La psicología del activista

Los seres humanos somos vulnerables por naturaleza. Y no solo eso, sino que también “vivimos en un mundo vulnerable”, dijo la académica e investigadora Brené Brown durante su conferencia de TED sobre “el poder de la vulnerabilidad”, que alcanzó millones de visitas.

Brené Brown estudia desde hace 10 años aspectos de la condición humana, como vulnerabilidad, coraje y vergüenza.

Y es que aspectos como vulnerabilidad, depresión, aislamiento y violencia suelen ser un factor común entre las personas que protestan, alzan la voz y luchan en favor de una ideología o una causa.

Eugenia Rodríguez Eugenia Rodríguez Publicado el
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Los seres humanos somos vulnerables por naturaleza. Y no solo eso, sino que también “vivimos en un mundo vulnerable”, dijo la académica e investigadora Brené Brown durante su conferencia de TED sobre “el poder de la vulnerabilidad”, que alcanzó millones de visitas.

Brené Brown estudia desde hace 10 años aspectos de la condición humana, como vulnerabilidad, coraje y vergüenza.

Y es que aspectos como vulnerabilidad, depresión, aislamiento y violencia suelen ser un factor común entre las personas que protestan, alzan la voz y luchan en favor de una ideología o una causa.

Ejemplos claros en la actualidad son los manifestantes en las calles de Iguala que, encendidos por la violencia y enfurecidos por la masacre de normalistas, exigen conocer el paradero de los 43 desaparecidos.

O bien, las protestas en Hong Kong, que en su mayoría están protagonizadas por jóvenes que buscan libertad y abogan por la democracia.

Por otro lado, están los que son vulnerables a la violencia doméstica o de género. Otros por su condición económica y social, son vulnerables a la explotación y trata de personas, como los grupos indígenas. 

Pero también están aquellas personas que, por factores genéticos o de crianza –o ambos–, presentan vulnerabilidad a la depresión clínica. Esto, en algunos casos, los hace susceptibles a involucrarse en actos violentos. Un ejemplo extremo es el terrorismo. 

Un estudio reciente encabezado por Kamaldeep Bhui, del Instituto de Medicina Preventiva Wolfson de la Universidad Queen Mary de Londres, reveló que los síntomas depresivos hacen a las personas vulnerables a simpatizar con protestas violentas y actos terroristas. 

Y la radicalización es una de las mayores amenazas terroristas en el mundo. 

Hay casos de personas que sin tener antecedentes criminales, están dispuestas a morir o matar por una organización terrorista. 

Personas comunes y corrientes que son reclutadas en su país de origen, enviadas a escenarios de conflicto y, finalmente, convertidas en combatientes que regresan “llenos de odio y entrenados como terroristas”, dijo Francisco Martínez, secretario de Estado de Seguridad de Granada, durante una conferencia organizada por la Interpol. 

El estudio dice que “esfuerzos antiterroristas se han limitado en gran medida a identificar a personas en alto riesgo en lugar de entender cómo prevenir la radicalización (…)”. 

Los resultados, publicados en PLoS ONE, indican que las políticas contra el terrorismo deben abordar el fenómeno de la radicalización desde un enfoque de prevención.

Y es que luego de encuestar a 608 residentes de Reino Unido, “hombres y mujeres de origen paquistaní o bangladesí, de herencia musulmana y de edades de entre 18 y 45 años”, concluyeron que la depresión es un factor de riesgo de la radicalización. Encontraron que “los síntomas depresivos independientes de la adversidad psicosocial se asociaron con simpatías hacia protestas violentas y terrorismo”.  

Los expertos solicitaron a los participantes que expresaran su nivel de simpatía o condena hacia 16 actos de protesta, que van desde los no violentos hasta actos extremistas, como el uso de bombas suicidas. 

Esto arrojó otro factor de riesgo de la radicalización: el aislamiento. 

“Encontramos que el grupo que muestra la más enérgica condena (de actos violentos) parece tener más contactos sociales (…) Las redes sociales promueven la resistencia (a la radicalización), ofreciendo una gama de identidades y oportunidades culturales, y esto por sí solo puede ser protector”. 

Los investigadores concluyen que existen factores de riesgo y protectores que pueden modificarse en la fase inicial del camino a la protesta violenta. 

Sensibles a la opresión

Los jóvenes activistas que salieron a las calles de Hong Kong no se estarán involucrando en actos terroristas, pero sí se manifiestan en una protesta desencadenada por su vulnerabilidad a la opresión y a la inequidad social. 

Decenas de miles de personas –muchas de ellas son estudiantes– exigen al gobierno una mayor democracia, comenzando con la instauración de un nuevo sistema electoral, en el que puedan elegir con plena libertad a los candidatos a la presidencia.

Y debido a que el jefe del Gobierno local de Hong Kong, Leung Chun-Ying, se ha negado a dimitir (los manifestantes exigen su renuncia), lo que desde poco más de dos semanas comenzó como una protesta pacífica, se ha tornado en tensiones violentas entre la policía y los miembros del movimiento prodemocracia. 

Patadas, palizas con macanas, golpes y el uso de gas pimienta por parte de la policía local –que traen consigo arrestos de los manifestantes– son algunos de los actos de violencia que protagonizan los disturbios. 

En el estudio anteriormente aludido, los investigadores señalan que “entre las condiciones que están implicadas en el proceso de radicalización están una sensación de inequidad e injusticia, la discriminación percibida, la marginación y la falta de integración en la sociedad en general”.

“Estas narrativas de adversidad, aunado a experiencias de migración, también se han propuesto como causa de la depresión y psicosis”, agregan los expertos.

Y la violencia, finalmente, alimenta más violencia. Y resentimiento. Solo el tiempo podrá decir cuáles serán las futuras repercusiones de la movilización de Hong Kong, tanto en la psique individual como colectiva.

Vulnerables a la violencia

La masacre de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa y la desaparición de 43 de sus compañeros en Iguala, Guerrero, estremeció al mundo entero. 

Así la describe en El País Guillermo Trejo, investigador sobre asuntos como la acción colectiva, la protesta social, la insurgencia armada y la violencia política, y quien actualmente funge como profesor de ciencias políticas en la Universidad de Notre Dame, en Indiana:

“(…) fue una acción estratégica y premeditada para sembrar el terror y doblegar a los grupos de la sociedad civil que en Iguala y en municipios aledaños participaban en distintos procesos de articulación social –incluyendo policías comunitarias– para hacerle frente a las extorsiones, secuestros y asesinatos por parte del crimen organizado y de las autoridades públicas a su servicio. 

“La masacre fue un acto de reconstitución del poder local; una acción barbárica mediante la cual el grupo criminal Guerreros Unidos quiso dejarle en claro a los movimientos sociales de la región quién era el mandamás”. 

Hoy, las acciones barbáricas ocurridas en una localidad donde la reina la complicidad de los miembros del crimen organizado con las autoridades locales, la corrupción y la impunidad no ha llevado a otra cosa más que alimentar el repudio de la sociedad que exige justicia. 

Grupos de manifestantes –normalistas y maestros– han prendido fuego en las oficinas del Congreso de Guerrero, en Chilpancingo, se han enfrentado con granaderos, han apedreado y bloqueado el acceso al Palacio de Gobierno, han aventado cohetes, quebrado vidrios, a la vez que también han resultado heridos. 

Exigen conocer el paradero de los 43 desaparecidos.

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