Mariana Enríquez es una de las escritoras latinoamericanas más destacadas de los últimos tiempos. Sus relatos han ganado popularidad entre jóvenes y grandes. Ella escribe historias de horror con una base muy realista del miedo.
Ahora está presentando Un lugar soleado para gente sombría (Anagrama, 2024), obra con la que regresa al cuento con doce historias de horror. “Doce relatos sobre el mal que acecha y la presencia de lo monstruoso”.
Este nuevo material es una forma de volver a pensar al cuerpo presente y al cuerpo que ya no está como un recuerdo que queda y en consecuencia un fantasma, que puede o no manifestarse.
“Un fantasma no existe, pero eso no quiere decir que no sea real, es como hablar del dinero, el dinero no existe, existen los billetes, existen los depósitos bancarios, pero el dinero no; entonces, es darle de vuelta un poco esa realidad, porque además me parece que en todas nuestras sociedades, desarrolladas o no, hay, y sobre todo desde la pandemia, una idea muy refractaria hacia la murta, en la que la gente solo se moría de COVID-19, no de otras cosas, en la mentalidad”, reflexiona.
Durante ese tiempo, considera, comenzamos a contar muertos y a incorporar un léxico muy rápido sobre el tema, algo que nos dejó un poco locos; por ejemplo, ella nunca hubiese imaginado que un conocido le contaría que a su papá la pronaron, que es cuando te dan vuelta en la terapia intensiva para que puedes respirar.
“Incorporar todo eso creo que vino con un enorme bombardeo desde otro lado que no es casual con un nuevo intento de cosmético literal anti-age, antes no teníamos los productos que tenemos ahora para nuestra cara, es una locura, los fillers para evitar las arrugas, como un combate con la muerte, para mi no es casual, sino como una especie de respuesta capitalista a esta reacción”, opina.
Para la autora, cada vez que muerte aparece más cerca, es más aceptada y se convierte más en una realidad con la que tenemos que vivir, algo hace que nos distanciamos de ella; sin embargo, la consecuencia que tiene para Mariana es un problema con la memoria, es como una negación para recordar a nuestros muertos en otras circunstancias-
“Lo veo constantemente en negaciones, como estar charlando con amigos y periodistas en España y me hablan de las fosas comunes en América latina y yo me les quedo mirando como diciendo: ¿y las de España?
“Yo digo, por lo menos en mi país a los muertos de la dictadura se les desenterró y se les identificó, en España estamos caminando sobre ellos. El olvido de eso es un olvido que tiene que ver con la memoria que termina siendo la memoria histórica. Hay países que están enfermos de memoria histórica, como Argentina, pero hay otros que padecen de una amnesia histórica”, afirma.
Para ella, tendría que haber un término medio que nos permita convivir con los fantasmas, hablar de ellos, recordarlos, como en ella lo hace en su cuento “Mis muertos tristes”, que es al final la convivencia con los fantasmas y no la negación.
“Para mí es importante hablar de la muerte, no todo el día morbosamente, pero si en mis trabajos para decir, esto existe y no desde lugares como la narrativa del duelo y transformarlo como en otra cosa, pero sí decir, la vida se termina, se termina violentamente, se termina anituralmente y le seguimos teniendo miedo porque es lo desconocido, y creo que es algo que tenemos que hablarlo en términos que también son los términos del fantástico”, considera.
Su pasado con las drogas
La historia de Mariana Enríquez es interesante. Comenzó a drogarse entre los 13 y 14 años con marihuana o alguna pastilla que le robaba su madre, ya luego cayó en el alcohol, la cocaína y los ácidos. Así, hasta sus veintitantos.
“No me rehabilité formalmente, con psiquiatra, pero nunca estuve en una clínica, creo que tiene que ver con mi madre que pensaba que es cambiar una adicción por otra, mi madre es médica y somos argentinos, entonces, psicólogos, psiquiatras, no.
“Eso estuvo bien porque me permitió seguir viendo a mis amigos que se drogaban y entrenarlos, porque les decía, ‘delante de mí no, porque me impresionan’, pero durante un tiempo también decirles, ‘no me dejes eso ahí’, y no porque quisiera tomarlos, sino porque me daba como asco”, cuenta la autora.
Mariana, quien publicó su primera novela, Bajar es lo peor, a los 21 años, ha ganado premios como el de Cultura Centenario de la Reforma Universitaria, UNC (Universidad Nacional de Córdoba, Argentina), el Herralde de novela por Nuestra parte de noche y el Ciutat de Barcelona por Las cosas que perdimos en el fuego.
“Me interesa en particular el conflicto que estamos teniendo, yo creo que no solo en América Latina sino en todas partes, que es una innecesaria indiferencia y hasta crueldad cotidiana o falta de solidaridad, porque nos gana en algunos casos el miedo justificado y en otros la paranoia, y como el terror es un género que habla en general del otro, de la otredad, a quién construimos como monstruo y creo que en nuestras sociedad constituimos mucho como ese monstruo a las personas que están en una condición de vulnerabilidad”, explica.
Su experiencia con las drogas la define, por decirlo de alguna manera, como “una autodestrucción gozosa”. Recuerda que eran los 90, ya no existía la dictadura y se vivía el principio del liberalismo en Argentina.
“Fue muy bestia y dejó a muchos jóvenes mal, era música y drogas que eran baratas, la cocaína era baratísima, y era esa la especia de no futuro bastante duro, bastante cínico, porque sobre todo era en medio de una fiesta de consumo de los demás, ahí fue un quiebre de la gente que estaba en una situación de pobreza definitiva.”, comparte.
Sobre esta etapa de su vida asegura, y sin miedo, asegura que en su obra sí romantiza su experiencia con las drogas, porque la literatura no es la vida.
“En la vida yo me drogué mucho y no me drogo más y no quiero drogarme más y ahora no me parece romántico, sino entre asqueroso y aburrido estar con alguien muy drogado y me da un poco de miedo, y en algunos casos me da un poco de pena cuando veo a la gente en muy mal estado, pero la literatura no es la vida.
“Y en la literatura cuando recuerdo esos años, lo que recuerdo es esa especie de euforia en el vacío, negra, vertiginosa, que tenía algo peligroso que era muy atractivo y de lo que no me arrepiento para nada haber atravesado, yo no creo que nunca pueda escribir un texto lamentándome o explicándole a la gente cómo salir de las drogas, o todo eso. No tengo ningún tipo de situación de ser pastor, me impresiona muchísimo más y me parece mucho más interesante para pensar las drogas en este momento de América latina el tema narco”, dice.
Mariana tenía un excompañero que le decía que la cocaína es una droga llena de muerte, de crimen, de dolor y de sangre, opinión que le sirve para ejemplificar la parte no romántica de las drogas.
“Para mí esa es la parte no romántica, pero cuando yo pienso literariamente, lo pienso como una época muy romántica en el sentido de Byron, de malditismo”, finaliza.