Se acerca la llegada del Año Nuevo, la antesala de esa cuesta de enero que nos invita a poner en marcha el clásico listado de resoluciones que, seguramente, vuelve a incluir un propósito relacionado con la salud, dando pie a las dietas y el ejercicio.
Y como el interés de migrar a un estilo de vida más saludable o de modificar ciertos hábitos no surgió por acto de magia, sino por voluntad propia, qué mejor momento que en el marco de la cuenta regresiva de 2012 para conocer cuál es el estado de salud de la población mundial, de acuerdo a los hallazgos de The Global Burden of Disease Study 2010 (GBD 2010).
El estudio sobre la “carga global de enfermedad” (término que indica el total de casos, duración y severidad) publicado por The Lancet, hace la primera evaluación exhaustiva sobre la salud global desde 1990 y reúne colaboraciones de casi 500 científicos de poco más de 300 instituciones en 50 países.
Un gran diagnóstico realizado en un plazo de cinco años, que incluye 235 causas de muerte en el mundo, junto con 67 factores de riesgo.
Para entender el alcance que supone el GBD 2010 en materia de salud pública a nivel mundial hoy en día y en el futuro, es necesario conocer tanto las buenas como las malas noticias arrojadas de este “chequeo médico” global.
Una mayor esperanza de vida
En las últimas cuatro décadas, la esperanza de vida al nacer en el mundo ha aumentado de forma progresiva: en 1970, la esperanza de vida para la mujer era de 61.2 años, mientras que en 2010 se elevó a 73.3; en los hombres, este indicador aumentó de 56.4 años a 67.5 años, durante el mismo periodo.
Tan solo un 33 por ciento de las muertes registradas en la población mundial en 1990 pasaron de los 70 años, mientras que en 2010, la cifra fue de 43 por ciento, donde cerca de un cuarto de los decesos correspondieron a personas de 80 años.
Riesgos y mortalidad infantil
Esfuerzos como el aumento de cobertura de la terapia antirretroviral y de vacunación contra el sarampión, junto con medidas preventivas contra la malaria y servicios de inmunización de rutina en los niños del África subsahariana, por ejemplo, han contribuido a una reducción de las tasas de mortalidad infantil –en niños menores de cinco años– a nivel mundial en más de un 60 por ciento.
Mejoras en sanidad y en vacunación también redujeron en un 42 por ciento las tasas de muertes causadas por enfermedades transmisibles, como la diarrea, tuberculosis e infecciones respiratorias, desde 1990. Además, de ser el factor de riesgo número uno para los años de vida sana ajustados por discapacidad y años perdidos por muerte prematura (lo que toma en cuenta una medida conocida como AVAD) en 1990, la malnutrición cayó al octavo lugar en 2010.
Todo esto da cuenta de avances alentadores hacia el logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) para 2015 de Naciones Unidas (ONU), entre los que se encuentran la reducción de la mortalidad infantil (Objetivo 4), mejora de la salud materna (5) y el combate al VIH/SIDA, la malaria y otras enfermedades (6).
Sin embargo, el VIH fue la excepción, con una carga de morbilidad en aumento, representando 1.5 millones de decesos en 2010 (en 1990, la cifra era de 300 mil).
Más años de vida, pero enfermos
La población mundial goza de una mayor esperanza de vida, descendió la incidencia de las enfermedades infecciosas –aunque aún no ha dejado de ser un grave problema en países del África subsahariana y del sur del continente asiático-, bajaron las tasas de mortalidad infantil, pero, la cruda realidad es que aumentaron los males crónicos con los que vivimos más tiempo en calidad de enfermos.
Con el envejecimiento de la población y el crecimiento del poder adquisitivo de los países en desarrollo, aquellas enfermedades no transmisibles (ENT) que anteriormente eran asociadas a países ricos, como cáncer, diabetes y enfermedades cardiovasculares, ya figuran entre las principales causas de AVAD a nivel global.
