El legado de José Clemente Orozco en Guadalajara, entre el fuego y el renacimiento

El artista originario de Jalisco dejó un legado en el muralismo, cuya obra refleja la esencia de la humanidad y las batallas sociales
Karina Corona Karina Corona Publicado el
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En la obra de José Clemente Orozco se despliega un mundo de profundas reflexiones y aguda crítica social, donde los paisajes de la condición humana se entrelazan con los tumultuosos conflictos políticos y culturales de su tiempo. Con un pincel vigoroso y una paleta que irradia vida, Orozco plasma la esencia misma de la lucha y la esperanza.

Muralista originario de Ciudad Guzmán, Jalisco, Orozco utiliza símbolos como el hombre y el fuego para narrar la eterna batalla del individuo consigo mismo y la capacidad transformadora del espíritu humano. El fuego, símbolo de destrucción y caos, pero también de renovación y regeneración.

A través de los colores que parecen cobrar vida propia y los contrastes que revelan las luces y sombras, el litógrafo mexicano conduce por un viaje de introspección y revelación, donde cada obra es un eco del eterno pulso entre la luz y la oscuridad, entre la esperanza y el desencanto.

Su legado, a casi 75 años de su fallecimiento, perdura como ese gran símbolo de lucha y cambio. Si bien, su obra más reconocida se ubica en la Ciudad de México, en el Palacio de Bellas Artes, en Guadalajara se ubican sus murales, que pueden ser “los más violentos y crudos”.

La obra de Orozco refleja una evolución marcada por su experiencia en Nueva York, donde se relacionó con un mundo diverso de artistas expulsados, judíos, palestinos, musulmanes, cristianos, españoles y alemanes. Al regresar a México, su visión se amplió, pero en Guadalajara, su arte adquiere una intensidad aún mayor, la figura de Hidalgo, por ejemplo, lejos de ser el líder compasivo de la Historia tradicional, es retratada como un ser humano violento y vengativo”, cuenta Esteban Pulido, guía del Museo Cabañas, cuya sede es el Hospicio Cabañas.

“El muralismo de Orozco busca dar voz a aquellos que han sido silenciados y han sido relegados al olvido. Su objetivo es rescatar la identidad de las culturas prehispánicas que, con el paso del tiempo, fueron marginadas y despojadas de su relevancia en la narrativa mexicana”
Esteban PulidoGuía e historiador

El uso de la luz y la sombra, junto con una paleta de colores terrosos y sombríos, contribuye a crear una atmósfera de tensión y desesperación que se siente en cada rincón de los murales de José Clemente Orozco en Guadalajara.

En el Hospicio Cabañas, la paleta de Orozco es un eco de la rebeldía, cada trazo narra la epopeya de un pueblo que desafía la opresión, sus sueños incandescentes disipan la bruma del olvido.

“Tiene símbolos cristianos, judíos y ortodoxos y una historia, al fin de cuentas, violenta, agresiva y egoísta, una violencia prehispánica, colonial, virreinal tradicional que se puede ver en figuras como el hombre de fuego.

“¿Hacia dónde va esa incógnita del hombre en llamas? ¿Resurge el hombre de fuego o el fuego como símbolo destructor o creador? Un hombre que, con sus demonios internos y diferentes mentalidades, está batallando y luchando para resurgir, aún con su conflicto interno de todo lo que ha hecho”, declara Pulido.

La reflexión a 75 años de su fallecimiento

Con el paso de los años desde la partida de José Clemente Orozco hace 75 años en septiembre, su legado ha sido objeto de un meticuloso escrutinio y una continua reinterpretación. Esteban Pulido, un ferviente seguidor de la obra del artista, reflexiona sobre este proceso de evolución del concepto de la obra de Orozco.

“La obra de Orozco es como un río que fluye a través del tiempo, siempre imponente, siempre inquietante. Es una expresión poderosa de la lucha y la resistencia del hombre contra sus propios demonios internos y externos”, explica.

