A lo largo de cuatro décadas entregadas a la danza, el coreógrafo Miguel Mancillas ha tejido su vida en esta expresión, ya que para él es mucho más que movimientos efímeros, es un latido sincero que trasciende lo físico.
En palabras de Mancillas, esta disciplina artística es un “lenguaje que desafía los límites del cuerpo y la mente”; además de un medio para cuestionar las normas y expectativas sociales, pues es en el escenario donde las barreras se desvanecen y las almas encuentran un espacio para expresarse.
Es desde ese espacio en el que Mancillas, director de la compañía Antares Danza Contemporánea, presentará, por primera vez en la Ciudad de México, Las buenas maneras durante todo agosto.
“Radicamos en Hermosillo, Sonora, comencé hace más de 40 años y la danza se percibe diferente. Ya hay muchas más narrativa profesional, pero hay muchas visiones que le temen a lo diferente. El norte se caracteriza, aparentemente, por una cuestión más cerrada y, sin embargo, te das cuenta de que también hay espacios abiertos.
“El reto más importante es atreverse a vivir en tiempo presente y no resistirse a los cambios; sin embargo, hay comportamientos cotidianos que no nos atrevemos a replantear y analizar”, explica el director.
Con un elenco de 15 bailarines y una escenografía de gran formato, la compañía Antares cuestiona la violencia hacia las disidencias corporales con Las buenas maneras, pieza que se presentará en el Palacio de Bellas Artes y en la Sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario.
La pieza, que es una reflexión sobre el cuerpo desde el cuerpo, plantea preguntas sobre la diversidad sexo-genérica y la noción de binarismo, el ejercicio de la libertad sobre el propio cuerpo y la vulnerabilidad humana.
“Es difícil escaparse de lo que está pasando alrededor y el arte reflexiona sobre lo que se vive y al mismo tiempo cuestiona, y creo que todas estas circunstancias de condicionantes que se le hacen al cuerpo, no importa ni la edad, o cómo te definas, pero parecería que la condición humana es crear reglas e imposiciones como formas de poder. “Tenemos muchísimas ideas de lo correcto y lo incorrecto y, a veces, no los cuestionamos”, abunda Mancillas.
Para el coreógrafo, el cuerpo tiene muchas estructuras que le imponen reglas, desde lo religioso, lo social, lo médico, la ciencia y las definiciones biológicas. Parecería que la persona, que es la única dueña del cuerpo, no tiene voz ni voto al respecto.
El desarrollo de la pieza
Con música de Franz Liszt, la puesta pone en tela de juicio la forma en que “las buenas maneras” juegan un doble papel en el que, bajo la bandera de la corrección política, las posturas sociales se enmascaran y radicalizan, agudizando las violencias.
Mancillas afirma que “las mujeres se visten de forma ‘más masculina’ en la medida en que ocupan rangos de mayor poder. Así, para hablar de la sexualización del cuerpo, el ganador del Premio Nacional de Danza José Limón 2018 despliega una coreografía en la que los bailarines varones llevan faldas ceñidas de corte ejecutivo y stilettos, no con un propósito estético, advierte, sino para cuestionar las condicionantes que simbólicamente encierran estas prendas típicamente femeninas.
“Dura una hora y todo ese tiempo es frente a frente, acercándonos lo más posible a la sensación de un cuerpo vulnerable, que acepta la vulnerabilidad y que acepta el reto de cuestionarse”, detalla.
Mancillas agrega que la pieza es limpia, escénicamente, pero muy compleja en la parte de lo emocional y de lo físico.
En Las buenas maneras, considera, la gente tendrá la oportunidad de ver cuerpos en reto físico, pero también en lo emocional, porque es un reflejo de lo que se está viviendo, pues todos los días se tienen impactos emocionales, desde las redes, lo que sucede en el mundo, porque se ha masificado la violencia.
“Ver un cuerpo expuesto, femenino o masculino sexualizado también es una forma de condicionar hacia nuestro interior, generar inseguridades, porque no nos podemos escapar del cuerpo que somos, ni de la historia que tiene”, platica.
A través de esta pieza quiere dejar en manifiesto su preocupación, como persona y como creador. Así como el reto de que, cada vez, en medida de lo posible, hablará sobre todo aquello que puede incomodar o que algunos otros han querido censurar.
“En cada obra trato de acercarme a los temas que silenciamos, pues, a veces, no nos atrevemos a verbalizar y esos silencios son peligrosos. Hay un eslogan que dice que los silencios matan. La gente que vivió el VIH, a principios de los 80 lo sabe. Entonces, ¿para qué repetirlo? ¿Para qué seguir insistiendo en cosas, en prácticas que no funcionan? Lo mejor es estar en tiempo presente y ser testigo de lo que está sucediendo actualmente”, reflexiona.
Su razón para vivir
Lo que más le agradece a la danza es que, al ser transitoria, siempre es un aprendizaje distinto, algo que le ha ayudado para poder realizar Las buenas maneras, pues él mismo ya no es quien era hace 40 años que empezó a ejercer esta disciplina.
Sin embargo, su acercamiento al medio artístico fue inicialmente a través de la pintura y por el programa académico tenía que tomar clases de danza.
“Lo impresionante de la danza es que no te puedes negar quién eres, cada movimiento revela lo que sientes y lo que eres, y no necesariamente lo que dices. Para mí la danza tiene ese gran poder, porque lees en el otro cuerpo, por eso no me pude escapar, y lo digo con mucha sinceridad, porque no creas que me gustó cuando me le enfrenté.
“Era tan revelador y era tan inquietante lo que me hacía sentir; sin embargo, no me pude separar y a la fecha sigo y me doy cuenta, aunque yo ya no estoy bailando, lo puedo ver a través de los cuerpos de con quienes trabajo, ver cómo con alguien de 22 años nos podemos hermanar y que crecer tampoco te salva, que sigues con un montón de inseguridades, de preguntas, pues crecer implica estarnos analizando y preguntándonos para saber si lo que somos y lo que vivimos es lo verdadero”, concluye.