La obra de Flor Garduño representa un rescate del trabajo analógico en contraste con el frenesí contemporáneo de reproducción y consumo de imágenes digitales. Su esencia impresa en blanco y negro, resalta la alquimia y la intimidad del proceso fotográfico.
Aunque más costoso y laborioso que hace décadas, esta recuperación de técnicas análogas representa una búsqueda de espacios creativos e íntimos de creación, esenciales para artistas y creadores en un mundo inundado de imágenes superficiales.
Esta esencia se ve representada en su más reciente exposición titulada Flor Garduño. Senderos de vida, en el Museo del Palacio de Bellas Artes, con la cual celebra 40 años de trayectoria de la fotógrafa y 90 del recinto.
Miguel Álvarez, curador asociado del Museo del Palacio de Bellas Artes, señala que el regreso al cuarto oscuro y las técnicas de impresión tradicionales están demostrando su relevancia en la actualidad, desafiando la creencia de que la impresión podría desaparecer en favor de lo digital.
“El trabajo de la maestra Garduño invita a las nuevas generaciones a encontrar su propia voz creativa y a resistir el bombardeo visual de la era digital. En medio de la sobreabundancia de imágenes, la obra de Garduño y esta exposición son una declaración de resistencia revolucionaria, en la que el individuo recupera el control sobre su proceso creativo y su relación con la humanidad a través de la imagen.
“La vuelta a lo analógico y a lo íntimo es un acto revolucionario y esencial para nuestra comprensión y expresión de la humanidad”, declara Álvarez a Reporte Índigo.
Manuel Álvarez recuerda una anécdota que le compartió la misma Garduño. Durante los años 80, bajo la tutela de la fotógrafa Mariana Yampolsy, realizó un ejercicio de búsqueda y producción de imágenes relacionadas con los pueblos originarios de México. Garduño no solo buscaba estas imágenes, sino que administraba cuidadosamente cada fotograma disponible en los rollos de película que le asignaban.
En contraste con la facilidad de reproducción digital, el trabajo analógico exigía disciplina en la selección y administración de materiales. Esta práctica, aunque más laboriosa en comparación con la era actual, permitía una conexión íntima y reflexiva con la creación fotográfica.
El valor de la obra de Garduño no reside únicamente en el valor de la pausa; sino en cómo la fotógrafa mexicana tejió con la luz y las sombras imágenes de universos mágicos, de exaltar la belleza en la naturaleza, pero también en donde es capaz de encontrar el erotismo en la arena, en las formas y tamaños del cuerpo humano y lo sublime en lo cotidiano.
Senderos de vida se compone de 114 fotografías y 32 piezas de joyería, estructurada en seis secciones temáticas en las que se destacan los procesos creativos de la artista: desde las realidades cotidianas de comunidades rurales de México y Latinoamérica, hasta la complejidad técnica de sus paisajes ficticios a partir de montajes sutiles, en los que se conjugan luces, contrastes, objetos y texturas.
“Es una exposición que ofrece una detallada revisión del trabajo de más de cuatro décadas de la maestra Flor Garduño, quien ha logrado desarrollar una estética personal en torno a los objetos y lo cotidiano, pero con un enfoque riguroso en la práctica de la fotografía.
“A través del curador Ery Cámara, quien trabajó con la misma maestra Garduño, recuperaron imágenes de sus primeros trabajos de los años 80, que están aquí en esta muestra y que ella nunca los había mostrado; los exhuma de su propio archivo y se da cuenta que hay una gran calidad en su en su trabajo fotográfico en sus primeros, incluso se puede decir en sus años formativos”, añade el curador del Museo del Palacio de Bellas Artes.
Un ejercicio de autocrítica
La exposición revela un viaje autocrítico de Garduño, quien redescubre su esencia a través de la recuperación de negativos olvidados. Encontramos en estas imágenes una alquimia única, una escultura de la luz que trasciende el tiempo y el espacio.
Álvarez observa un refinamiento en su estilo, una evolución que resuena desde sus primeras obras hasta las más recientes. En cada fotografía impresa con la técnica contemporánea del chicle, encontramos un registro preciso y conmovedor de la vida y la luz.
“Como parte del equipo curatorial te puedo decir que hay un descubrimiento respecto a un estilo y manera de crear imágenes. Hasta la fecha, claramente, ha cambiado y mejorado, no solo la técnica con la luz, puede decirse que es una escultora de la luz, esculpe luz a través de sus imágenes y crea una nueva imagen.
“Hay un resultado más refinado con respeto a sus primeras obras, pero también hay un contacto en estilo y en formas de sus primeros años. Uno va a encontrar una diferencia muy sutil en el ojo, en su composición y estilo”, opina.
Su trabajo con Manuel Álvarez Bravo
Proveniente de una genealogía única de impresores mexicanos, fue alumna de la icónica figura de Manuel Álvarez Bravo, quien la introdujo en los misterios del cuarto oscuro y la alquimia de la impresión fotográfica.
Este legado de saberes compartidos se refleja en su obra, donde encontramos una constante evolución y un profundo diálogo entre sus primeras exploraciones y sus creaciones más recientes.
“Manuel Álvarez Bravo le enseñó el cuarto oscuro, le enseñó a hacer mapas de impresión, a modular las impresiones, a fijar la alquimia. Pero también fue maestro de Graciela Iturbide y Mariana Yampolsky, quienes trabajaron también con Garduño, podríamos decir que hay una correlación de saberes compartidos que ella ostenta y concentra en su trabajo y se nota en esa exposición”, platica.
El regreso al cuarto oscuro representa una resistencia, una pausa en el frenesí visual contemporáneo. La recuperación de técnicas análogas no es simplemente una moda pasajera, sino un retorno a la esencia misma de la creación artística. Esta búsqueda de lo íntimo y lo auténtico invita a las nuevas generaciones a encontrar su voz en medio del caos, a reconectar con su propia humanidad a través del acto creativo.
“Ella descubre que es digna de decirse creadora. Tiene un acercamiento potente con la imagen a través de su creatividad y se auto descubre como una fotógrafa completa. A título personal, me imagino que ese autodescubrimiento habla de la infinitud en sus obras, esta permanencia en el tiempo”, puntualiza.