¿Un matrimonio en el que las personas pueden tener sexo con alguien más, sin que esto signifique una ruptura en la relación, es un matrimonio más feliz?, esa es la pregunta con la que el diario The New York Times ha abierto el debate sobre esta nueva clase de vínculos afectivos.
El diario narra la historia de Daniel y Elizabeth, una pareja estadounidense que tras haberse casado en 1993 comenzó a perder la conexión sexual, lo que provocó un deterioro en la relación, principalmente porque el hombre sentía que sus necesidades no eran una prioridad.
Daniel amaba a su esposa, sin embargo, no podía hacer el amor con ella con la frecuencia que él hubiera deseado, incluso en las ocasiones en que llegaban al sexo, el hombre se sentía incompleto, pues su pareja parecía acceder al acto como parte de una de sus obligaciones maritales.
Elizabeth les explicó alguna vez a Daniel que ella había sido criada en un hogar estrictamente católica, en el que rara vez veía a sus padres tomarse de la mano y mucho menos darse un beso apasionado en algún momento del día.
El conflicto no tardó en estallar, pues mientras Elizabeth le cuestionaba a Daniel por qué era tan necesario tener sexo para ser felices, el hombre le preguntaba a su esposa si él no tenía derecho a preocuparse por cuidar la intimidad del matrimonio.
Con 30 años y un matrimonio ya con dos hijos, Daniel le planteó a Elizabeth la posibilidad de un matrimonio abierto, una propuesta que su esposa rechazó inmediatamente, la cual era más la manera en que el hombre intentaba hacer explicitas sus necesidades.
Salvo por el tema del sexo, la unión entre Daniel y Elizabeth era buena, ambos se sentían satisfechos por la manera en que criaban a sus hijos y en general mostraban los síntomas de lo que podría denominarse como un “matrimonio sano”.
Ya con 40 años y con la misma dinámica en la relación, Elizabeth fue diagnosticada con Parkinson, por lo que comenzó a asistir a reuniones con personas con el mismo padecimiento, ahí conoció a José, quien tenía los mismos síntomas de la enfermedad, pese a su relativa juventud.
El romance entre ambos no tardó en surgir, Elizabeth y José se reunían con mayor frecuencia, por lo que Daniel no tardó en percatarse que aquella relación iba más allá de una reunión para recabar fondos para la gente con Parkinson.
Daniel quería un matrimonio abierto, pero esto no era lo que esperaba, pues nunca acordaron nada sobre cómo debía ser esta nueva etapa en la relación, poco a poco el hombre comenzó a sentirse como un completo extraño dentro de su propio matrimonio.
La nueva vida de Elizabeth y el desconcierto de Daniel los llevó a tomar terapia de pareja. El terapeuta les dijo en 2016 que lo mejor era el divorcio, fue allí donde la pareja tuvo que lidiar con la opción de separarse, la cual les aterró pues realmente nunca habían dejado de amarse.
Fue como si en ese momento ambos entendieran con toda claridad las necesidades del otro. Daniel y Elizabeth se amaban pero no los unían un vínculo sexual, por lo que finalmente decidieron acordar los términos para un matrimonio abierto, bajo el consentimiento de ambos.
Daniel y Elizabeth siguen siendo esposos y padres de dos hijos, sin embargo, tienen relaciones sexuales con otras personas, lo que ha hecho que su matrimonio sea mucho más feliz, pues ahora ambos se encargan de cuidar sus deseos y necesidades.