Bajo el cielo estrellado de Guanajuato, el cantautor chileno Manuel García tomó el escenario del Trasnoche en el Festival Internacional Cervantino (FIC) con una guitarra en mano y un mensaje de esperanza que abrazaba el alma de América Latina.
El ariqueño se convirtió en el portavoz de una noche en que la música fue melodía y poesía, pero sobre todo un grito para no olvidar las luchas, los amores, y la memoria de un continente herido, pero incansable.
Desde el primer acorde, García conquistó al público con su carisma y una voz que transita entre la dulzura y la fuerza, como un río que serpentea, firme y cristalino. Su repertorio se despliega con la misma riqueza y diversidad que su carrera, la cual abarca géneros que van desde la trova y el folk-rock latino hasta la canción de autor y el pop-rock electrónico, un recorrido que le ha valido premios como el Nacional de la Música de Chile en 2008 y el Premio Pulsar en 2022 como mejor cantautor.
García inició con temas como “Tanto creo en ti” y “Pepitas”, canciones que fluyeron como poesía viva entre los asistentes, quienes pronto se unieron al canto, regalando un eco que multiplicaba las emociones. Al entonar “Profesora y Profesor” y “Te recuerdo Amanda”, la legendaria pieza de Víctor Jara, los asistentes susurraron las letras como un rezo compartido, producto del dolor y de esa esperanza latente en cada estrofa. Fue entonces cuando el público se tornó una sola voz, una sola historia que iba entrelazando corazones con cada palabra.
Una noche llena de esperanza y buen música
La velada subió de intensidad cuando, con un semblante solemne, Manuel García hizo una pausa para recordar al pueblo cubano. “El pueblo de Cuba no la está pasando nada bien”, dijo, y en ese momento dedicó “Santiago de Chile”, de Silvio Rodríguez, a quienes sufren en medio de la adversidad.
Los versos de Silvio, entonados con la fuerza desgarradora de García, envolvieron el recinto y, por unos minutos, la distancia y el tiempo parecieron desvanecerse. Los presentes sintieron cada palabra como un golpe en el pecho, y la emoción fue tanta que, al terminar, los aplausos se mezclaron con lágrimas y sonrisas.
Más tarde, su interpretación de “Eso no está muerto” se convirtió en un clamor que hizo sentir a cada rincón del Cervantino. “Allí entre los cerros tuve amigos, que entre bombas de humo eran hermanos”, cantó García, y la audiencia lo acompañó y abrazó cada palabra como una promesa irrompible. La atmósfera se impregnó de una energía especial, de una reverencia por aquellos ideales que, pese a todo, siguen vivos en cada rincón de América Latina.
El concierto fue, en esencia, un homenaje a la canción latinoamericana, a esas letras de protesta que no han perdido vigencia y que siguen clamando justicia y paz. Cuando el público se volvió un testimonio de resistencia y amor por la tierra y su gente. Fue una noche en la que las palabras se tornaron palpables, como si cada estrofa tuviera el poder de sanar heridas viejas y dar voz a los que ya no están.
La velada alcanzó su clímax con dos de sus temas más emblemáticos, “Pánico” y “Viejo comunista”, canciones que se sintieron como un abrazo final entre el artista y su público. Al concluir, los aplausos se transformaron en un pacto de esperanza compartida.