Alejandro Colunga es un artista intenso. Con una vida de ensueño y pesadilla, que transita del gozo terrenal al dolor del alma con apenas segundos de diferencia.
Un ser que inspira tanto ternura, admiración y respeto como susto y reserva. Un niño y un demonio, o muchos niños y muchos demonios.
Amante de la vida con pensamientos suicidas. Creador incansable, que sufre con cada exposición, porque aunque todo lo entrega, la vida no le dará –según confiesa fuera de la entrevista– tiempo para terminar todas las obras que han pasado por su mente: más de 500, según los cuadernos con bocetos de todo tipo que están regados por su estudio.
Estudio que abre para hablar de sus procesos creativos a propósito del estreno de “Fogonero del Delirio”, un documental sobre él de Gustavo Domínguez, producido por la Universidad de Guadalajara, en el que se recrea su infancia, sus relaciones familiares, sus lugares gozosos, la interacción de la gente con su obra y su gusto por el circo, un gusto que es una pena, porque en el documental se vistió de payaso y más que dar risa, da miedo.
PIENSA: Lo que se ve en la película es un payaso triste, melancólico, no precisamente muy feliz.
ALEJANDRO COLUNGA: Es patético, yo podría decir la palabra, llamando a las cosas por su nombre. Es un ser patético y no dudo que en ese momento me estuviera sintiendo así. Llevo 45 años haciendo exposiciones y siempre me pasa lo mismo. No importa la magnitud de la exposición, se da una situación muy similar a la de las madres cuando van a parir un hijo, que se llama depresión post parto, que se viene un bajón de ánimo, de depresión, de tristeza, de amargura, tiene muchos sentimientos y a mí me pasa lo mismo.
P: ¿Por qué le da ese sentimiento en una exposición? Muchos artistas lo que buscan es justamente mostrar su trabajo al gran público…
AC: En mi caso creo que lo tengo muy claro: uno se entrega totalmente en alma, cuerpo, corazón y mente, ¿no? Todo el ser de uno es entregado. Uno no se queda con nada, absolutamente con nada. Yo siempre he preferido la excelencia que la fama. Mil veces. Entonces a veces me preocupo muchísimo por la excelencia de una obra o de una exposición porque va a ser ofrecida, va a ser dada a otro ser humano. Yo soy muy consciente de esa situación cuando lo tengo que entregar, lo que tengo que entregar, porque sé que un día no voy a estar aquí y no me voy a llevar nada, nada es mío, yo no soy de mí como artista. Como ser humano tal vez conservo un poco, pero como artista, yo ya capté, ya me cayó el veinte, que como artista, ya no me pertenezco, soy de todos y yo no me quedo con nada.
P: Entonces… ¿Por qué el sentimiento de depresión si en realidad lo que está haciendo es dar y darse?
AC: Fíjate cómo di rodeos para llegar a un punto muy sencillo: porque te quedas vacío. Es una cuestión simple, el vacío es horrible porque viene con la hermana fea de la soledad. Yo no siento que me quedo solo; es que me quedo solo. Me quedo solo porque toda la algarabía que hay en la inauguración y todas las fiestas que hay, las felicitaciones o las agresiones, todo es un cúmulo muy intenso y de repente todo el mundo se va y te quedas muy solito. En los cuartos de hotel uno se queda inmensamente solo e inmensamente triste y deprimido, porque de repente entregaste todo. Todo es todo. Yo soy extremo. O todo o nada, blanco o negro, nunca soy medio. Me entrego totalmente y sin esperar nada. Al menos en mi caso yo no espero gloria ni nada, yo no espero nada.
Así siento que ahí aventé todo y ya no tengo nada para dar, ¿y ahora qué voy a hacer? Un balazo…
P: ¿De plano?
AC: (…) o un venenazo, o morirme de una buena borrachera. Son unas depresiones profundas, muy, muy profundas, porque cuando ya entregaste todo te quedas con la sensación de que ya no tienes nada que dar. Es una cosa muy dramática que no ves el fondo. No ves una luz en el final del túnel y es una sensación bastante espantosa.
P: Sin embargo, seguramente habrá un tiempo en el que esa depresión lo imposibilita a pintar, pero cuando vuelve a crear lo hace con mucha más fuerza…
AC: Sí, uno llega con más seguridad, con más fuerza, con más entereza y sobre todo con la seguridad de que uno va a poder con otro paquete cinco veces mayor que ese y que vas a tener mayor capacidad de dar, de darte, porque vas a tener más que dar, más riqueza. Si sobreviviste a eso, entonces viene todo lo opuesto, lo contrario, ciertamente ya con más fuerza.
