Alemania perdió una de las plumas más destacadas con mayor influencia política y civil del siglo 20. La más importante de la literatura de posguerra en lengua alemana.
El escritor, escultor y crítico social alemán Günter Grass murió a los 87 años en una clínica al norte de Lübeck, en Alemania, donde residía, informó su editorial Steidl Verlag.
Nacido en Danzig, Alemania –que hoy es Gdansk, Polonia– el 16 de octubre de 1927, Grass obtuvo el Premio Nobel de Literatura y el Premio Príncipe de Asturias, ambos en 1999, en reconocimiento a toda una obra comprometida al servicio del cambio social y aprendizaje de los horrores de la guerra, de la que él mismo fue partícipe, aunque no de forma voluntaria, a los 17 años como miembro de las Waffen-SS, las fuerzas especiales del líder nazi Adolf Hitler, en la Segunda Guerra Mundial.
Revelación que en 2006 el novelista hizo a un diario alemán al presentar su autobiografía “Pelando la cebolla”, lo que indignó a muchos, dentro y fuera de Alemania, incluso al grado de cuestionar su Premio Nobel de Literatura. La decepción vino porque se trataba de una figura que desde hace décadas se había convertido en un referente de la moral en su país, poniendo el dedo sobre la llaga al empujar a los alemanes a enfrentar y reconocer la culpa de su historia.
Haber pertenecido a las SS fue una culpa con la que Grass cargó hasta sus últimos días. Su obra literaria, artística y política debía entenderse como “un ejercicio de penitencia de toda una vida”, dijo a El Mundo el autor de “El tambor de hojalata” (1959). “Era un peso sobre mí. Mi silencio en todos estos años es una de las razones por las que escribí el libro. Finalmente tenía que decirlo”, señaló en The New York Times.
O como confesó a El País: “es verdad que durante mi adiestramiento en la lucha de tanques, que me embruteció durante el otoño y el invierno, no se sabía nada de los crímenes de guerra que luego salieron a la luz, pero la afirmación de mi ignorancia no podía disimular mi conciencia de haber estado integrado en un sistema que planificó, organizó y llevó a cabo el exterminio de millones de seres humanos”.
“Aunque pudiera convencerme de no haber tenido una culpa activa, siempre quedaba un resto, que hasta hoy no se ha borrado, y que con demasiada frecuencia se llama responsabilidad compartida. Viviré con ella los años que me queden, seguro”, recalcó Grass.
Su literatura también era dirigida a los caídos u olvidados. “(…) a todos aquellos que no hacen la historia, pero a los que inevitablemente la historia les ocurre, porque su dictado los convierte en culpables o víctimas, simpatizantes o perseguidos”, expresó el novelista durante su discurso de la entrega de los Premios Príncipe de Asturias.
Grass y sus letras nunca dejaron de causar polémica. Se ganó a tantos seguidores y defensores como enemigos. Basta recordar el duro poema titulado “Lo que hay que decir”, publicado en 2012, en el que el escritor denunciaba la política del gobierno israelí hacia Irán por su “creciente poder nuclear” que “pone en peligro una paz mundial ya de por sí quebradiza”.
Y es que la voz del escritor era una de esas que, por agitar las aguas, muchos intentan callar.
“La principal obligación del ciudadano es mantener la boca abierta”, es una de sus frases más célebres.
Su obra fue clave en Uruguay, su trabajo inspiró a generaciones y su muerte se lamenta en Latinoamérica y el mundo entero.
Eduardo Germán María Hughes Galeano falleció este lunes, tras luchar contra el cáncer de pulmón que padecía.
Nacido el 3 de septiembre de 1940, en Montevideo, Galeano fue un hombre de espíritu emprendedor desde que era joven. Fue pintor de carteles, mensajero, cajero de banco, obrero, editor y hasta mecanógrafo, de acuerdo a su biografía.
Dado a que se crió en el seno de una familia católica, Eduardo dijo en alguna ocasión que a los ocho años quería ser santo: “Tuve una infancia muy mística; pero no me fue bien con la santidad”.
Su gusto por la pluma despertó desde temprana edad, y a los 13 años publicó caricaturas en El Sol, un periódico socialista de su natal Uruguay. Firmaba bajo el seudónimo “Gius”, ya que su apellido Hughes era difícil de pronunciar en español.
Fue periodista, tenía alma de poeta, fungió como novelista, documentalista e historiador, Galeano fue reconocido, apreciado y honrado por su pasión por la historia y la política, temas recurrentes en su obra. También escribía sobre futbol, que era otro de sus grandes delirios. De hecho, en sus últimos tuits (en junio de 2010), publicó que este deporte era “el opio del pueblo”.
El ganador del Premio Stig Dagerman y autor de la trilogía “Memoria del Fuego” (1982-1986), se casó tres veces (con Silvia Brando, Graciela Berro Rovira y Helena Villagra). Y tuvo tres hijos, Verónica Hughes Brando (con Silvia), Florencia y Claudio Hughes Berro (con Graciela).
El escritor y activista dijo que su célebre texto “Las venas abiertas” (1971) intentó ser una obra de economía política, “solo que yo no tenía la formación necesaria (…) No me arrepiento de haberlo escrito, pero es una etapa que, para mí, está superada”. Tenía 31 años cuando se publicó dicho ensayo que fue cúspide en su carrera literaria y en el que se analiza la historia de América Latina.
La obra recibió mención honorífica del Premio Casa de las Américas, y fue precisamente la que le entregó Hugo Chávez, entonces presidente de Venezuela, a Barack Obama, durante la V Cumbre de las Américas.
Una publicación en El País alegó que su última aparición tuvo lugar en febrero de este año, para recibir a Evo Morales, presidente de Bolivia. “El mandatario visitó Montevideo con motivo del cambio de mando entre José Mujica y el ahora presidente Tabaré Vázquez. En las fotos, Galeano aparecía delgado y sonriente, mientras recibía un libro de manos de Morales con los argumentos bolivianos para exigir una salida al mar, un libro que bautizó como el ‘Libro del Mar Robado'”.
Y es que Galeano era un cronista por excelencia, quien recordaba el pasado para analizar el futuro. Para el uruguayo, el mejor de sus días era “aquel que debe todavía estar por venir”.
Defendía la ideología de izquierda, fue de pueblo en pueblo en su juventud para hablar del socialismo, y hoy su obra literaria es un legado que aboga por las ideas que condenan el neoliberalismo.
También fue una voz en favor de la ecología. De hecho, en vida dijo en alguna ocasión que “la gente prefiere morir de contaminación que morir de hambre”.