La voz de María Li rompe el techo del Templo del Señor Santiago Apóstol

Con fragmentos de óperas y canciones populares la soprano sonorense reprenta a su estado en el Festival Internacional Cervantino
Pablo Abundiz Pablo Abundiz Publicado el
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El Festival Internacional Cervantino es el lugar donde la música y la cultura han tenido un hogar por más de 50 años. El Festival no es extraño a arte originario de otras latitudes, la misión del Cervantino de mostrar Guanajuato al mundo y el mundo a Guanajuato pasa por invitar a sus callejones, teatros y templos a las expresiones tanto de nicho como populares. Un género que, históricamente, ha disfrutado de popularidad y que a su vez se ha convertido en un nicho es la ópera. La soprano sonorense María Lin presenta en el Templo del Señor Santiago Apóstol una mezcla de óperas y canciones populares de compositores como Händel o Manuel S. Acuña.

En un templo lleno, con tanta gente reunida que pareciera que la ópera es un culto al cuál hay que rendir pleitesía, un negro piano de cola larga aguarda al fondo de los una estrecha hilera de bancas. Una improvisada iluminación ayuda al domo construido siglos atrás a hacer viable la música. La tercera llamada se escucha en el alto parlante y la del noroeste eclipsa el oscuro y reluciente coloso acompañada del pianista Tadeo Villaseñor. Los aplausos saturan el recinto y callan cuando la cantante toma una posición que solo puede significar canto.

Lascia ch’io pianga comienza con una voz que golpea suavemente a todos los asistentes y rebota contra la madera de la puerta en un encierro del que nadie quiere escapar. Las teclas se mueven en total sincronía con las cuerdas vocales de Lin, como si pertenecieran una a la otra de un modo indescifrable. Sus agudos timbran melodiosos en los oídos de la gente por minutos que apenas se perciben como instantes hasta que tras un respiro la cantante calla y el público hace erupción.

María se mueve por el escenario como si al hacerlo lanzará su voz por todos los rincones del templo, el sonido no deja espacio sin invadir y los tonos altos se elevan hasta alcanzar la cúpula. En su cantar la historia de Romeo y Julieta es aún más trágica y sus manos se derriten en su pecho mientras su rostro se deforma como si viera al joven Capuleto morir en sus brazos. Con cada canción el público truena las palmas y la cantante agradece hasta el terminar La hija del regimiento, cuando se despide brevemente del público y Villaseñor toma los reflectores.

Enfundado en un esmoquin del mismo tono que su instrumento Villaseñor roza cada tecla con la firmeza suficiente y el tempo adecuado para embelesar a una audiencia que, encandilada, lo observa como si no pudieran creer de dónde se produce la música. Con un ritmo rápido y una sonrisa que rompe la solemnidad del recinto y la ópera Tadeo acelera el tiempo con su melodía y cuando sus notas finales quedan en el aire las palmas las reciben como si las persiguieran por templo.

Cuando la sonorense se reincorpora el acto continúa hasta que la ópera es sustituida por Manuel Acuña y Ernesto Lecuona. Pero el español de la letra no disminuye la tragedia y ante la voz de Lin se rinde como las imágenes del martirio que adornan los muros. El tono histriónico de la interpretación de María es acompañada de caídas y recorridos por el lugar que obligan al público a aplaudir sonoramente cada que una canción finaliza pero no hasta que da las gracias cuando, sin poder contenerse, los asistentes se levantan y ella rompe en llanto.

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