P: Ahora, ¿tiene muchos demonios qué sacar?
AC: ¡Uh! Espérate, pero cantidad. Una cantidad que no creo que me ajuste esta vida para sacarlos a todos…
P: ¿Cuántas vidas necesitaría?
AC: He tenido millones de vidas, estoy seguro de eso, pero no ayuda en mucho saber cuántas vidas has tenido, lo que importa es qué eres en ésta y qué puedes dar en ésta. Porque todo este circo es de dar y que te den. De eso se trata este mundo. Es mejor dar y tener expectativas de qué vas a recibir y una vez que logras eso pues los demonios se calman un poquito. No es filosofía. Es una ecuación de álgebra, de primaria, de aritmética, es una cuestión de un segundo cósmico. Si juntas millones de años de millones de vidas, es una nada, es un suspiro. Entonces bueno, si tengo ese segundito mejor me entrego y no pierdo nada, ¿no?
P: Es un gran contraste lo que dice con la percepción que existe sobre Colunga, que es más bien de un hombre entregado a los placeres de este mundo.
AC: Bueno, es que soy ser humano más que artista. Primero soy un ser humano y al demonio le gustan los placeres. No es que le gusten, uno tiene que pasar por los placeres y los dolores que conllevan. Aprendí que por cada placer hay 50 dolores. Los paga uno a un alto precio, una buena borrachera, con una cruda de tres-cuatro días. Siempre los placeres vienen con las hermanas feas de los desplaceres. A mí me gusta vivir la vida. Hay un dicho que dice: “sé cariñoso contigo mismo”. Dice un maestro de la India: “be kind with yourself”, sé cariñoso, sé amable contigo mismo.
P: ¿Y usted es cariñoso consigo mismo?
AC: Yo sí, bastante y juguetón y todo. Sí me chiqueo, porque sé que pronto vendrá otra exposición u otra ocasión en que me voy a quedar vacío y deprimido y miserable y que puede durar sus días, semanas o meses, pero no puedo estar pensando en eso, cuando va a llegar, va a llegar. Vivo el día. Lo que hay en el día eso lo asumo y si hoy es día de placer y borrachera y de fiesta y de sexo, de tocada, rocanrroleada, de viajes… lo asumo y lo acepto con gratitud. Y cuando viene lo otro, lo gacho, lo miserable, lo patético, lo triste, lo solo, pues también lo asumo… realmente lo asume el ser humano, no el artista. El artista es el que dice “pues órale, ahí te va, haz esto y te doy los medios”, pero el ser humano es el que paga o disfruta el pato.
P: En una parte de la película usted dice que nunca ha dejado de ser niño. ¿Ese niño asume este pagar el plato o eso lo asumió ya en la madurez?
AC: Es el mismo ser humano y yo cuando digo que soy niño no presumo nada. Quiero decir que a pesar de mi edad –soy sesentón–, sigo siendo totalmente inmaduro como cuando tenía ocho años. Sí reconozco que no he tenido un desarrollo como persona, normal. Mi madurez no es la que debería ser. Soy un desmadre, tengo mis juguetes, tengo mi colección de juguetes, juego con ellos, sigo comprando. Hay niños más maduros que yo, he encontrado niños que dices: “hijo mano, yo quisiera yo tener un poquito de esa madurez”. Niños más responsables, pero yo digo, “qué chingados, de veras cómo se divierten estos niños”. Yo me sigo divirtiendo y todo. El niño cuando le pegan llora o cuando se cae, se da un sapotazo y se cae de la bicicleta, le duele y llora y cuando le dan una pelota o le dan una bicicleta nueva se pone feliz de la vida, con cosas muy sencillas y a mí eso me pasa. Entonces yo asumo la categoría de un niño, no por gracioso, por caer bien o por simpático, no. Asumo que soy tan inmaduro como un niño de ocho o diez años. Es una inmadurez emocional, inmadurez mental.
P: Pero eso en todo caso se agradece ¿no?, porque de ahí salen obras como las que usted tiene aquí en su estudio.
AC: Esa es la esencia. Porque también existe el niño perverso, el niño bullying, el niño chingativo. Todo eso me llevo. El niño cabrón, el niño malévolo, el niño ingenuo, el niño inocente, el niño al que se lo chingan, el niño que juega solo. Mágicamente, todo eso implica y como bien dices eso es lo que finalmente se refleja en la obra y si tengo alguna preocupación, de lo poco que tengo de madurez como artista es que se refleje eso
fielmente. Lo poco que yo puedo dejar va a ser eso.
