Con la llegada del movimiento #MeToo, cuando explotó el efecto Weinstein el año pasado, se logró hacer visible las agresiones sexuales que se vivían al interior de la industria cinematográfica de Hollywood.
Las redes sociales sirvieron para señalar y hacer públicas las conductas misóginas a las que se enfrentaban las actrices. El movimiento cobró tanta fuerza que llegó a otros sectores, lo que fue un avance para frenar estas prácticas en distintas partes del mundo.
Pero el alzar la voz sólo fue un paso, la realidad es que no todas las mujeres que se han empoderado a través de Internet se atreven a interponer una denuncia legal, porque sigue predominando el miedo de hablar sobre sus historias que les causaron severos daños emocionales.
“Algo que sucede es que muchas veces los victimarios son personas cercanas a las víctimas, por ejemplo, amigos, familiares, novios, parejas de la madre. Entonces, el denunciar implicaría una disolución del grupo social de la persona”, precisa, en entrevista para Reporte Índigo, Regina Fernández, especialista que forma parte de la Sociedad Psicoanalítica de México (SPM).
Además, las instancias legales hacen que las víctimas revivan el episodio de violencia cuando acuden a levantar una denuncia. Muchas veces, las autoridades carecen de sensibilidad para llevar los casos y eso provoca el desánimo de acudir a los mecanismos de defensa.
Cifras publicadas el año pasado por el INEGI, de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH), afirman que 66 por ciento de las mujeres mayores de 15 años han vivido un incidente de hostigamiento emocional o sexual, pero sólo 9.4 por ciento de ellas denuncian lo sucedido.
La importancia de alzar la voz
Presentarse con las instituciones gubernamentales es una opción personal de cada víctima; sin embargo, Rodríguez exhorta a que esto pueda llevarse a cabo, ya que de no hacerse, los organismos dejan de prestarle atención a esta problemática social.
“Hacer una denuncia visibiliza el problema, si no se hace, entonces las autoridades piensan que no pasa nada, que no existe el problema porque no hay denuncias”, explica la psicóloga con especialidad en Trauma.
Rodríguez comparte que personalmente vivió esta circunstancia desafortunada al acudir a un Ministerio Público a levantar una denuncia, pero los representantes minimizaron la importancia de su declaración, indicándole que poco se podía hacer.
“Lo que me decían es ‘en realidad no se puede hacer mucho, porque para investigar un modus operandi, no hay denuncias de que haya ocurrido algo similar’. Cuando yo no creo que haya sido el único caso que hubiera así en esa zona, la cuestión es que no se denuncia y si no se denuncia, no se visibiliza el problema”, considera la terapeuta.
La violencia también es institucional
Cuando se habla de violencia olvidamos que la palabra va más allá de un término verbal o físico. Hay distintas atmósferas en las que se ejerce este atropello que alcanza la emocionalidad, vulnerabilidad y psique de la gente.
“No solamente las personas pueden ejercer violencia, sino también el gobierno puede ejercer violencia estructural, haciendo los procesos de denuncia muy complicados”, ejemplifica Fernández.
Las instituciones legales carecen de un rigor y castigo que se vuelva modelo de sanción ante los perpetuadores de acoso, o al menos así lo considera la especialista.
La mala educación
El acoso sexual es un problema que, a veces, inicia desde la enseñanza familiar, por ello es importante reforzar valores al interior de los hogares mexicanos para hacer un cambio real en el país. Rodríguez cuenta que una paciente fue acosada por un miembro de su familia, pero esa actitud fue justificada por su doctor de cabecera.
“El médico les dijo ‘bueno pues, ¿cuál es el problema? El chico es un adolescente que está con todas las hormonas alborotadas y ahí estaba ella, ¿qué no han escuchado que a la prima se le arrima?’ Entonces yo me quedé, ¿de verdad? ¿Esa es la educación que se les da a los hombres?”, narra Rodríguez.
Por su parte, Fernández hace hincapié en que los padres deben respetar las decisiones de sus hijos, por ejemplo, si ellos no se sienten cómodos saludando físicamente a un adulto u otra persona, no se les debe obligar a hacerlo.
“Es importante saludar, por supuesto, pero cada persona saluda como quiere, esta invasión del espacio y del cuerpo de otras personas que generalmente hacen los adultos en esta cultura, sobretodo la mexicana, que es muy apapachona, lo que provoca es que los niños tengan la sensación de que su cuerpo no les pertenece y que si una persona está siendo cariñosa ellos tienen que ceder, aunque se sientan incómodos”, aclara la especialista.
Redes sociales, sin repercusión
Rodríguez considera que externar una situación de acoso en Internet no siempre causa el efecto que se desea, incluso puede ser contraproducente, ya que se acusa a quien vivió la agresión sexual.
“A nivel de redes sociales no creo que ayude mucho, porque lo que he observado es que se revictimiza a quien acusa, porque vivimos en una sociedad machista. Además, las mismas mujeres también atacan a las propias víctimas”, opina la experta.
Apoyar, escuchar y entender
Cuando una mujer ha sido violentada sexualmente, es imprescindible creerle, escucharla y auxiliarla, por lo que Fernández aboga por que se les dé un momento para externar su pena sin que se les juzgue.
“Lo que podemos hacer es creerles y escucharlas, eso es algo que no se ha hecho, es decir, ni las escuchamos ni les creemos y siempre nos acercamos a ellas con ciertos prejuicios o ciertos estereotipos”, dice la psicóloga.