Es la tercera llamada en el Teatro Principal de Guanajuato, y las luces no se apagan. La obra inicia sin ceremonia ni aviso, provocando desconcierto en el público. Al centro del escenario, un hombre de verde, Michael Keegan-Dolan, sostiene una grabadora antigua mientras observa expectante.
Una mujer entra, la bailarina Rachel Poirier, con un esmeril en las manos. Pero nada sucede: el esmeril no funciona, y ella sale del escenario como si el montaje estuviera incompleto. El ambiente se llena de murmullos y miradas interrogantes; alguien llama al silencio, pero la confusión persiste. ¿Ya empezó la obra o se trata de una distracción?
El silencio es interrumpido por el canto de aves que llena el teatro. Un técnico entra al escenario para ajustar la herramienta defectuosa y desaparece entre bastidores. Minutos después, Rachel regresa, ahora con el esmeril funcionando, y se reanuda el caos meticulosamente planeado de esta obra: ella, en negro y con guantes rojos, él, descalzo y con su vestuario verde, una figura enigmática en el centro de este montaje excéntrico.
Entre diálogos sin lógica aparente y movimientos que oscilan entre la danza y el teatro, los artistas revelan una historia que, aunque pareciera carecer de estructura, se despliega en una narrativa surrealista y cautivadora.
Entonces, el esmeril rompe la tensión y la caja de madera en el escenario se abre. Es el momento en el que por fin las luces se apagan, como un gesto simbólico que anuncia el inicio de esta odisea de humor absurdo y poético.
De la caja, los protagonistas sacan objetos insólitos: una bola de disco, una bicicleta, sillas, un tanque de gas y un espejo. Michael Keegan-Dolan se sube a la bicicleta y recorre el escenario, creando una atmósfera de locura organizada, donde la lógica se desvanece y solo queda la maravilla de lo inesperado.
La obra, titulada “Cómo ser bailarín en setenta y dos mil lecciones sencillas”, es una propuesta de la compañía irlandesa Teac Damsa, fundada por Keegan-Dolan en 2016 y reconocida por su fusión entre danza y teatro, con elementos de la cultura irlandesa.
La coreografía es un laberinto de historias que el propio Keegan-Dolan describe como “una secuencia de 32 historias lineales que permiten al espectador sentirse libre y transportarse a otra dimensión”.
El público se sumerge en la propuesta de Michael Keegan-Dolan
Durante la función, el público se convierte en un cómplice de esta experiencia al límite de la realidad, pues cada escena juega con la percepción y los recuerdos de quienes la observan.
Keegan-Dolan comenta que “todas las historias son completamente reales, excepto que ninguna lo es”, invitando al público a explorar los límites entre lo verdadero y lo ficticio.
Para él, el recuerdo es una ilusión que se transforma con el tiempo, una narrativa que recreamos y reinterpretamos una y otra vez.
La obra, creada en 2022, explora temas como la inocencia, la experiencia, la sexualidad y la vergüenza, llevándonos en un viaje desde la Irlanda de los años 70 hasta el presente. Es un relato de las vidas imaginarias y las reales, donde cada acción en escena parece un accidente calculado, cada paso de baile una expresión de algo profundo y a la vez absurdo.
Mientras avanzan las escenas, los artistas cantan y bailan, llenando el escenario de una energía desenfrenada que los acerca tanto a la risa como a la melancolía.
Rachel Poirier, pareja de Keegan-Dolan en la vida y en el escenario, aporta una interpretación enérgica y magnética. Emocionada de actuar en Guanajuato por primera vez, Poirier se convierte en el núcleo que sostiene este viaje surrealista, conectando con el público y llevándolo de la mano por este caleidoscopio de recuerdos y emociones.
Sin embargo, el propio Keegan-Dolan confiesa que le preocupa que el idioma y los subtítulos puedan generar desajustes, que los chistes no se comprendan o se pierda algo en la traducción. Pero es precisamente en esa tensión, en la falta de certeza y en la libertad de interpretación donde radica el poder de esta obra, que desafía las expectativas y permite que cada espectador construya su propio significado.
El montaje de Teac Damsa en el Cervantino es un recordatorio de que el arte no tiene respuestas definitivas. “Cómo ser bailarín en setenta y dos mil lecciones sencillas” demuestra que lo absurdo y lo sublime pueden coexistir, creando una experiencia que, aunque desconcertante, resulta imposible de olvidar.