P: Algo que también es muy cierto y que se puede palpar en sus obras es que Colunga se clava mucho en la textura.
AC: Sinceramente no me doy cuenta. Creo que la textura es una condición de lo que pide la obra más que un capricho del artista. El diálogo entre la obra y yo. La que manda aquí es la obra, no el artista. Uno es esclavo. No dices “aquí quiero esto”, porque si tú dices “aquí quiero esa textura a huevo”, la obra te va a decir: “pues fíjate que no. Eso que tú quieres meterme, cabrón, pos fíjate que no va”. Es una cuestión de armonías y de diálogo. La textura es una condición que ordena la obra de arte cuando uno la produce. Es lo que pide la obra. Es una conexión muy fuerte, muy fuerte, muy profunda. “Aquí necesito textura” o “échame un chingadazo de cera derretida”. Es una acción casi inconsciente, yo te diría que es automática. Es como si un espíritu se posesionara de mí.
P: Y en ese nacimiento de sus obras, ¿es de parto único o de parto múltiple?, ¿Se clava en una obra hasta que la termina o puede hacer varias obras al mismo tiempo?
AC: Es indistinto, puede ser un parto único y es un parto múltiple. Tampoco hay una estrategia, tampoco hay una idea preconcebida sobre que voy a trabajar cinco. Se va dando. A veces pinto cinco telas o diez al mismo tiempo. He trabajado 15 telas al mismo tiempo, haciendo seis o siete esculturas al mismo tiempo y a veces no puedo con una obra que tenía de óleo. No hay una regla establecida. Porque el verdadero arte yo creo que tiene que ser fresco, espontáneo y te tienes que dejar llevar como hojita en el río ante lo que te exige lo que es la obra.
*Con la colaboración de Juan Carlos Rodríguez Toral.
Alejandro Colunga
Escultor y pintor nacido en Guadalajara, Jalisco, el 11 de diciembre de 1948. Estudió arquitectura, lenguas, antropología y música.
Ha expuesto en Nueva York, Indianápolis, Río de Janeiro, en el Museo de Arte Moderno de México, en la Galería Miró y en la Petit Galerie. Su obra ha llegado a exhibiciones en América, Europa y Asia.
En 1993, fue galardonado con el Premio Jalisco.
Asegura tener influencia de Rufino Tamayo, su trabajo ha sido reconocido internacionalmente y se caracteriza por expresionismo apasionado, con el toque del surrealismo latinoamericano.
“Fogonero del Delirio”
Se exhibe hasta el 19 de julio en el Cineforo de la Universidad de Guadalajara y en las próximas semanas se podrá ver en la Cineteca Nacional, en el Cine Lido y en la Biblioteca Vasconcelos en el DF, así como en la Cineteca de Monterrey.
Obras pendientes
Una de las facetas más conocidas de su obra son sus esculturas urbanas, como “La Sala de los Magos” a las afueras del Instituto Cultural Cabañas, en Guadalajara, o “La Rotonda del Mar” en el malecón de Puerto Vallarta. Actualmente tiene dos proyectos de este estilo pendientes. Uno en el malecón de La Habana, Cuba, y otra en la Plaza de Santo Domingo de la Ciudad de México.
Otro de sus sueños es hacer sillas de bronce, esculturas a su estilo, de la Virgen de Guadalupe, la de Zapopan, San Antonio, San Martín de Porres y otras deidades católicas, pero lamenta:
“Aquí no les puedes meter la idea de podemos hacer una gran obra dedicada a los santos pero que de veras sea interactiva y que de veras abrace a la gente. Yo creo que es un proyecto bellísimo (…) el que podemos tener, una plaza dedicada a los santos, a los santos católicos y sus madres. Aunque hay un sector de nuevos tapatíos, los jóvenes, que son ustedes, que ya traen una apertura también muy diferente a la del sector mocho, sector panista, todos esos de derecha, de extrema derecha, problemáticos porque desgraciadamente son los que tienen el dinero aquí en Guadalajara. Pero pues yo no quito el dedo del renglón, creo que va a ser un proyecto muy alegre, muy feliz y muy acogedor porque yo sí sinceramente creo que después de que se ha derramado tanta sangre en nombre de esas esculturas, también se puede derramar mucho amor”.