Durante el confinamiento derivado del COVID-19 se han elevado los índices y la recurrencia con las que se presentan todos los tipos de violencia, ya sea en el terreno familiar, laboral, comunitario o en el transporte público, incluso en algunos casos, llegan al feminicidio. En dicho incremento influyó que las personas pasaron a vivir completamente en el terreno privado, en el hogar, y muchos de los agresores están ahí, o son personas cercanas a las víctimas.
De acuerdo con Viviana Pérez, psicóloga y maestra en Psicoterapia existencial humanista, las víctimas no se atreven a hablar del hecho por una sensación de culpa, vergüenza, miedo al rechazo, o por el temor a que no le den credibilidad. En algunos casos, dentro de la dinámica familiar, los casos de agresión sexual se mantienen como el gran secreto y el agresor es encubierto.
“En los hogares se puede dar cuando hay un consumo de sustancias, adicciones; por una estructura familiar de abuso de poder constante por parte de la cabeza de la familia, por ejemplo, de manera patriarcal y machista; cuando se reproducen los estereotipos y reducir los géneros a masculino y femenino, todo esto es un caldo de cultivo para que se presente la violencia”, aclara la psicóloga.
Un acto premeditado contra las víctimas
Dentro de los sistemas institucionales o en grupos sociales se puede llegar a justificar, perdonar o encubrir a los agresores. También se da un tipo de manipulación o chantaje por parte del agresor, en la mayoría de los casos, ni siquiera recurriendo a la violencia física, sino psicológica, haciéndole creer que lo que ocurrió no fue una agresión sexual, o no fue algo en contra de su voluntad.
“Casi siempre la violencia sexual es un acto premeditado, el agresor tenía la intención, lo planea, espera el momento e, inclusive, propicia que la persona consuma alcohol de manera intencional o alguna otra sustancia, también recurren a la seducción”, declara Viviana.
En algunas ocasiones no se le cree a la víctima, como sucedió en el caso de la youtuber, Nath Campos, quien fue agredida sexualmente por Ricardo Arturo “N”, mejor conocido como Rix. Ella se acercó con las amistades, lo platicó y no se le dio la debida importancia.
“También como ocurrió con el escritor Andrés Roemer, ya que muchos de los agresores aprovechan sus posturas de privilegio, con una fachada de intelectual, de recursos económicos y de jerarquía sobre la otra persona, algo que sin duda permea la violencia sexual”, detalla Pérez.
Otro punto a considerar es el acceso a la información sobre el tema, qué tanto conocimiento tiene una persona, pues en diversas situaciones se llega hablar de un intento de agresión, pero no se le da el nombre de abuso sexual.
Por lo que Viviana Pérez aclara que el abuso sexual es tocar los genitales sin el consentimiento de la otra persona; la exposición a material pornográfico o imágenes de los genitales, mandar fotografías, los llamados ahora packs; observar desnuda a la otra persona sin su consentimiento, o bien, obligar a alguien a estimular sexualmente a alguien más.
En contraste, la violación es la penetración vaginal, oral o anal con el pene, los dedos, la lengua o cualquier objeto.
Caer en la revictimización
La persona violentada, comenta la experta, generalmente presenta inestabilidad emocional, pesadillas, estrés postraumático físico y mental, ansiedad, desconfianza, recuerdos repentinos de lo que ocurrió, asociación con algún estímulo perceptual, aversión al estímulo que le recuerde el evento y depresión; incluso, muchas víctimas intentan suicidarse después del evento.
“Lo primero que hay que hacer en la violencia sexual es darle credibilidad a la víctima, cuando ella requiera hablar de la situación, porque no en todos los casos se abre la persona porque no está preparada, emocional y mentalmente. Ante el tema de la violencia lo primordial es salvar la vida” enfatiza la maestra en Psicoterapia existencial humanista.
A veces, a nivel social se pregunta “¿por qué no denunció?, “¿por qué no dejó de trabajar con el agresor?”, o hasta se cuestiona que sigan en comunicación con sus agresores como si nada hubiera pasado. Este tipo de planteamientos, ya sea que se lo expresen sobre un niño, niña, mujer o joven, es una revictimización.
“Es mentira que la persona quiera hablar de lo sucedido todo el tiempo, es caer en una revictimización, sólo es cuando ella lo requiera. Pero, si la persona indica que acaba de ocurrir, lo primero es validarla, darle contención emocional, no dejarla sola, acompañarla a una valoración médica; para algunas, la denuncia es opcional, no todas pueden o quieren hacerla, algunas no están interesadas por todo el desgaste emocional que provoca el proceso jurídico, penitenciario y legal”, comenta Pérez.
Sergio Macedo, profesor de la Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno del Tec de Monterrey, campus Toluca, enfatiza que los delitos, por regla general, prescriben, eso quiere decir que, para que se pueda proceder contra una persona no debe haber transcurrido cierto tiempo para perseguirlo. Generalmente se habla del término medio aritmético de la suma de las penas, en donde, comúnmente no deben de pasar más de ocho años para poder denunciar.
“Los jurados están apuntado a la necesidad de declarar, en este caso las violaciones sexuales, como imprescriptible, con la finalidad de que no importa que el hecho haya sucedido hace 20 años, las mujeres tengan oportunidad de denunciar y se cumplan sus derechos”, comenta Macedo.
Mientras siga operando una cultura de machismo, donde no se dé el apoyo y acompañamiento a la víctima, se continuará reproduciendo y reforzando una falsa idea de la agresión.
“Es nuestra obligación como personas saber sobre el tema, antes de dar una opinión, esto de ‘estaba bajo el efecto del alcohol’, ‘el hermano de ella hizo lo mismo’, ‘es que iba sola’, ‘por qué se junta con puros hombres’, ‘por qué no tiene una pareja estable’, ‘en la escuela no fue alguien aplicada’, ‘y a aparte consume mariguana’, ’se la pasa subiendo fotos a las redes sociales’, ninguna de estas expresiones justifican la violencia y la agresión sexual, el único responsable es el agresor, no la víctima”, determina la psicóloga Viviana Pérez.