destino de los clorofluorocarbonos en la atmósfera, fue simplemente por curiosidad científica. No consideré en ese momento las consecuencias ambientales de lo que Sherry y yo nos habíamos propuesto estudiar. Me siento alentado y humilde de haber podido hacer algo que no solo contribuyó a nuestra comprensión de la química atmosférica, sino que también tuvo un impacto profundo en el medio ambiente global”, aseguraba el laureado.

Asimismo, sus investigaciones y publicaciones sobre el tema condujeron al Protocolo de Montreal de las Naciones Unidas, el primer tratado internacional que ha enfrentado con efectividad un problema ambiental de escala global y de origen antropogénico.

Una de sus últimas apariciones públicas fue el 14 de agosto cuando impartió la conferencia “Cubrebocas, aerosoles y contagio viral”, en El Colegio Nacional, institución de la que era miembro y donde habló de una de las dos emergencias que tiene la humanidad, el COVID-19.

“La otra emergencia que tenemos es la del cambio climático, la diferencia es que para lo del coronavirus tenemos que actuar todos los días, esperemos que podamos mejorar la situación y quizá para el año que entra ya haya vacunas, mientras que para el cambio climático no hay tanta urgencia de días, pero ya no podemos esperarnos otras décadas; o sea, que esa ya es una emergencia y tenemos que empezar a actuar en estos años, ya sin más retrasos”, dijo.

Si bien, en sus últimos años el doctor Mario Molina estuvo alejado de los laboratorios, disfrutaba mucho trabajar con sus estudiantes, quienes le brindaban un estímulo intelectual invaluable.

El investigador también dedicaba gran parte de su labor a la política de la ciencia conectada con el creciente problema del cambio climático e impulsando acciones globales a favor del desarrollo sustentable a la par de un desarrollo económico vigoroso, desde un centro de investigación y promoción de políticas públicas que lleva su nombre, el cual presidía desde 2005.

Los científicos pueden plantear los problemas que afectarán al medio ambiente con base en la evidencia disponible, pero su solución no es responsabilidad de los científicos, es de toda la sociedad
Mario Molina.Premio Nobel 1995

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