Maximiliano ante sus demonios
Las luces del castillo están apagadas. No hay sino el sonido del piano en una esquina, una mesa con la estatua de un Jesús crucificado, un hombre de piel blanca, ojos claros, espesa capa roja.
Maximiliano de Habsburgo mira la luna, posada detrás del Alcázar como parte de una angustia que ya cumple un siglo y medio.
Su voz por momentos parece un hilo, en otros resuena un grito que rebota sordo en las paredes del Castillo de Chapultepec.
Faltan tres días para que muera a manos de los republicanos, con el grito de ¡Viva México! en la boca.
Peniley Ramírezhttp://youtu.be/w2oGTOuc_js
Las luces del castillo están apagadas. No hay sino el sonido del piano en una esquina, una mesa con la estatua de un Jesús crucificado, un hombre de piel blanca, ojos claros, espesa capa roja.
Maximiliano de Habsburgo mira la luna, posada detrás del Alcázar como parte de una angustia que ya cumple un siglo y medio.
Su voz por momentos parece un hilo, en otros resuena un grito que rebota sordo en las paredes del Castillo de Chapultepec.
Faltan tres días para que muera a manos de los republicanos, con el grito de ¡Viva México! en la boca.
Habla consigo mismo de su mujer, Carlota, de su madre, Sofía de Baviera, de Concepción Sedano, la india mexicana de la que se enamoró.
Con un dolor de estómago que por momentos le dobla, cuenta cómo llegó a México, cómo lo impresionaron los indios, la verdadera nobleza mexicana, cuenta de las hediondas aguas del trópico, de la incultura de los nobles fabricados desde un imperio impuesto para el país.
Ningún tema lo indigna más que la nada mexicana.
“Fue más fácil construir las pirámides de Egipto que lograr que los mexicanos superen la nada”, escribió su esposa Carlota en una de sus cartas.
Esta nada se inscribe en una Nación donde todo está improvisado, nada suscita lealtades, admiración, amistad.
Un país, visto ahora, sin una conciencia colectiva, donde las pugnas políticas se imponen y la pobreza se refugia en las mismas tradiciones de la fiesta y la religión.
Felipe Nájera encarna en este monólogo teatral a un Maximiliano en sus días quizá más íntimos, cuando se enfrenta a sus demonios desde una celda en Querétaro a punto de ser ejecutado por las fuerzas juaristas.
Un emperador más humano
La representación en Chapultepec, que tendrá sus últimas dos funciones este sábado 13 y domingo 14 de diciembre, resulta un retrato de claroscuros de un personaje obsesionado con Benito Juárez, admirado y decepcionado del imperio que le propusieron para México en Europa con bombo y platillo.
Presentada por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, esta adaptación teatral de la novela “Imperio”, de Héctor Zagal, parece un libreto del México de hoy.
Esto enganchó a Nájera para decidirse a suplantar al actor que originalmente presentaría el monólogo.
Tuvo que preparar el personaje en dos semanas y cubrir una temporada que ha presentado la mayoría de la funciones en el Castillo de Chapultepec, pero tuvo una presentación en Querétaro, en la celda donde Maximiliano pasó sus últimos días antes de ser ultimado a los 34 años.
La obra está lejos de la “historia oficial” que conoció Nájera de niño sobre el monarca austriaco que vino a México en 1864.
“Es una visión de lo que él cree que es México, Juárez, la cultura mexicana. Desmitificarlo en el espacio donde él vivió tres años como segundo emperador de México me parecía una oportunidad completamente redonda y rica tanto para el espectador como para mí como actor”, cuenta Nájera en entrevista para Reporte Indigo, conocido por su participación en telenovelas, series de televisión y en obras de teatro con temáticas actuales.
El primer paso para esta humanización de Maximiliano llegó con la novela “Noticias del Imperio”, de Fernando del Paso, electa en 2007 por la revista Nexos como la mejor obra de su género en los últimos 30 años.
En 2012 la editorial Planeta publicó “Imperio”, de Héctor Zagal, origen de esta adaptación teatral en un monólogo de Rodrigo González.
El texto remite a Nájera a su propio papel como secretario del trabajo y Conflictos de la Asociación Nacional de Actores: “veo lo que pasa en mi asociación, me duele que también estemos inmiscuidos en esa nada”.
Esta nada –que juega un papel nodal en la obra– pone a Nájera ante un México globalizado, donde al mismo tiempo muchos no tienen dinero suficiente para comer, para llevar a sus hijos a la escuela.
“¿Cómo van a pensar en la justicia social, en la posibilidad de hacer un cambio en este país?”, se pregunta el actor con un largo historial de activismo a favor de la comunidad lésbico, gay, transexual y bisexual (LGBT).
Liberal, honesto
La obra muestra un Maximiliano quien insiste en que ningún ladrillo de su Castillo de Miramar, en Italia, salió del dinero de los mexicanos.
Nájera defiende sin empachos este rostro mucho menos conocido del emperador: “Maximiliano hizo que al trabajador indígena se le redujeran sus jornadas laborales, que no existiera abuso, lo que no hizo Benito Juárez, que todo el mundo creería que por ser un presidente de origen indígena tenía que haber hecho”.
Este emperador liberal, progresista, buscaba reinar con el respeto mismo de la cultura, sin necesidad de quitársela a los indígenas. Contrasta con el hombre que añoraba el lujo de los castillos europeos y decía que Chapultepec ni siquiera merecía llamarse castillo.
Este México de la obra parece resbalar por las piedras del castillo. Baja hasta la avenida reforma, construida por Maximiliano y Carlota.
Allí, unos metros más adelante, el México de hoy no muestra un rostro muy distinto al que dibujó en esas últimas horas el hombre considerado por muchos como uno de los principales villanos de la historia nacional.