Rara vez nos detenemos a hablar de nuestras faltas o defectos “sin pelos en la lengua”.
Pero más raro aún sería que confesáramos o reconociéramos que se nos ha hecho difícil resistirnos a una sonrisa “malévola” cuando nos enteramos, por ejemplo, de la vergüenza por la que pasó alguien que olvidó por completo su discurso en público.
En ocasiones nos hemos llegado a sentir “bien” ante los infortunios ajenos, una realidad que el remordimiento de conciencia o la simple idea de que “está mal” o “anormal” nos impediría confesar.
Y es que se trata de una emoción real que en la lengua alemana recibe el nombre de schadenfreude. Un término que, literalmente, significa sentir “placer por las desgracias de los demás”.
Un estudio publicado en el journal “Cognition and Emotion”, demuestra que tendemos a sentir schadenfreude con mayor intensidad cuando la evaluación que tenemos sobre nosotros mismos se ve amenazada y necesitamos recuperar el autoestima.
Los resultados derivaron de dos experimentos: en el primero, se les solicitó a un grupo de 130 estudiantes que tomaran una prueba que evaluaría sus capacidades intelectuales y de pensamiento analítico, para hacerles creer que se trataba de una prueba relevante, pues una vez que llegara a su fin, recibirían retroalimentación (falsa) negativa o positiva sobre su desempeño.
Tras recibir uno de los dos tipos de retroalimentación, se les solicitó a los estudiantes que llenaran un cuestionario con preguntas del tipo “estoy satisfecho sobre mi desempeño” y “creo que, en comparación con otros, mi desempeño realmente no estuvo tan mal”.
En la segunda parte del primer experimento, los participantes leyeron un par de entrevistas que describían el perfil de un estudiante con alto potencial académico, que tenía la probabilidad de conseguir un gran trabajo.
Luego, leyeron la segunda entrevista que se realizó con el supervisor del mismo estudiante.
En esta ocasión, la entrevista daba cuenta de otra “suerte” del estudiante, quien había tenido un pobre desempeño en su tesis, por lo que sufriría un retraso en sus estudios y esto afectaría la oportunidad laboral descrita en la primera entrevista.
Al final, se evaluaron las reacciones de los participantes respecto a la desgracia del estudiante, en base a distintas declaraciones que apuntaban a medir schadenfreude, como “me gustó lo que le sucedió a…”, por ejemplo.
Se encontró que los participantes que recibieron retroalimentación negativa de su desempeño en el primer experimento, llegaron a sentir un mayor placer por las desgracias de los demás que cuando fueron retroalimentados positivamente.
Y otro detalle a considerar: “la retroalimentación fue proporcionada en una prueba que estaba presuntamente relacionada al pensamiento analítico y a las capacidades intelectuales en general, y la desgracia (del estudiante) ocurrió en el ámbito de los logros académicos”.
Pero, ¿los efectos son los mismos si la desgracia de terceros ocurre en un ámbito que nada tiene que ver con el de la amenaza a la autoevaluación?
Para comprobarlo, se realizó un segundo experimento con un grupo de 75 estudiantes, a quienes se les solicitó que leyeran un supuesto artículo de una revista universitaria que daba cuenta de un estudiante que decidió “hacer una entrada” a una fiesta con un auto rentado de lujo.
Para su “mala suerte”, al intentar estacionar el auto condujo hacia un canal, por lo que el mismo tuvo que ser remolcado por un grupo de bomberos y el auto quedó “severamente dañado”.
Se encontró que quienes recibieron retroalimentación negativa, sintieron mayor schadenfreude que cuando no recibieron retroalimentación de su desempeño.
Esto, a pesar de que en este caso, la desgracia del estudiante no tenía relación alguna con una amenaza a la autoevaluación de los participantes.
Una desgracia que, según el estudio, “pudo ser evaluada como una vergüenza dolorosa frente a amistades, una situación que también tiende a ser considerada como relevante para uno mismo (…)”.
A decir de investigadores, “los resultados proporcionan la primera demostración empírica de que una amenaza al individuo intensifica el schadenfreude y apoya nuestra afirmación de que las desgracias de otros pueden satisfacer la preocupación de las personas por tener una visión positiva de sí mismos”.