Hoy, estas enfermedades crónicas son las más letales, siendo las enfermedades cardíacas y el accidente cerebro vascular (ACV) las dos primeras causas de muerte en el mundo, responsables de una cuarta parte –12.9 millones– de los decesos en 2010.
Ese año, estas enfermedades crónicas contribuyeron al 54 por ciento de los AVAD, mientras que en 1990 la cifra fue de 43 por ciento, lo que hace evidente un cambio importante en los patrones de los problemas de salud de las poblaciones, que responde, por ejemplo, al factor ambiente –contaminación del aire, rápida urbanización– o adopción de hábitos alimenticios inadecuados, propios del mundo globalizado.
Los resultados hablan por sí solos: en 2010, la mayor contribución a los AVAD se atribuyó a la enfermedad isquémica del corazón (después de haber ocupado el cuarto lugar en el ranking en 1990); los accidentes cerebrovasculares subieron del quinto lugar en 1990 al tercer lugar en 2010; el dolor bajo de espalda ascendió del onceavo al sexto lugar; la depresión escaló de la posición 15 a la 11; y la diabetes se posicionó en el número 14, luego de haber estado en el lugar 21, dos décadas atrás.
‘Nuevos’ factores de riesgo
Este reemplazo de enfermedades infecciosas por males crónicos, culpables de restar años de vida sana, responde, además, al hecho de que los factores de riesgo para la carga de enfermedad mundial también sufrieron cambios.
Poco más de 20 años atrás, los tres factores de riesgo con mayor carga de enfermedad global eran la baja de peso corporal en los niños, la contaminación del aire al interior de los hogares proveniente de los combustibles para cocinar (que da pie al desarrollo de problemas respiratorios) y el tabaquismo.
Pero para el año 2010, los principales factores de riesgo fueron la hipertensión (responsable de 9.4 millones de muertes), seguido del tabaquismo –incluyendo el humo de tabaco de segunda mano– y el consumo de alcohol.
De hecho, se registró un ascenso global en el número de muertes en personas de entre 15 y 49 años, causadas, en parte, por el aumento del VIH, la diabetes, el tabaquismo –responsable de casi seis millones de fallecimientos al año a nivel mundial– y el consumo de alcohol en exceso, al que se le atribuyen cinco millones de decesos; este último representa casi una cuarta parte de la carga total de enfermedades en Europa Oriental.
Sedentarismo, mucha Coca y poca fruta
El aumento de ingresos, la globalización de los sistemas alimentarios y el crecimiento a ritmo acelerado de las urbes en países en desarrollo, han contribuido al sedentarismo y a cambios drásticos en la dieta –y en el aporte calórico– lo que ha sentado las bases para el desarrollo de estas nuevas tendencias que azotan la salud de la población mundial.
A esto le antecede la expansión de establecimientos de comida rápida y cadenas de supermercados, así como de puestos de comida ambulantes de donde las poblaciones de escasos recursos obtienen la mayor parte de su alimentación.
También se suman estilos de vida modernos: ambos cónyuges tienen vida laboral, largas distancias entre el hogar y el trabajo que hacen imprescindible el uso de un medio de transporte, jornadas laborales de horario extendido y, por ende, mayor oportunidad para consumir alimentos fuera de casa.
De hecho, la falta de actividad física, aunado a una dieta compuesta por altos niveles de sodio, azúcares, un mayor consumo de alimentos procesados y ricos en grasas, además de poca ingesta de frutas, vegetales y fibra, fueron los responsables de 12.5 millones de muertes en 2010 y de un 10 por ciento de AVAD.
México ocupa el segundo lugar en obesidad a nivel mundial –30 por ciento de la población– seguido de Estados Unidos, según datos de “La obesidad y la economía de la prevención” de 2010, un informe realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
No sorprende si tomamos en cuenta que a lo largo del 2011, el mexicano promedio consumió 728 envases de ocho onzas de Coca-Cola, liderando en este hábito a nivel global.