Una recesión no solamente afecta a la economía de las personas y los países porque, como efecto dominó, el sector salud también se ve sacudido.
Los recortes laborales consecuencia de las crisis económicas dejan a muchas personas en situaciones críticas: con hipotecas que pagar, familias que mantener o problemas de salud cuya curación dependía de un seguro médico que se ha perdido.
Pero el problema crece cuando los problemas de salud son producto de esa inestabilidad. Científicos afirman que perder de manera repentina una fuente de sustento acelera el envejecimiento (especialmente en los hombres) y, según estudios de la Universidad Estatal de Nueva York, incrementa el riesgo de desarrollar una enfermedad en un 83 por ciento.
Cuando la pérdida del trabajo es por causa de una crisis a escala mayor, las consecuencias son aún más graves, pues estos fenómenos vienen acompañados por recortes en el presupuesto gubernamental para la salud.
Esto significa que existirán menos instituciones a las que ir por ayuda que, además, serán menos efectivas.
Además, los fondos destinados a la prevención de enfermedades disminuyen, lo que genera un nuevo problema.
Este es el caso de Grecia, país en donde, en el 2009, el presupuesto de salud pública pasó de 24 millones de euros a 16 millones. Desde entonces, los casos de VIH han aumentado un 200 por ciento y la mortalidad infantil un 40 por ciento.
Además, se han encontrado brotes de malaria, ya que desaparecieron las políticas para erradicar los mosquitos. Por otro lado, en España se registró un aumento en los casos de alcoholismo y ansiedad.
Cuando no hay solución
Otro de los males, aunque más conocido, que vienen con una recesión es el incremento en la tasa de suicidios. En Grecia fue de 17 por ciento (desde el 2009).
Y en México, como mencionamos en este espacio, la mayor parte de los suicidios son cometidos por personas que no tienen un empleo estable.
En cambio, en países como Suecia, las decisiones políticas han sido más consideradas con los afectados por la crisis bancaria, las tasas de suicidio disminuyen a pesar del aumento del desempleo.
Los casos de suicidio después de perder el empleo no solamente suceden cuando los recortes son masivos. El cierre de una sola empresa puede provocar, en algunos de sus empleados, niveles de ansiedad y desesperación suficientes para recurrir a este acto, y la presión de cumplir con sus responsabilidades financieras son, con frecuencia, la gota que derrama el vaso.