¿Quién fue el verdadero amor de Maximiliano de Habsburgo? Pedro J. Fernández ofrece un retrato íntimo del emperador de México
En Maximiliano. Memorias secretas del emperador mexicano, Pedro J. Fernández se adentra en los recovecos de la vida de este noble austríaco
Abida VenturaTodo inicia en las últimas horas de su vida, en el Convento de las Capuchinas, Querétaro, mientras espera la hora de su fusilamiento. Ahí, asumiendo ya su destino trágico, Maximiliano de Habsburgo pide papel y tinta para narrar sus memorias en tres cuadernos con tapa de piel. Tras su muerte, el presidente Benito Juárez esconde esos manuscritos en su habitación de Palacio Nacional. Tiempo después son redescubiertos.
La secuencia de hechos suena tan real que bien puede despistar a cualquiera que no esté tan familiarizado con este periodo de la historia. Con elementos históricos y de ficción, Pedro J. Fernández crea Maximiliano. Memorias secretas del emperador mexicano (Océano, 2024), una novela histórica que se adentra en los recovecos de la vida de este personaje tan admirado por algunos y odiado por otros.
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Narrada en voz del propio Maximiliano, la novela ofrece un retrato complejo de quien fuera emperador de México de 1864 a 1867, más allá de su cantado romanticismo y su inocencia por querer mantener un sueño imperial, cuenta en entrevista con Reporte Índigo el autor:
“Yo quería quitarle por completo el lado romántico y el lado inocente porque no corresponde al Maximiliano real, quería mostrar la idea de que era un hombre culto, que leía periódicos todos los días, que sabía qué estaba pasando en Europa y en América para tomar la decisión de tener la corona, o sea, no es un hombre al que engañaron y vino a ver qué pasaba aquí”.
De la complicada relación con su madre a sus desamores
A partir de los múltiples libros que se han publicado sobre ese periodo histórico, de la correspondencia existente, de los testimonios que se han publicado sobre personajes que lo rodearon, como su jardinero, su cocinero y otros actores que compartieron el espacio doméstico con Carlota, Pedro J. Fernández traslada al lector hasta la infancia de este archiduque nacido en Austria, en 1832, para conocer su vida al interior del palacio de Schönbrunn, sus vínculos familiares, la complicada relación con su madre, sus aspiraciones políticas, sueños y desamores.
“Creo que darnos cuenta de quién era antes, cómo lo educaron, qué es lo que hacía antes de venir a México nos da una idea de que era un hombre preparado e inteligente. Que vino a México y el proyecto no le haya salido como él quería, es otro tema”, comenta el autor, quien ya ha publicado otras cuatro novelas que retratan la intimidad de los personajes más polémicos de la historia de México.
Formado como ingeniero, pero gran amante y difusor de la historia, Pedro J. Fernández dice que en su novela quiso darle la voz a Maximiliano y que fuera él quien contara su historia.
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“Quería que lo dejáramos de ver a través de los ojos de Carlota. Creo que lo que hemos hecho desde Noticias del Imperio es verlo siempre desde los ojos de Carlota y el problema es que, desde ella, Maximiliano no era el mejor de los esposos. Tuvieron que lidiar siempre con acusaciones de infidelidad, de que no podían tener hijos. Durante el Imperio vivieron mucho tiempo separados, por cuestiones políticas o personales. Entonces, visto ante los ojos de Carlota, pues no es el hombre que realmente fue”.
De hecho, el personaje de Carlota aparece a la mitad del relato. “No es una novela sobre Maximiliano y Carlota. Es sobre él, cómo se forma antes de conocerla y cómo tiene que lidiar con este matrimonio, donde claramente ella amaba más que él, pero eso no significa que no hubiera algún tipo de cariño. Si uno lee su correspondencia privada, sí hay un cariño y un amor. Él siempre le está diciendo ‘ángel bien amado’, le dedicaba palabras de amor, no son cartas frías, entonces sí hay algo pero pues claramente no es el esposo que Carlota necesitaba”, señala.
En esta ficción, el autor pone énfasis en que el gran amor de Maximiliano no fue Carlota, sino María Amelia de Portugal, hija de la prima de su madre, con quien llegó a tener planes de boda, pero no se logró porque la joven murió de fiebre escarlatina antes de consumarse el compromiso. Una tragedia que lo perseguiría toda su vida.
“Ella murió trágicamente. Sus restos se quedaron en la isla de Madeira (Portugal) muchos años. Creo que ya la enterraron en Brasil, pero esto fue real. También las circunstancias de cómo engañan a Maximiliano para hacerle creer que no estaba tan grave y él seguía planeando el compromiso hasta que se muere”.
Gusto por el “chisme histórico”
Las novelas de este autor han fascinado a miles de lectores que, desde su primera entrega, Yo, Díaz, se han enganchado con su manera de humanizar a los personajes históricos, sobre todo a los que se le pone la etiqueta de “villanos”. “Los villanos son los más interesantes porque son los que se equivocan, los que tienen sus momentos trágicos, los que tienen los grandes amores, traiciones y situaciones”, dice.
Sobre el interés de los lectores por las novelas que retratan a polémicos y, a veces sacralizados, personajes históricos, el autor dice que se debe a la manera digerida en que estos relatos presentan los hechos y el contexto, desprovistos del pesado lenguaje académico:
“Muchas veces la imagen que tenemos de los personajes se reduce a una fecha, a una frase o a una imagen en algún billete. No es fácil imaginar a un Benito Juárez que está despeinado o que está bailando con su esposa. Entonces, cuando rompemos con eso y vemos a los personajes en algo cotidiano, nos podemos relacionar con ellos. Y en estas novelas, la gente va descubriendo la humanidad de estos personajes”.
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“Sé que a muchos escritores e historiadores no les gusta esto, pero mucha gente se queda en cierto morbo, en el chismecito histórico que, finalmente, los ayuda a conectar con el personaje. A mí sí me gusta el chisme histórico porque es meterse en la vida de dos personas que vivieron hace más de 150 años. Que haya leído correspondencia de Maximiliano con sus familiares y con su esposa es meterme en algo privado y luego poder compartir la información, eso tiene un sentido de chisme y creo que es válido, en un buen sentido”, añade.