Es parte de la naturaleza humana querer mejorar nuestras capacidades de forma continua, retando nuestras (aparentes) limitaciones.
En la jerga científica, se habla de un campo conocido como mejoramiento humano (o “human enhancement”, en inglés) o lo que expertos de cuatro cuerpos académicos del Reino Unido, la Royal Society, la Real Academia de Ingeniería, la Academia Británica y la Academia de Ciencias Médicas, definen en un reporte recientemente publicado como “los esfuerzos que son diseñados o utilizados para restaurar o mejorar el rendimiento humano, superando así los límites actuales de nuestro cuerpo humano”.
Esto, a través de rápidos avances tecnológicos en campos como la biotecnología, ingeniería, neurociencia e informática, que no hacen distinción entre lo que bien merecería recibir la etiqueta de ciencia ficción y realidad.
Ahí está el caso de la norteamericana Cathy Hutchinson, quien recientemente logró, tras 15 años sin poder hablar ni poder moverse a causa de un accidente cerebrovascular, beber café de un recipiente metálico, controlando un brazo robot con su fuerza mental.
La tecnología detrás de este pensamiento convertido en acción, reside en el aparato BrainGate, fundado por el neurocientífico John Donoghue, de la Universidad de Brown, en Rhode Island, que consiste en un sensor miniatura con electrodos implantado en la corteza motora del cerebro de Hutchinson desde hace cinco años; el sensor a su vez está conectado por cable a una computadora.
Cuando la mujer se dispuso a pensar que movía su brazo, el dispositivo cerebro-máquina BrainGate detectó las señales eléctricas producidas por las neuronas en su cerebro, decodificando y traduciendo las mismas en instrucciones que el brazo robot podía entender.
Hoy, esta tecnología aún no sale de laboratorio, pero es una de las tecnologías médicas emergentes que, a decir de expertos, tienen el potencial de llevar a los individuos –tanto sanos como aquellos con una discapacidad física y mental– “más allá de la norma” en las próximas décadas… aunque su desarrollo implique una inevitable serie de cuestiones científicas, socioeconómicas, políticas, reglamentarias y éticas.
Otro caso reciente es el de Zac Vawter, amputado de una pierna, que logró subir 103 pisos por la escalera de la Torre Willis de Chicago en una primera prueba pública patrocinada por el Instituto de Rehabilitación de Chicago, auxiliado de una prótesis biónica que controló con el pensamiento.
La prótesis biónica de Vawter utiliza un sistema de control o entrenamiento “mioeléctrico”, diseñado para responder a los pulsos eléctricos de la contracción de los músculos en su tendón; la prótesis sincroniza el movimiento a los músculos al momento en que el paciente piensa en subir una escalera y se da a la tarea de mover la pierna.
Todo esto es solo un preámbulo de los desarrollos de ciencias convergentes que han comenzado a gestarse dentro del campo del mejoramiento humano de tipo físico, en donde también se suma la reconstrucción de órganos y tejidos –en huesos y articulaciones, por ejemplo– por medio de la denominada ingeniería tisular y la medicina regenerativa.
O la mejora sensorial, por ejemplo, como la que busca hacer posible la compañía israelí de nombre Nano Retina, a través del desarrollo de implantes de “ojos biónicos” que restauran parcialmente la vista de quienes padecen enfermedades degenerativas de retina, como la degeneración macular relacionada con la edad (AMD, por su siglas en inglés), que suele afectar a personas mayores de los 65 años.
El implante de retina biónica, bautizado como “Bio-Retina”, consiste en un pequeño sensor de restauración de visión de 576 píxeles con electrodos y un procesador de imágenes integrado, que convierte los datos de cada píxel en pulsos eléctricos interpretados por el cerebro en escala de grises.
En tan solo 30 minutos, el implante Bio-Retina puede ser insertado, con anestesia local, en la parte posterior del ojo del paciente, por encima de la retina.
Estimulantes en cerebro sano
El camino hacia nuestra transformación en “súper humanos”, no puede concebirse sin el denominado “mejoramiento cognitivo” o la mejora del desempeño de nuestro cerebro.
Existen distintas vías para lograrlo: desde la educación y el ejercicio físico, hasta técnicas de estimulación cerebral no invasivas como la Estimulación Eléctrica Transcraneal (TDCS, por sus siglas en inglés).
Pero también existe una vía corta para lograrlo, a través de los llamados fármacos inteligentes (“smart drugs”, en inglés), como los estimulantes Modafinilo (utilizado para tratar trastornos del sueño, como la narcolepsia) y Ritalina (para pacientes con Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad o TDAH), que detonan en quien los consume un nivel de potencial antes desconocido, mejorando significativamente procesos cognitivos como la atención y memoria y, por ende, el desempeño intelectual.
Una de las cuestiones que ha desatado debate y controversia en los últimos años, es el uso de estos fármacos inteligentes por personas sanas –pacientes con Alzheimer, TDAH, o trastornos psiquiátricos como esquizofrenia, no son los únicos que pueden resultar beneficiados– y su falta de regulación en el mercado.
Y es que en los últimos años ha aumentado considerablemente el número de estudiantes universitarios que “trafican” y consumen fármacos inteligentes para potenciar sus niveles de desempeño académico bajo condiciones de estrés y sobrevivir a las noches en vela de estudio.
Académicos también se han apuntado a este “dopaje” de mejoramiento cognitivo farmacológico por diversas razones, como para aumentar la productividad o combatir el “jet lag”, estudios demuestran.
Una encuesta realizada en línea por el journal “Nature” en 2008 entre sus lectores, encontró que de aproximadamente mil 400 académicos de 60 países que respondieron, uno de cada cinco reportó haber hecho uso de los píldoras inteligentes fuera del ámbito clínico, para optimizar, por ejemplo, la atención, concentración o memoria.
De acuerdo a las investigaciones de la neurocientífica Barbara Sahakian, de la Universidad de Cambridge, en 2008 “la cuota de mercado global para Modafinilo superó los 700 millones de dólares (…) y se estima que cerca del 90 por ciento de las veces se utiliza fuera de la indicación autorizada, por individuos sanos”, escribe el neurobiólogo y escritor científico Moheb Costandi en The Dana Foundation.
De hecho, “Modafinilo está disponible en línea sin receta médica y esto es de gran preocupación. Es una manera muy peligrosa de conseguir fármacos, porque uno no sabe realmente lo que está tomando”, cita Costandi a Sahakian.
Y otro detalle: hasta el momento se desconocen los efectos secundarios de estas smart drugs –y de la mayoría de las tecnologías de mejoramiento humano– a largo plazo en individuos sanos.
Se desconocen los efectos en un cerebro que, según estudios recientes, señala Costandi, no deja de desarrollarse incluso después de los 30 años, lo que resulta preocupante entre la comunidad científica, pues las encuestas demuestran que son los jóvenes de entre 18 y 25 años quienes hacen un mayor uso no médico de estos fármacos.
Así, independientemente de los beneficios que el uso de fármacos inteligentes traiga consigo en individuos sin problemas de salud, hace falta la puesta en marcha de estudios de largo plazo para evaluar tanto los riesgos y las ventajas de su consumo –y considerar implicaciones éticas y sociales– y, de paso, conocer cómo los mismos y el resto de las vías tecnológicas de mejora humana impactarían en nuestras vidas.
Zac Vawter
La gran hazaña de Vawter:
Mejoramiento humano
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