En la novela publicada por Alfaguara, el autor hace un homenaje-traición a la escritora Esther Seligson,  su maestra y amiga. Foto: Especial

“No tengo sensibilidad para abordar la vida de los capos, me interesan los personajes que están cayendo bajo las balas”: Geney Beltrán

En su nueva obra, “Crónica de la lumbre”, novela situada en Sinaloa, el escritor  recurre a un  “realismo límbico” para escudriñar los impulsos violentos de sus personajes

En el trasfondo de la violencia que azota Sinaloa desde hace varias décadas, la gente de a pie sigue viviendo un día a día, se enamora, tiene hijos, proyectos, miedos, deseos. Una realidad que suele minimizarse en la narrativa de la narcocultura que tanto se ha ensalzado y comercializado en los últimos años.

Al autor Geney Beltrán —nacido en Tamazula, Durango, y criado en Culiacán—,  no son las vidas ostentosas de los capos de la droga ni las refriegas entre cárteles lo que le interesa narrar, sino las reacciones límbicas del ser humano, esas pulsiones que pueden orillar a una persona a cometer actos inhumanos, en un contexto donde la violencia parece tan normalizada.   Es lo que hace en su nueva novela Crónica de la lumbre (Alfaguara, 2024), un relato situado en Culiacán y en el corazón del Triángulo Dorado que propone “un gran cuadro de época de Sinaloa en la primera década del siglo”.

Ahí está el contexto de la guerra del narcotráfico, la violencia cotidiana, íntima, pero sobre todo historias de personajes de distintos estatus sociales cuyas heridas profundas y pasados hostiles definen sus caminos y decisiones en la vida.

Crítico literario, ensayista y actualmente coordinador ejecutivo de la Casa Estudio Cien Años de Soledad, Beltrán enmarca su novela en un “realismo límbico”, término que toma del Sistema límbico, que es el conjunto de estructuras cerebrales que generan las emociones y el comportamiento humano. El concepto también está inspirado en el realismo literario del siglo XIX, en esas grandes novelas que lo han formado como crítico y  escritor.

“Algo que me parece importante es cómo representa el realismo la vida emocional más primitiva de los seres humanos, en lo que se refiere a los afectos, al sexo y a las necesidades corporales o al hambre. Hay representaciones de personajes que padecen hambre o están por comer, pero siempre me preguntaba por qué cuando un narrador habla de que dos personajes van a comer, luego luego les pone enfrente el bistec, ¿cómo te altera el humor el hecho de sentir hambre?”

Por eso, aquí el autor sumerge al lector en los olores, sensaciones, emociones, como quien hurga en lo más recóndito para hallar la raíz de los  impulsos violentos o compasivos del ser humano.

“En mi novela hay un personaje, el Juanillo, que pasa hambre literalmente y creo que esas pulsiones tan básicas de nuestro ser son el fundamento de muchas de nuestras decisiones en la vida, de nuestros proyectos, aunque tendemos a racionalizarlos y a presentarlos de una manera, aparentemente, más sensata, pero en lo más profundo de nuestro ser hay como un pantano, un magma que desde el cuerpo nos dirige a un lado o a otro”.

 

Retrato de una sociedad regida por el narcotráfico

En Crónica de la lumbre, el autor entrelaza la vida de tres personajes: Narsia, una profesora de teatro que lleva a cuestas el vacío que le ha dejado el suicidio de su hijo; Arsenio, un periodista que debe ocuparse de su hija tras la muerte de su ex pareja en un tiroteo en Culiacán; y el Juanillo, un chico nacido en la pobreza y desigualdad de la sierra sinaloense que quiere perseguir el sueño americano o simplemente huir de ese lugar de miseria.

Como en su anterior novela, Adiós Tomasa  (Alfaguara, 2019), el autor recurre a la geografía serrana de esa región norteña, esa que él mismo conoció de niño y que en el imaginario actual se traduce en guarida de los grandes capos de la droga.

“Yo no tendría esa sensibilidad para abordar la vida de los capos, me interesa un personaje como el Juanillo, que es alguien que está sobreviviendo, tratando de meterse y cayendo bajo las balas. Me interesa, sobre todo, la vida de los que no sabemos si son narcos, pero que están en una sociedad donde quien marca todo, en la economía y la política, es el narcotráfico. 

(El narcotráfico) “no es un fenómeno de otras personas, de ellos, de unos malvados que están allá en la sierra y que bajan nada más a hacer desmanes, sino que está allá entrecruzado con la experiencia cotidiana”
Geney BeltránEscritor

Para el autor, es esa inherente articulación lo que se pierde de vista cuando se habla del narcotráfico y la violencia en esa región porque “ya no lo exotizas, ya muestras que es algo perfectamente natural en una sociedad que desde los años 40 se ha dedicado al narcotráfico”. “No puede uno separar maniqueamente a los buenos y a los malos”, dice.

De homenajes y traiciones literarias

Aunque este texto se alimenta de experiencias de su infancia en la sierra o de proyecciones de él mismo como adulto, Geney Beltrán evita hablar de una escritura autobiográfica.

“Yo siempre he sido más pudoroso y he tendido despersonalizarme, es decir, crear personajes que sean muy diferentes a mí o proyecciones de lo que yo habría sido, si hubiera tenido otra vida. Arsenio es eso. Si yo no hubiera dejado Culiacán para venirme al DF a estudiar la universidad, muy probablemente me habría dedicado al periodismo”, dice.

Lo que sí está claro en esta novela es el homenaje que Beltrán hace a Esther Seligson, quien fue su maestra y con quien desarrolló una profunda amistad. Las resonancias de la escritora y traductora mexicana de origen judío están tanto en el personaje de Narsia, como en los títulos de las secciones de la novela. Aunque él prefiere llamarlo “traición”.

“La traición tiene que ver con la apropiación de su historia tan trágica, el dolor que pasó con el suicidio de su hijo Adrián. Escribió un libro estremecedor, Simiente, muy catártico, muy doloroso, pero más en clave poética que narrativa, entonces yo quería construir esa historia y solo podía tener más libertad cambiándole sus coordenadas vitales”, relata.

“La traición es, yo creo, consustancial al escritor de ficción porque siempre se dice que la ficción realista representa el mundo real, pero no es cierto. Lo que representamos es la manera en que procesamos el mundo real individualmente, representamos la huella que la realidad ha dejado en nuestra imaginación, a partir de nuestras neurosis, de nuestros traumas”.

El autor

  • Geney Beltrán, nació en Tamazula, Durango, en 1976.
  • Sus novelas son: Adiós, Tomasa (2019), Cualquier cadáver (2014) y Cartas ajenas (2011)
  • Relatos: No nos vamos a morir mañana (2024) y Habla de lo que sabes (2009)
  • Ensayos: Asombro y desaliento (2017), El sueño no es un refugio  sino un arma (2009)
  • Ha sido becario de la Fundación para las Letras Mexicanas y miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte
  • Es coordinador ejecutivo de la Casa Cien Años de Soledad de la Fundación para las Letras Mexicanas
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