Pulido destaca que, a pesar del tiempo transcurrido, la percepción general sobre la obra de Orozco sigue siendo constante: se la considera severa, recia, intrínsecamente suya. Desde sus primeros murales en Nueva York hasta las imponentes piezas en Guadalajara, Orozco pintó un total de 57 obras monumentales, cada una reflejando su visión única y poderosa.

“La obra de Orozco en Guadalajara es como un golpe en el estómago, te hace confrontar la brutalidad y la complejidad de la existencia humana de una manera visceral y directa”, agrega.

El regreso de Orozco a Jalisco en 1948 marca un punto de inflexión en su obra, según Pulido. Aunque su estilo sigue siendo inconfundible, se puede percibir un cambio en el tono, especialmente en sus representaciones del personaje de Hidalgo.

Pulido también sugiere que Orozco podría haber sido influenciado por los movimientos estudiantiles y sociales de su época, especialmente durante su tiempo en la Academia de San Carlos y en Nueva York. La conexión de Orozco con diversos sectores sociales, incluidos artistas afroamericanos, resalta su compromiso con la representación de las voces olvidadas y marginadas en su obra.

Orozco era un artista que nunca tuvo miedo de enfrentarse a las injusticias y las contradicciones de su tiempo. Su obra es un recordatorio de que el arte tiene el poder de desafiar las estructuras de poder y dar voz a los marginados y oprimidos”, señala Pulido.

El muralismo de Orozco tiene como objetivo fundamental dar voz a aquellos que han sido silenciados por la historia y la sociedad. A través de sus representaciones, Orozco desafía las estructuras de poder y busca una identidad más inclusiva y diversa para México.

“La obra de Orozco es un testimonio de la eterna lucha del hombre por encontrar su lugar en el mundo. Aunque haya pasado tanto tiempo desde su muerte, su legado sigue vivo en cada trazo, en cada obra que creó, recordándonos la importancia de la resistencia y la esperanza en tiempos difíciles”, concluye Pulido.

Su paso por Guadalajara

Orozco encontró en Guadalajara un espacio crucial para el desarrollo y la exposición de su arte. Su estilo, marcado por una combinación de realismo y expresionismo, se convirtió en un medio para abordar temas universales como la injusticia, la opresión y la lucha por la libertad.

Hospicio Cabañas, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1997

Destaca la trayectoria mural y gráfica con un total de 340 piezas. Desde bocetos tempranos para murales como los de la Preparatoria Nacional y la Casa de los Azulejos en la década de 1920, hasta los trabajos realizados en Estados Unidos, pasando por los dibujos preparatorios para el mural del Palacio de Bellas Artes y su ciclo mural en Guadalajara.

Museo de las Artes (MUSA)

El Paraninfo alberga dos de las más importantes obras del muralista mexicano, realizadas en 1937. “El hombre creador y rebelde”, plasmado en la cúpula del recinto y “El pueblo y sus falsos líderes”, son los títulos de las piezas que, además, revelan temáticamente la vocación cultural y humanista de la Universidad de Guadalajara, por una parte, y por la otra, la visión crítica de Orozco acerca de la realidad histórica nacional y universal.

Su última obra

El mural que logró terminar en el Palacio Legislativo se mantiene como su último trabajo completo hasta la fecha.

Posteriormente, estaba programado que pintara “La Primavera” en el conjunto habitacional Miguel Alemán, pero lamentablemente falleció antes de completarla. A pesar de que se preparó un boceto y se empezó a trabajar en el muro, Orozco murió en la madrugada del 7 de septiembre debido a un paro cardiorrespiratorio en su casa de la Ciudad de México.

El dato

En Nueva York creó siete murales, mientras que en New Hampshire realizó cuatro. En California, su contribución se limitó a uno. En Michoacán y Veracruz pintó uno y dos murales, respectivamente. Sin embargo, en Guadalajara su presencia fue la más significativa, con un total de 57 obras, incluyendo dos en el Museo de las Artes (MUSA) y otros dos en el Palacio de Gobierno, uno de los cuales representa a un Hidalgo de semblante más sereno y calmado, en contraste con sus obras anteriores.

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